Cada domingo, los futbolistas sufren daños físicos que les impiden ayudar a sus compañeros a ganar, pero lo peor llega el lunes: la recuperación
Llegan al campo que toca cada fin de semana y se imaginan jugadas, goles o incluso paradas. Hablan de los excesos nocturnos del viernes noche y de otras inquietudes que nada tienen que ver con el fútbol. Son más de vestuario. Se visten, mientras esperan que el entrenador confirme el once titular. Nunca se sabe, en el fútbol siempre hay sorpresas. Y más si no fuiste a entrenar durante la semana o si en el partido anterior el gol fue por tu culpa. En el fútbol provincial es raro repetir alineación. Siempre falta alguien.
Sobre el césped todo sucede rápido. Reaccionas, llegas tarde y golpeas al rival. Le pides perdón, lo acepta y el partido continúa. Sin embargo, es raro que no haya un mal golpe o un lesionado. ¡Malditas lesiones!
Da igual perder, empatar o ganar. El resultado pierde importancia cuando ves retirarse del campo a un futbolista, a un compañero, a un amigo que sufre. Que enrabietado por no jugar, casi pide perdón al resto del equipo por no poder ayudar. El sufrimiento ajeno es algo que marca y mucho más dentro de un vestuario. Ahí todos reman en una dirección.
Este fin de semana ha habido lesiones. Seguro. Es imposible cuantificar cuantas y mucho menos conocer la identidad de todos. Ojalá salieran los nombres y apellidos de cada uno para dar un aliento, un ánimo para regresar más fuertes. Personalizar sería una letanía aduladora y olvidarse de ellos, un pecado.Ya queda un día menos para volver. Mañana serán dos. ¡Ánimo!
