CUENTA DE RESULTADOS

15 millones irritan pero 42.000 mucho más

photo_camera Cajero automático de una oficina de Bankia en Madrid

Son tantas veces que casi cuesta decirlo: el escándalo de las tarjetas de Caja Madrid –repudiable, por supuesto- habría que multiplicarlo 2.800 veces para llegar al coste del rescate de las cajas

Dicen que en España –y más aún en Galicia- siempre fue baja la cultura financiera, de ahí que resultase tan fácil que los bancos se aprovecharan durante años y años de tomar dinero regalado para prestarlo caro, beneficiados, además, por un clima inflacionista. Fueron los años en los que en la banca ganaba dinero cualquiera, sin apenas competencia. Y no digamos en Galicia, donde las cajas captaban pasivo por el caldo y lo vendían en hipotecas que hace treinta años eran de casi el 20%. En paralelo, el ahorro sobrante se llevaba al interbancario, con suculentas remuneraciones, pero contadas veces se invertía en Galicia.

De aquellos tiempos pasamos a otros bien distintos en los que sin apenas inflación y con una moneda fuerte, el euro, ya no fue posible mantener aquellos márgenes sin sentido. Pero lo que no se pudo ganar con margen se quiso ganar con volumen. Por eso mismo, bancos y cajas captaron cientos de miles de millones de euros en el extranjero, respaldados por el euro, y se los colocaron a la gente –no siempre solvente- para sus hipotecas, sus coches y sus viajes. Pero también a sus empresarios amigos, ya fuesen ladrilleros de lo que fuese –ahí tenemos Seseña- o constructores de autopistas sin coches, aeropuertos sin aviones y puertos sin barcos.

El desastre no tardó en llegar en cuanto se cruzaron todas las líneas rojas. Y los ajustes, tampoco. Dinero que antes se dedicaba a la educación y a la salud de la gente fue preciso asignarlo para pagar deudas, intereses y rescates financieros.

Hay diferentes criterios sobre el importe del rescate financiero español, pero en el mejor de los casos no baja de los 42.000 millones de euros. Una cifra tan grande que la mayor parte de la población no asimila, porque no la visualiza. Se le escapa de sus propias dimensiones, con el resultado de que si bien le hace sufrir en su día a día no le pone cara y ojos. Para que nos situemos, esos 42.000 millones vienen a ser lo que en 2007 pagaban todos los empresarios de España –todos- por su impuesto de sociedades. O, si lo prefieren, el doble de lo que pagan hoy en día, porque con la crisis pagan menos de la mitad de lo que pagaban.

Pues bien, de esos 42.000 millones hay responsables, que hicieron malas gestiones, habitualmente atribuidas a Bankia, Catalunya Caixa y Novacaixagalicia, que fueron junto a la Caja de Castilla-La Mancha las entidades rescatadas con dinero público, pero en realidad el problema es mucho mayor. La prueba es que a día de hoy, seis años después de la crisis, la banca española tiene una morosidad de casi 200.000 millones de euros, cifra que se aproxima al 20 por ciento del Producto Interior B ruto (PIB). Una auténtica barbaridad.

Nadie discute que los 15 millones de euros que se pulieron unos directivos de Bankia producen irritación social. Lógico. La gente que no visualiza los miles y miles de millones derrochados en cosas que se le escapan sí entiende fácilmente la compra de lencería o de vino con dinero de una antigua caja. Pero la verdadera pedagogía política y, sobre todo, la petición de responsabilidades no deberían reducirse a esos 15 millones, ya que una medida así, por necesaria y justa que sea, esconde el verdadero iceberg de la crisis en España. Esos 15 millones sirvieron para comprar lencería fina pero, sobre todo, para que esas personas mirasen para otro lado cuando se derrochaban los otros miles de millones. Esos miles de millones de los que apenas sabemos nada.

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