CUENTA DE RESULTADOS

Dentro de lo malo, Draghi no es lo peor

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photo_camera El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi.

Al presidente del Banco Central Europeo (BCE) le cuesta poco criticar a los populismos pero no cultiva la autocrítica ni, menos aún, la reprimenda a los gobiernos. A lo sumo constata algún resultado negativo.

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, consciente de que su política monetaria emplea más instrumentos que en el pasado, presume de que el PIB europeo ha recuperado el nivel anterior a la crisis, aunque haya tardado siete años y medio, pero se olvida de que en España todavía no se ha alcanzado completamente esa meta, mientras la desigualdad sube como la espuma. El jefe del BCE reconoce que España crece más, pero todavía es vulnerable, ya que tiene un déficit elevado y un gran endeudamiento público y privado. Lo cierto es que el PIB español crece con fuerza pero el paro sigue en torno al 20%. Tiene el déficit más alto de Europa después de Grecia, una deuda muy abultada y ciertas dudas aún sobre su sistema financiero, como vemos estos días en el Banco Popular.

En la eurozona hay política monetaria común –caracterizada por usar la cantidad de dinero como variable para controlar y mantener la estabilidad económica– pero no hay política fiscal –la que configura el presupuesto y sus componentes: el gasto público y los impuestos–, de modo que no tiene un verdadero presupuesto federal, como sucede en EE UU, ni un mercado financiero plenamente integrado como el de la primera potencia mundial. Son sociedades distintas porque también tienen, entre otras muchas cosas, políticas económicas distintas.

Mario Draghi gestiona la política más común de la eurozona: la monetaria, pero sin verse acompasado por una adecuada política fiscal, en manos de los gobiernos de los estados, a su vez sujetos a criterios inspirados por Alemania sobre deuda y déficit, con resultados más que discutibles, ya que fomentan desigualdad y apenas generan riqueza.

En una entrevista concedida al diario El País en vísperas de viajar a España, el propio Draghi acepta que la política fiscal debe apoyar la recuperación. Pero a la hora de la verdad, Mario Draghi elude la crítica a los gobernantes –en Deusto, por ejemplo, ensalzó que la normativa laboral que el Gobierno modificó entre 2012 y 2013 desbloqueó el mercado de trabajo y ayudó al mismo tiempo a reducir en ocho puntos porcentuales la tasa de paro– y se refugia atacando a los populismos, que han debilitado el proceso de integración europea, mientras los riesgos políticos amenazan a los valores esenciales de Europa. Puede tener razón, pero sería más convincente si aplicase ese rasero crítico a los gobiernos nacionales. Un ejemplo: nada dice Draghi de que en una España con un PIB similar al de antes de la crisis la riqueza esté peor repartida.

Dentro de lo malo, Mario Draghi no es lo peor de Europa, ya que al menos procura que prevalezca el rumbo expansivo de su política monetaria. Digamos que no siempre ha estado en línea con el sesgo restrictivo del Bundesbank pero tampoco le ha declarado ninguna guerra a los alemanes. Salvó el euro dos veces: primero, en 2012, con un billón de liquidez y su famosa frase del “haré todo lo necesario”, y más recientemente con el llamado QE (Quantitative Easing), el programa de compra de activos. Draghi pasó de sembrar subidas de tipos de interés a bajarlos hasta límites desconocidos, y a sembrar esta vez abundante liquidez.

De sus declaraciones se deduce que los bajos tipos son imprescindibles para la plena recuperación, y que cuando ésta culmine, subirán. En consecuencia, la inflación volverá a situarse en una tasa próxima al 2%, entre 2018 y 2019.

@J_L_Gomez

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