CAPÍTULO 19 | EL TRAGALUZ DE A CHAVASQUEIRA

Un cadáver exquisito / El cuarto poder

Prudente, esquilmado por más de mil derrotas, el ya maduro reportero encoge los hombros en un gesto equívoco

 

Álvaro Lago;es escritor y editor. Acaba de publicar "Duelo de mordiscos y azucenas (Una historia de Romasanta)". 

Oronda y blancuzca, la luna redonda alumbra el cielo de la ciudad levítica; en las covachas báquicas que arañan el subsuelo de la Villa Termal, se ajuma una mínima parte del censo municipal: profesionales de la noche, liberales trasnochadores, noctívagos de opereta. El Miño, solemne y patricio, fluye con ancestral mansedumbre; a su vera, en las charcas donde la tierra asoma sus cálidas aguas uterinas, C. C., con los ojos desencajados y el cuerpo amoratado, ha iniciado su último viaje hacia las letras de molde de las páginas de sucesos…"

— ¿No sabes escribir más claro, que lo entendamos todos? —pregunta el camarero impertinente y confianzudo al esforzado plumillas que suda tinta para escribir la negra crónica cotidiana.

— Saber, sé: pero no puedo contar mucho más. Así, estiro un poco la noticia y la convierto en crónica: es algo que algún tipo de lector agradecerá, espero.

El gacetillero se lía una truja; el camarero orienta para sí la pantalla del portátil, se sienta en una silla y lee el artículo, ya con la mayor comodidad y total descaro. Cuando acaba, suelta un taco, le manga una calada del guani al periodista; con los ojos inquisitivos, pregunta:

— Y esta C. C., ¿quién viene siendo? ¿No será quien yo pienso, la dueña de..?

— ¡Calla, coño, que me comprometes!

— ¿La hija de don…?

— ¡Que te calles, leche!

— ¿La mujer de don…?

— Achanta la muy, o te meto.

— Pero esto es muy fuerte. Se puede montar la de Dios es Cristo.

— ¡Y tú no sabes de la misa ni la media!

— ¿Aún hay más?

Prudente, esquilmado por más de mil derrotas, el ya maduro reportero encoge los hombros en un gesto equívoco, recupera su peta, le pega una calada; calla. Los ojos del mesonero lo taladran, inquisidores; pero resiste. Al menos, resiste un buen rato. Hasta que, claudicante, apenas farfulla:

— Esto puede estar relacionado con los crímenes de la Chavasqueira…

Acoquinado, el camarero no encuentra otra palabra en su caletre:

— ¡Coño!

Y se montó la de Dios es Cristo. O la de san Quintín. Que se armó la gorda, vamos. Porque una cosa es que una noticia corriese entre las élites, y otra muy distinta es que la publique en negro sobre blanco la prensa local, que la difundan las emisoras radiofónicas y que lo emitan las televisiones. De aquel eco no podían hacer oídos sordos en palacio, en los distintos palacios del poder. ¡La que se lió!

Cuando, ulceroso y taciturno, el, según sus tarjetas de visita, «Delegado Presidencial en la Villa Termal», se echaba para el coleto el primer carajillo del día y aprovechaba para pegarle un vistazo al periódico, el artículo lo sacudió como una coz en la entrepierna. Blasfemó. Cogió el teléfono. Marcó un número. Y empezó a gritar como un energúmeno. De puro pánico, las entretelas del aparato lloraban sangre.

Del Rey abajo, ninguno de los contratados por oposición o enchufe se libró de apencar con su buena dosis de bronca, griterío y chulería por si se producía la llamada de arriba.
Que se produjo, claro. Porque en las alturas están a la guay de lo que nos pasa a los vulgares mortales. Y aquello fue el dies irae, el acabose, la descojonación, perdonando sus caras honradas.

A la Directora Xeral de algo que tenía muchas mayúsculas y que se encargaba, entre otras cosas, de que la ciudadanía gozase de una cierta impresión de seguridad y bienestar, no le cabía una paja por el culo, con perdón de la expresión. En su despacho de san Caetano se habían presentado, sin previo aviso y casi sin fanfarrias, su jefa, la Conselleira de Medio Cidadán, Seguridade Social, Inseguridade na Sociedade, Petit-point e Papiroflexia y, cágate lorito (con perdón, se insiste), el mismísimo Presidente Perpetuo, Faro e Guía da Nosa Autonomía. Y no estaban contentos, no: la verdad es que echaban espumarajos por la boca, proferían horrísonos aullidos y convulsionaban con singular violencia mientras le montaban una apoteósica bronca a la proba y pobre directora xeral (ya con minúsculas, la desdichada). «¡Quiero culpables de inmediato, o rodarán cabezas!», logró articular, como despedida, el presidente.

Con el filo de una afilada gumía amenazando su gorja, se puso al tajo la no-tan-altísimo-cargo xunteira. ¡Con qué pasión se entregó a la causa!, ¡cómo se desgañitó con sus inferiores en el escalafón de la administración autonómica!, ¡qué mano de amenazas de cese, de traslado y aun de denuncias ante las autoridades competentes hubo de proferir hasta que su exquisita educación arrabalera y zaborrera fructificó al fin en resultados presentables ante el inapelable juicio de quienes ejercían la potestas y la auctoritas autonómicas!

Y, en la calle, el clamor era unánime. O casi, que nunca falta gente insensible, contestataria o incrédula, resentidos de la cáscara amarga que jamás bailan al son que les tocan nuestros amados Poderes Públicos: lo de los crímenes de la Chavasqueira empezaba a pasar de castaño oscuro. El miedo atenazaba los corazones, vaciaba las calles, agostaba el rentable flujo comercial, orgullo y motor de la vida económica. La situación podría volverse, pura y simplemente, insostenible. «Incluso podría estallar la Revolución (sí, con mayúsculas)», vaticinó un provecto orate desde una televisión local.

"Crecidos ante la adversidad y a tenor de la dejación de sus funciones de los poderes públicos, un nutrido grupo de ciudadanos y ciudadanas responsables han hecho del temor su fuerza y se han armado para patrullar las calles de nuestra ciudad y no sólo garantizar así la seguridad de nuestros y nuestras vecinos y vecinas sino también realizar las averiguaciones pertinentes para conocer la identidad del o de los culpable o culpables de los abominables crímenes acaecidos durante las pasadas jornadas en nuestra capital, tan tradicionalmente tranquila, amable y plácida…": así rezaba la florida crónica de una de las más leídas plumas. Palabras, éstas, que no sólo reflejaban el sentir de gran parte de los lugareños (y lugareñas, naturalmente), sino que también empezaban a contagiar de su excitación a un sin número de neófitos para su belicosa causa.

 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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