CAPÍTULO CUARTO

Entre dietas veganas y un jefe recién divorciado

Siguiente control, Facebook: se conectó hace una hora. No ha publicado nada. Se ha olvidado de ella.

 

Marta García Burno es periodista y politóloga en proceso. Redactora en 13 Televisión y directora de la sección de Cultura del periódico digital LaSemana.es. 

Los primeros rayos de sol se atisban a través de la persiana y ya parece que la cabeza no le dará más oportunidades. Sin mucho margen de maniobra intenta alargar el brazo para coger el móvil. 

– Habrá tenido la jeta de llamarme después de todo. 

Sin batería. La ansiedad por saberlo se apodera de su cuerpo y se da cuenta de que sí, echa de menos a ese majadero que le ha hecho la vida imposible. Tantos años dando consejos a sus amigas y sintiéndose invencible al desamor para que al final todos los dardos le vayan a la cara. De momento no atina con los números. La fecha de su aniversario. En algún momento lo cambiará. Pero entonces volvería a olvidarse. 
Sí, el “coaching” está de moda pero a mí me llevaría al paro de lleno.
Y con las mismas Marta se lleva el chasco de su vida. No, Jorge no la ha llamado. No le ha mandado ni un solo mensaje. Se conectó por última vez a las seis de la mañana. Son las 7. Estará durmiendo, o perdido entre restos de cubatas, o en A Chavasqueira, donde sabe que el cerebro se detiene. Siguiente control, Facebook: se conectó hace una hora. No ha publicado nada. Se ha olvidado de ella. O eso cree. Cierra los ojos y se da cuenta de que está loca.

La verdad es que no sabe muy bien en qué momento se compró un Smartphone en condiciones, porque desde entonces está inmersa en una –cree– enfermedad mental que le obliga a tener que llevarlo hasta al supermercado de al lado de su casa para comprar una barra de pan. Tarda cinco minutos pero el móvil siempre en la mano. Y cuando se fija en las púberes que terminado el colegio deambulan por los parques en manadas, vestidas como calcos, se da cuenta de que tampoco ha cambiado tanto. Salvo por los tropecientos complejos que entonces tenía. Ay. Ahora el problema se llama llegar a fin de mes. No hay tiempo para pensar en granos. 

Son las 10 de la mañana y aún no tiene noticias de Jorge. Tiene que entrar en apenas tres horas a trabajar pero nota los pies como si llevara grandes sacos. Todavía le cuesta dormir más de cuatro horas cada día. Sus amigas, todas casadas o en proceso de, empiezan a hablar de planes, casas e hijos como si todo lo demás hubiera desaparecido de su historia. Oye, ¿qué pasó con aquellas noches con Loquillo de fondo? "Cuando fuimos los mejores los bares no cerraban / cada noche en firme / a la hora señalada / Cuando fuimos los mejores las camareras nos mostraban la mejor de sus sonrisas, en copas llenas de arrogancia". 

Y se acuerda entonces de los planes que le aguardaban con 20, cuando soñó que se comería el mundo, y después observa la cruda realidad, con su gerente recién divorciado y su mala leche mañanera, la misma con la que ella ha amanecido. Se toma su café y pan integral con aguacate. La tontería de las dietas veganas y derivados se han apoderado de ella y no sabe si es por el amor hacia los animales o por la estupidez humana que nos lleva a todos a cumplir unas pautas de vida. En su controvertido sentimiento de culpa se le aparece aquella imagen, de pequeña, arrancando rabos de lagartija con el freno de los patines y triturando hormigas con los dedos. Y lo peor de todo, reconoce que le gustaba. Pero ahora, 25 años después, no sabe si lo hacía por gusto o por el ansia del conocimiento anatómico de todos los seres que la rodeaban. Ahora le gustaría hacer lo mismo con su jefe, así que en cuestión de hábitos alimenticios y ética animal está hecha un lío. 
Y así, absorta en sus debates internos avanza por el Paseo con un sol radiante que le empieza a achicharrar el cerebro. 

–¡Marta! Vaya careto gastas, amiga. ¿Has dormido algo?
– Tengo las mismas ganas de ir a trabajar que tú de llamarme, por lo que veo.

Pablo, para variar, recibe siempre el revés directo en la cara, venga de uno o de otro. Vamos a ver, él nunca mira el teléfono salvo que tenga cinco llamadas perdidas en el transcurso de unas cuatro horas. La última vez la emergencia era severa. El vecino le avisaba de que se le estaba quemando la cocina. Cuando llegó a la casa, chamuscada entera, sólo pensaba en su colección de cómics que Jorge le traía de las librerías vintage de Madrid cada vez que bajaba. Horas después descubriría que las cuestiones prácticas le pondrían más nervioso. Aunque siempre es bueno volver con mamá durante una temporada. 

– Esto, sabes que yo y los móviles no somos amigos. No es por ti, es por mí –aquí Marta pone cara de pocos amigos, porque hasta su amigo en común le da largas con viejas frases hechas, ¡por qué esas frases! 

–  Tengo un problema Pablo. Creí que había superado lo de Jorge, pero tengo una pequeña obsesión persecutoria. Espío sus movimientos en las redes sociales, agrega una tía nueva cada noche y luego está la fresca de Dolores, que anda detrás de cualquier despechado. Lo he probado todo y sólo se me ocurre montarme en un crucero de 120 días que promete la vuelta al mundo pero que vale 16.000 euros y se me va un poco de presupuesto. 

La cara de Pablo es un poema. Acaba de leer los mensajes que le ha mandado Jorge hace apenas unas horas. Ininteligibles. Y lo peor de todo, una foto,  y no en soledad precisamente. 

–Esto… Marta, ¿te va una cerveza cuando salgas del trabajo?
 
–Pero que sea con Loquillo de fondo.

– Estamos melancólicos, ¿eh?

– Estamos entrando ya en una edad, Pablo, que no es lo mismo, y a ti no te hablan de patucos. 

Se despidieron con la esperanza de que fueran así de fáciles todos los días, que todo quedara en llamadas sin responder mientras tuvieran ganas, tiempo y cuerpo para bailar otra vez a Loquillo. El gerente de la tienda de ropa esperaba a Marta con cara de pocos amigos. Otra vez tarde. Ahora, más que nunca, desearía gastar el dinero en pensar una vida nueva. 

 

Historia de una novela ourensana y experimental

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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