CAPÍTULO 11

Al filo del fuego cruzado

Faramiñas llegó a los postres. El comisario terminaba de forcejear con un fulano desmañado y quijotesco para detenerlo.

 

Íñigo Navarro es pintor, ilustrador y pintor de La Región. 

Faramiñas llegó a los postres. El comisario terminaba de forcejear con un fulano desmañado y quijotesco para detenerlo. Tratando de mantener la compostura se dirigió al inspectorzuelo en estos términos.

- Faramiñas querido, sácate esas primorosas manos de niña de los bolsillos...
- Coño jefe, es que yo…
- Ni coños, ni coñas, ni se te ocurra joderme la diatriba que no estoy para esas gaitas. Como te decía, sácate esas manos de mantequilla que solo sirven para modelar papel maché, y llévate a este espontáneo a comisaría a que te dé conversación. Mañana le das boleto sin rencores. Si se inspira y se pone idiota le acusas de trata de blancas y menudeo y le envías la notificación de la denuncia a su mujer. A ver si aprende a respetar la autoridad, carajo.
El hombre con pinta de don Quijote agachó la cabeza dócilmente y comenzó un digresión acerca de la justicia del mundo, la fatalidad y el sino. Pensó que Dios debería ser más bondadoso con la gente que cree en él y que quizás su aparente ausencia era el motivo del pertinaz avance del materialismo consumista y el atroz ateísmo que se iba apoderando de los jóvenes presentistas que retozaban de madrugada a la vera del río, con los subbuffers de sus Seat Ibiza dando la matraca.

Como Faramiñas no terminaba de arrancar el comisario le sacó tema.
- Qué tal Faramiñas parece que el día se estropea
- ¿Ha terminado con la diatriba amo?
- No me toques los huevos, qué te pasa.
- El gran jefe quiere hablar con usted, dice que es para ayer.
- ¡No me jodas y por qué no me lo has dicho antes…, cállate no digas nada! Llama a casa y anuncia que en seguida voy, que antes tengo que comprar la primitiva.

Jorge se había hecho un ovillo y esperaba como un cordero. Tanta mierda y tanta coca, ¿No sería el monje la señal de un primer brote psicótico? De pequeño le gustaba pensar en las apariciones, soñaba con que su venerado abuelo emergía del limbo para decirle donde había enterrado las joyas de la abuela cuando les pilló la guerra en Elche.

En estas estaba cuando el comisario le levantó por las solapas y sus divagaciones se disiparon.
- Hombre, hombre, qué tal rapaz. Toma un pitillo. Tenía ganas de hablar contigo.

Jorge no le dejó continuar.
- No me va a creer una palabra pero tengo un mensaje para usted del más allá.
- ¡Uy, uyuyui! ¡Fiuuuu!-silvó el comisario abriendo mucho los ojos como esos monos tan monos de youtube.- Me cago en el divino Tiberio que moña llevas.
- Sé que es lo que parece y que incluso es verdad, pero usted no pierde nada con subir al cuarto primera de la casa de ahí enfrente y hacer que el caso de los asesinatos avance. Por lo que sé la investigación va algo lenta.

El comisario estaba todavía caliente de la refriega con el fulano aquel y ante el descaro del pornógrafo local tuvo que reprimir las presentaciones entre él y sus nudillos. Tenía que reconocer que no se estaba enterando ni de la misa a la media, y que tal vez era este el golpe de suerte que estaba esperando para que el caso avanzara.

Como una pareja de enamorados llevó del brazo a un Jorge que apenas se sostenía hasta el pie del telefonillo.

Riiiin

- ¡Suban!

Por culpa de las interminables discusiones de la comunidad de vecinos y los sucios intereses de alguno de ellos que tomaba lo suyo de las derramas, el ascensor no daba servicio y subieron los cuatro pisos a pulmón.

La puerta estaba entornada y la penumbra le puso los pelos de punta al comisario.
- ¡Oiga! ¡Oiga! ¿Hay alguien ahí?

Con aprensión el comisario empezó a hacer recuento de los bultos en su chaqueta: Las llaves del coche, las de casa, el paquete de clínex mentolados, las juanolas, la cassette de “Dinamita pa los pollos”, el abre cartas-souvenir del parador de Santo Estevo, el bloc de notas que nunca aparecía cuando lo necesitaba, las servilletas variadas que utilizaba cuando no aparecía el bloc, las bragas rojas que había ceñido en nochevieja, la estilográfica con cartuchos recambiables que usaba desde su primera comunión, el paquete de Camel light y por fin, oh Dios mío, la puta pistola, coño, casi le da un telele de tanto buscar y rebuscar y no dar con ella.

- Vamos, Jorge, pasa tu primero.

Casi a oscuras, tanteando las paredes de un cuco recibidor, un señorial pasillo y un esmerado trabajo de carpintería tangible en puertas y rodapiés transcendieron a un saloncito iluminado con velas y dominado por una mesa camilla con bola de cristal y médium.
- Os esperaba, sé a lo que venís.
- ¿Ah, Ya lo sabe y A qué venimos?
- Vienen a pedir mi ayuda. Necesitan que haga uso de mis poderes para resolver el caso de los asesinatos del río. Mis honorarios son de tres mil para empezar a hablar, luego a razón de otros trescientos al día hasta que lo resuelva, entonces finiquitamos con otros tres mil y aquí paz y después gloria. Ah, con o sin factura, yo estoy dada de alta en autónomos en el epígrafe para artistas circenses, pero ya estoy al tanto del stock en “B” que circula por las comisarías proveniente de incautamientos, redadas, fondos reservados y en fin, por qué no admitirlo, una razonable tendencia a la corruptela achacable al desgaste del puesto y el aumento del precio de la vida. En fin que a mí me da igual, por trasferencia o en sobres.

El comisario muy hasta los huevos de la burocracia y el papeleo decidió enseñarle a esa meiga quien mandaba ahí. Cogió la bola de cristal y la arrojó con toda su alma contra la pared dispuesto a hacerla añicos. Sin embargo la bola rebotó contra un somier plegable que estaba oculto tras un velo e impactó de nuevo contra la nariz del comisario, la cual empezó a chorrear automáticamente.

Por segunda vez en su carrera el comisario sacó su pistola de la funda en acto de servicio, apuntó a la bola y la tiroteó por agredir a un agente de la ley y el orden. Luego se tomó un tiempo para obturarse la hemorragia con los clínex mentolados y limpiar el arma con saliva.

Con un timbre nasal y una calma tensa el comisario se expresó de este modo:

- Bueno, pues ahora te voy a contar yo las condiciones del cuerpo de policía. Me vas a cantar una muñeira, de corrido y sin desafinar ¿Entendido?
- No sé si en estas condiciones me podré concentrar
- ¿A lo mejor te inspiras mejor en la comisaría?

 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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