PRIMER CAPÍTULO

Ha llegado la hora de matar el pasado

Demasiadas generaciones buscando El Dorado en una y otra ciudad para, después de todo, seguir en lo mismo: ella se ha ido.

Itxu Díaz es periodista, columnista y escritor. 

 

La vida tiene escalones que pueden hacerte crecer. Marta acababa de subir uno de ellos. Ese chico era un idiota. No creo que nadie pueda echarlo de menos. Ni siquiera Marta, con la emoción siempre al borde de los ojos, y un corazón, tal vez, demasiado grande. Pero la soledad es extraña cuando cae la noche del domingo, suena el eco de los tacones sobre las aceras, y el sol se cuela por última vez por el tragaluz de A Chavasqueira. Allí pasaban muchas horas juntos, cuando se querían, prometiéndose mil veranos. 

Marta se entretiene hoy arrojando piedras al agua. Una por cada ilusión. Y esos círculos que se abren le ensanchan cada angustia. Son círculos como esperanzas. Siempre espera que las cosas cambien. Una vida entera esperando, dormida en el cuerpo de la niña que aún es. 

Tiene 30 años y es una edad magnífica para vivir. Ya trabaja, como dependienta de una tienda de ropa, en el Paseo. Vende menos que las demás, pero es mucho más responsable e inteligente. Esto le hace pensar en un bonito futuro dentro de la empresa y, quizá, no necesariamente pendiente de lo que entra o sale de los probadores. Su determinación es la de un tigre. Pero la de un tigre que llora por las noches, echando de menos a Jorge, al que ella mismo ha despedido para siempre. Valiente imbécil.

Cae la noche con insoportable melancolía. Denso ocaso de verano. Caluroso y húmedo. Pablo se acerca tambaleante, golpeando pequeños guijarros por el camino. Las termas brillan en ocres y oros y algunas parejas se ciernen sobre sus propias sombras, entre besos y oscuridades. Un borracho se debate entre tirarse al agua o tirar al agua el cartón de vino. 

Los tonos malva se han disuelto ya en el firmamento negro, lleno de lágrimas de luz. Todo es tan mágico y rutinario que nadie podría imaginar que Pablo fuera a sorprender a Marta por la espalda, agarrándola con fuerza y tapándole los ojos. Juegos de niños a la edad del miedo. Es la hora los primeros temblores de los búhos en la arboleda. Esos árboles parecen fantasmas negros. 

- ¡Sorpresa! - y el grito de Marta se escucha en toda la ciudad.
- ¿Qué haces, Pablo? casi me matas del susto! -protesta Marta, pálida y desencajada.
- He estado pensando en todo lo que pasó el otro día y deberías darle una oportunidad a Jorge. 

¿Cuánto tiempo llevaría pensando esa afirmación este pobre infeliz? ¿Para qué? Nada que hablar. A Marta no le gustan las sorpresas. Esa gente que se divierte asustando debe tener algún problema, algún extraño trauma de infancia. 
Marta, molesta, se ha desembarazado de Pablo, poniéndole antes una de esas caras de asco que parecen inventadas para ser emoticonos de WhatsApp, y se pierde lenta entre las callejas, dejando a la brisa del verano su melena azabache. Hay un extrañísimo brillo de belleza en su enfado.

Al jefe de policía no le gustaba nada aquella costumbre de los jóvenes de asomarse al abismo termal de madrugada. Seis muertos en tres meses. Ni la vigilancia, ni los carteles. Los muertos que se van así no hay quien los pare en su viaje indeterminado. Pero terminado, al fin.

***
Pablo ha llegado a casa pronto y allí está papá, el señor jefe de policía, precisamente pensando que sembrar de vallas todos los lugares peligrosos sería una solución . Incluidos los termales. Seguro que no sabía dónde había pasado su hijo la tarde. Los policías, al final, nunca lo saben. 

En la habitación, a Pablo le sorprenden las llamadas constantes de Jorge. Dos treintañeros, antiguos compañeros de alcoholes, intentando convencer a una romántica, que ha decidido cortar por lo sano lo que se había vuelto insano. No puede acabar bien.
Pablo es espectador lejano del drama. Encerrado en su habitación, contempla fotos de juventud y se pregunta de qué modo pudo irse rompiendo toda su pandilla. Nada sabe de Daniel, que abandonó a su chica poco antes de la boda. María, sí, aún trabaja en un bar, como en la canción de Doctor Livingstone, pero ya no es la misma. Su sonrisa ya no ilumina la noche y sus ojos ya no son perlas llenas de sonrisas, sino el doloroso reflejo del tedio. La noche mata despacio. Demasiados años sirviendo copas. Y, bueno, Chusa tuvo gemelos, pero ninguno sobrevivió, como en la canción de Burning. Así cruza la vida como un poema de Rosalía. A Pacho, en cambio, lo ve de vez en cuando, en esos bares de la noche ourensana que aún permiten a los nostálgicos bailar clásicos de Nacha Pop, o pedir una canción de los Celtas Cortos para gritar bien fuerte eso de que todos "¡han cambiado!". Y es así. Han cambiado y hemos cambiado. 

Jorge descorcha un vino rico, obsequio de los muchos amigos del sector desperdigados por la Ribeira Sacra. "Tinto del olvido", ha pintado en la etiqueta, tapando la original. Está pensando en dejar el despacho de abogados y volver a Madrid. Allí todo era más fácil, excepto trabajar. No sabe qué es, madrileño o gallego. Demasiadas generaciones buscando El Dorado en una y otra ciudad para, después de todo, seguir en lo mismo de siempre: ella se ha ido. Quizá ella siempre acaba marchándose si te comportas como un perfecto energúmeno. Eso le martillea la cabeza. Quiere consolarse creyéndose inocente. Y apura la botella sin cenar, sin aire, y hace sonar Los Planetas para intentar odiarla un poco: Quiero que sepas que me he acostumbrado / a tus putas escenas de ahora me largo. / Lárgate ya de verdad que sería una suerte / si no vuelvo a verte en los próximos años. / Por mí que podías tirarte de un tajo / que ya lo que hagas me trae sin cuidado. / Si me pongo a pensarlo un momento / también  lo prefiero... / Así que ya sabes  / que espero que acabes / pegándote un tiro / cuando veas lo imbécil que has sido, / cuando veas que lo has hecho fatal. 

Muy bien, Jorgito. Qué valientes te hacen sentir Los Planetas. Pero Marta no te escucha todas esas bravuconadas, sedada en sus arrullos de la noche de A Chavasqueira. Ella no te escucha y es mejor. Porque por muy alto que pongas la voz de Jota en tu salón, que te amorres a esa botella y que chilles "Pesadilla en el parque de atracciones", para ti no sería una suerte no volver a verla. Y no, no te habías hartado de sus escenas de "ahora me largo". Eso solo te lo dijo una vez. Y por eso hoy no está. Y por eso estás así. Perdido. Y con la ciudad, la primavera, y tu pasado, muriéndose muy despacio. 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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