CAPÍTULO 14

Todo aquí es inolvidable

El miedo, instalado en la profundidad de su mirada que le devuelve el espejo del baño, le receta iniciar el protocolo habitual.

 

Alberto G. Valdegrama; fue subdirector de la Agencia Noticias Dicax Press y director de producción de la revista musical Popes80. Publicista, comunicador y promotor musical

No pudo evitarlo, ni siquiera gritar. La bala le atravesó el paladar y su acidez le obligó a toser ahogadamente hasta lograr escupirla, despertarse, volver a la vida, percatarse una noche más de la situación y conseguir utilizar, de nuevo, la almohada como silenciador hasta abandonar la habitación.  

Los comisarios de verdad no tienen pesadillas y aunque Esther es consciente de cada impacto de bala nocturno, nunca se las ha hecho saber. Nunca. Para el comisario, afortunadamente ella siempre duerme. Esther sabe que así es la mejor forma de quererse. La única forma. 40 años juntos, casi 35 así. Durme y deja dormir. Bonito lema para la superviviencia.

El miedo, instalado en la profundidad de su mirada que le devuelve el espejo del baño, le receta iniciar el protocolo habitual. Una vez más. Es hora de ducharse con los ojos bien abiertos hasta sentir que destierra todos los temores, con la boca bien abierta para que la acidez se disuelva lentamente. Se vaya bien lejos y no vuelva, al menos por hoy. Lo que quede de evidencia siempre lo disfrazará de mal humor.

Las rebanadas saltan de la tostadora sobrecogiéndole, maniobra equivocadamente la sartén con dos huevos fritos saltones, que encabronadamente le devuelven un borbotón de aceite, tatuándole un rojo circular preocupante en el torso. No grita, los comisarios no gritan por estas cosas pero sí corren enmudecidos hasta el botiquín donde nunca está lo que debería estar.

- Esther, ¿dónde rayos está la pomada de las quemaduras?

- ¿Qué te ha pasado?

- No, por ordenar el botiquín, está hecho un desastre, falta de todo, por dejarlo como debe estar, que para eso es un botiquín. Bueno, mujer, ¿dónde leñes está?

- La tendrá Pablo en su cuarto, se quemó el sábado la pierna con el tubo de escape de la maldita moto, que no sé para qué se la compraste.

La habitación de Pablo presenta el mismo desorden de ayer, no más porque marchó antes de la cena, últimamente no pernoctaba en la casa familiar en sus días de libranza; “a donde me lleve la Susana”, le gustaba decir mientras acariciaba el lomo de la Suzuki cuando se despedía, y su madre le interrogaba sobre su destino. Todas las madres lo hacen desde tiempo inmemorial. Y todos los hijos se marchan.

Bajo el escritorio, junto a las mancuernas, agonizaba retorcido el tubo con lo que quedaba de la crema que hubiera podido devolver a su torso el color carne natural. "¡A la mierda!", vociferó ordenando a la rabia contenida que atente desde la punta de su pie contra el único tesoro del hijo, la vitrina que custodia su colección de comics. A pesar de ser consciente de haberle provocado destrozos propios de un seísmo de magnitud siete del tal Richter, no le parecía suficiente castigo, pero ya estaba su mujer gritándole que qué estropicio había sido ese, que en esa casa una no puede estar tranquila y que si estaba bien.

- Todo bien, tranquila, simplemente estaba dejando una nota a Pablo sobre qué hacer cuando agota una pomada o cualquier otro utensilio importante de un botiquín. Pedagogía.

- Vale, comprendo, es pedagogía...

Esther se quedó intranquila pero nunca se presenta en la escena de un crimen cuando su marido ha sido disparado por la noche, y menos aun cuando sabe que ha debido quemarse cocinando.

Cuando sorteó los añicos y se disponía a salir del cuarto, le pareció que de entre los pliegos de uno de los comics asomaba una fotografía que por alguna extraña razón reclamaba su atención. 
Apenas unos ojos, rasgados, orientales. Una mirada que le hizo tirar de la foto exclamando "¡pero qué demonios!" al contemplar una escena propia del Decamerón, un nudo de piernas y brazos masculinos, enhebrando a la chica que escupió el Miño. Pero lo que paralizó el tiempo de contemplación fue descubrir que al menos dos piernas y dos brazos eran de su hijo Pablo, que ocultaba el rostro; y al otro actor de la escena no era capaz de reconocer. Quién era su hijo, qué coño hacía la chica muerta con él, por qué no dijo que la conocía. Y la última pregunta que le crepitaba en la cabeza era porqué figuraba la firma de un tal Pacho en la trasera de la instantánea con la anotación "A Fonte, inolvidable”. ¿Cuál de ellas? ¿Cuál sería esa "fonte"? En la gran urbe termal, están por todas partes. Esas termas, estas termas. Las aguas, las burgas, todos esos lugares de los que manan líquidos de temperaturas imposibles, con condiciones mágicas, y que tanta gente se ha acercado a conocer, desde tantos lugares del mundo. ¿Por qué inolvidable? De algún modo, todo aquí es inolvidable.

Esther se quedó impávida al comprobar el lamentable estado del mobiliario rey de su hijo, su marido salió de casa sin despedirse y sin saber a dónde dirigirse ni qué hacer,su mente estaba en modo turbina proyectando fogonazos familiares de toda una vida,igual que cuando uno va a perderla. Un hijo en la cárcel es una forma de perderla para un comisario.

*** 

Nunca encendía la radio, le desconcentraba pero pasaba compulsivamente todas las emisoras, esperando encontrarse con alguna noticia que comunicara que habían aparecido nuevas pruebas que podrían incriminar a su hijo con los asesinatos. No pensaba con claridad, por primera vez en mucho tiempo, y sólo imaginaba a su hijo en las portadas de los diarios de mañana. 

Por tercera vez llamó a su hijo, por tercera vez no obtuvo respuesta y por primera vez en su vida perdió el control del coche en una curva precipitándose por una ladera hasta ser brutalmente frenado por dos árboles. Y tras el estruendo, Los Limones desde la radio enarbolaban Ferrol. Las canciones de los accidentes se graban en la cabeza para toda la eternidad. Ya nunca soltará ese estribillo lleno de rabia:

“Sé que aquí nací
y aquí quiero quedarme
aquí está mi hogar,
donde se acaba el mar”.
 

 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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