ENTROIDO | CRÓNICA

Dulce espera con un chicle pisado

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photo_camera La charanga Támega se encargó de amenizar la espera del cigarrón con sus animada puesta en escena.

La mañana y la tarde previas a la gran noche del sábado me llenaron el cuerpo y el alma de buenas vibraciones. Hubo momentos placenteros como al bautizo de dos nuevos cigarrones, el de dos niños emocionados y asustados.

Siempre detrás de la charanga de turno y dejando paso al cigarrón,  que manda en esta tierra verinense. Con un impresionante sol que tiene que dejar que hoy luzca como nunca el desfile de comparsas, la mañana y la tarde previas a la gran noche del sábado me llenaron el cuerpo, y el alma (por si la hubiera),  de buenas vibraciones (que diría o noso Noguerol), de momentos placenteros antes de la comida en la terraza de La Mercé y de una tarde entusiasta de preparación de disfraz -ayer tocaba indumentaria hippie con cierto toque a una Janis Joplin autóctona o enxebre? como prefieran-  para la gran fiesta del sábado noche.

Amanecí ayer recuperada de las comadres, después de que el viernes me llevasen, a rastras, a dormir, al filo de las tres de la madrugada. No quería acabar tan pronto la noche pero, en realidad, nos había dado la pájara esperando por la cena, no porque el restaurante se demorase sino porque era grande, y mucho, la cola de clientes hambrientos que aguardaban, como yo, por el menú con el que mantener el cuerpo a tono. 

Menos mal que un chicle pisado -tal cual, ahora les explico- endulzó nuestra espera con una botella de vino de Monterrei. Era Ibon, un joven vasco estupendo atraído por la llamada de la tierra del cigarrón y que se disfrazaba de chicle pisado, una vestimenta a base de una túnica de color fresa ácida y una zapatilla sobre su cabeza; atónitos quedamos cuando explicó aquella inusitada indumentaria. Superada la impresión y tras un buen sueño, el sábado se presentaba fantástico. Y pienso que lo fue. Ducha rápida, desayuno en el café, callos de tentempié y sombrero "fedora" (internet dixit) tuneado con flores para cubrirme del sol. Por el camino, nos refrescamos con el disfraz de Fan-fan, eterno entroideiro que pasea cada año la misma silla de ruedas donde reposa un muñeco de edad avanzada que él identifica con un amigo del alma. Lo del agua viene porque, de paso que transita por las calles y se hace notar con una sirena, va soltando agua al que se le pone delante; ayer yo, que iba sin gafas y no lo vi bien; mierda de miopía.

Descubrí un perfecto disfraz de avestruz, que pienso copiar para el próximo año (aún tengo que pensar cómo entraré en los bares con ese armatoste) y encontré la pamela perfecta para la primera comunión a la que debo asistir hoy a la hora de comer, la de dos hermanos de 41 y 17 años. Promete.

De vuelta a ayer, decirles que optamos por una comida suave -chupito incluido, eso sí- porque la cena apuntaba a generosa e, inmediatamente, al bautizo de dos nuevos cigarrones, el de dos niños emocionados y asustados por la expectación que generaron. A su lado, una treintena más, adultos, convertidos en auténticos ídolos a juzgar por la insistencia con que los visitantes pugnaban por fotografiarse con ellos; el veterano cigarrón André Guerra, homenajeado en el mismo acto y el bispo Pesca, que bautizó y bendijo a los neófitos al tiempo que repartía caña a la clase política; como debe ser en un Entroido que se precie. Y 

espectacular la charanga Támega, que amenizó la espera del cigarrón y nos mantuvo atentos y despiertos, a golpe de meneo de cabeza y canción colectiva. 

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