con los protagonistas de la historia

El día que don Juan me vetó en un almuerzo

photo_camera Ana Tutor y Alfonso S. Palomares, con don Juan de Borbón en un cóctel en la embajada de Suecia.

La víspera de la comida, Anson me llamó por la noche a casa para decirme que don Juan no quería que yo asistiera a esa comida porque no quería un testigo extraño

Que Luis María Anson es un gran periodista nadie lo duda, lo demostró mil veces, pero para los que hemos seguido con atención sus peripecias vitales pensamos que fue tan buen conspirador como periodista. En cualquier caso fue muy precoz y brillante en las dos tareas.

A los veinte años reinaba ya en la tercera página del ABC, reservada para las plumas más brillantes e influyentes. Casi inmediatamente se integró en el Consejo Privado de don Juan de Borbón, en su secretariado y en su gabinete de información. Desde entonces participó en todas las conspiraciones contra Franco y a favor de don Juan, permaneció junto a él en los momentos de esperanza y en los más amargos, a veces terribles. Escribió bajó el titulo de Don Juan, el libro más documentado que se ha publicado sobre el personaje aparte de miles de artículos. De un príncipe desventurado hizo un monarca trágico digno de la pluma de Shakespeare, o mejor de Esquilo, pues como personaje de Esquilo lo vio Anson aquel 16 de julio de 1969, después de leer en el despacho de su residencia de Villa Giralda en Estoril, en voz alta,  la carta manuscrita de Franco al Rey,  en la que le daba desde la primera línea la estocada mortal: “En cumplimiento de la Ley de Sucesión tomo la decisión de proponer a las Cortes mi sucesor en la Jefatura del Estado, a favor de vuestro hijo don Juan Carlos. Quiero comunicároslo y expresaros mis sentimientos por la desilusión que pueda causaros, y mi confianza de que sabréis aceptarlo, con la grandeza de ánimo heredada de vuestro augusto padre D. Alfonso XIII”.


Protagonismo clave


Al terminar la lectura,  se quedaron los dos en silencio que duró muy poco, porque don Juan lo rompió con un “¡Qué cabrón!”, pronunciado con la voz de la derrota inaceptable. El rey que ya nunca sería rey se hundió en un sillón, mudo y malherido con la mirada entristecida y turbia, y en esa imagen desolada  fue cuando vio Anson al mejor Esquilo de la Orestiada, al Sófocles más turbulento de la Antígona estremecida. Es más, según Anson, a ninguno de los dos se les hubiera ocurrido escribir una tragedia tan profunda como la que en ese momento desgarraba al rey de España. En ese momento, el gran conspirador que era Anson, empezaba otra lucha y otras conspiraciones en las que Anson asumió un protagonismo clave con un discurso ideológico bien trabado, frente a la dictadura de Franco, en el que don Juan encarnaba la libertad. Se lo oí muchas veces y también los había leído en los diversos comunicados del Consejo Privado de don Juan, donde reconocía la sonora prosa de Anson. Por eso me extrañó leer en la segunda página de su conocido libro, Don Juan, publicado en diciembre de 1994, esto: “La verdad de fondo cruda y descarnada, es que, en la contienda entre don Juan y Franco, las posiciones ideológicas contaron poco. Fue sencillamente una lucha sin cuartel por el poder. Ahí está la clave para entender todo lo que ocurrió”. Me decepcionó, lo que yo pensaba que eran ideales, eran brutales egoísmos de poder.

No fui testigo directo de las batallas encarnizadas, pero pude presenciar, en vivo, el paisaje después de la derrota, esta vez aceptada, y el desmantelamiento de los campamentos de don Juan en la reducida corte de Estoril. Una corte que tampoco era corte, todo era virtual antes de que existiera lo virtual. 

Cuando se anunció que don Juan renunciaría a los derechos dinásticos a favor de su hijo don Juan Carlos, el 14 de mayo de 1977, un mes antes de las primeras elecciones democráticas, yo era director de la revista Posible donde preparamos una importante cobertura de ese acto con una crónica de fondo sobre las inútiles, pero convenientemente resaltadas, guerras de don Juan. Llamé a Luis María, como le conocíamos los amigos, a su despacho de presidente de la Agencia Efe, para pedirle un artículo de opinión sobre “su destronado rey”, añadí como coletilla. Me preguntó bajo que titulo general pensábamos publicarlo. Le dije que tendría como antetítulo “Don Juan cede sus derechos” y como titulo sobre el rostro difuminado de don Juan: “La Corona antifranquista”. Le gustó la idea y a las dos horas tenía sobre las mesa de mi despacho dos folios bajo el rotundo título de: “Don Juan o la libertad”. Como diría él, sus palabras temblaban de emoción al escribir. Lean dos líneas: “Don Juan representó siempre la libertad frente a la dictadura. Su luz iluminaba la suciedad de no pocos sectores del país y desvelaba la corrupción enroscada en los tejidos muy profundos de la estructura nacional.”

Al día siguiente de salir el número a los quioscos me llamó para felicitarme por lo bien que había quedado el número dedicado a rey. Era pertinaz, seguía llamándole rey a pesar de ceder sus derechos sucesorios. Anson es así, cree sus dogmas. Me invitó a acompañarle a la celebración, que ya no sería celebración a la celebración, del santo de don Juan en Estoril el próximo 24 de junio. Faltaba un mes. Le contesté que aceptaba, pero si me concedía una entrevista.

Cuando llegamos a Estoril dejó la maleta en la conserjería del hotel y se marchó a una reunión que tenían en Villa Giralda, tal vez para disolver el Consejo Privado, nos citamos a la mañana siguiente en el desayuno. Efectivamente, a la mañana siguiente apareció lleno de energía fresca, y lo primero que me dijo fue que el triunfo de don Juan había sido rotundo al entregarle a su hijo una corona prestigiosa e incólume. Estaba más animado que la víspera, una misma cosa puede verse de distintas maneras, depende desde donde se mire. Me dijo que a mediodía iríamos a comer al restaurante Joao Padeiro en Cascais con don Juan y algunos de sus fieles. Por la tarde podría entrevistarle en Villa Giralda.

En el restaurante pude comprobar que ellos eran: don Juan, al que trataban de Majestad y Señor; el duque de Alburquerque, jefe de la Casa del Rey hasta aquel momento; el conde de los Gaitanes, jefe del Gabinete del Consejo Privado o algo así; don Pedro Sainz Rodríguez, que según Anson era el conspirador más ingenioso de aquel reino desvanecido; Joaquín Satrústegui y Luis María Anson. Me sentí extraño, era evidente que no formaba parte de ese mundo viniendo de Calvos de Randín, pero fueron tan exquisitamente amables conmigo, especialmente don Juan, que terminé integrándome en la conversación, aunque fue una conversación de recuerdos y nostalgias. Brindamos por el Rey, no por don Juan Carlos sino por don Juan.

En octubre de aquel año, cuando Felipe González era ya el brillante jefe de la oposición, en una de mis múltiples charlas con Anson, me dijo porque no montaba una cena con Felipe en su despacho de Efe. En su libro Don Juan, el entonces lo cuenta así: “En octubre de 1977, durante una cena con Felipe González y su amigo el periodista Alfonso S. Palomares, el pujante líder socialista manifiesta a  Anson su vivo deseo de conocer a don Juan”. Todavía no ha tenido ocasión de departir con él. Cuando leí el libro no me fije en ese detalle, ya que mis recuerdos de esa cena, debido al tiempo trascurrido, estaban bastante borrosos, pero cuando le mostré a Felipe González esa página, una mañana de domingo en el Palacio de la Moncloa, cuando ya llevaba más de doce años como presidente del gobierno, se pronunció de manera tajante: “Yo no manifesté a Anson ni a nadie, ningún vivo deseo de conocer a don Juan. Fue él quien dijo que a don Juan le gustaría conocerme. Exactamente al revés de cómo lo cuenta”.

Recientemente encontré una nota sobre aquella cena donde apunté que Anson le comentó a Felipe que don Juan tendría mucho interés en conocerle. Entre Ansón y yo organizamos un almuerzo en Zalacain para que se conocieran. Anson lo cuenta así: “Anson organiza un almuerzo en Zalacain, al que asisten don Juan, Sainz Rodríguez, el duque de Alburquerque y Luis Rosales. Con Felipe acude Alfonso S. Palomares, que ha contribuido con diligencia a la preparación del encuentro.

- No quiero que esté Palomares -le dice al entrar en el restaurante, don Juan a Anson, quien a pesar de la violencia arregla las cosas como puede-.

No fue así. La víspera de la comida, Anson me llamó por la noche a casa para decirme que don Juan no quería que yo asistiera a esa comida porque no quería un testigo extraño que avalase la versión de Felipe por si surgía un debate inesperado.

Sigue contando Anson: “Durante la sobremesa muy distendida, Felipe González le planteó a don Juan: El resultado que mi partido ha obtenido en las pasadas elecciones ha sido excelente. Yo quisiera preguntarle si la Monarquía aceptaría una eventual victoria socialista en unos comicios”.

Felipe saltó como un resorte al leer esto y comentó: “Como puedes comprender, solo recuerdo vagamente aquella comida y por lo tanto no se con precisión lo que dije, pero hay algo que yo nunca preguntaría a don Juan ni al Rey: si aceptarían una eventual victoria socialista. La soberanía no reside en el Rey sino en el pueblo. Ha quedado muy claro en la constitución. Díselo a Anson.

Tiempo después me encontré con don Juan en el hotel Meurice de Paris. En medio de la charla le recordé que me había vetado en un almuerzo con Felipe en Zalacain. No fue posible. Tuvo que haber una confusión. Me quedé pensando si el veto no se debía a la estrategia de sus asesores de comunicación. No a don Juan. 

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