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Creatividad para el progreso

City and office sketch of an architect
photo_camera Un arquitecto diseñando la ciudad.

En el plano productivo se circunscribía a los creadores de una buena idea sobresaliente para generar un negocio, lo que podríamos comúnmente asimilar a inventores.  

La creatividad es un aspecto clave del crecimiento económico. Es relativamente reciente,  sin embargo,  la aplicación del atributo de la creatividad a las ciudades, a las empresas o a una sociedad. Hasta la década de los noventa del siglo pasado, la cualidad de generar nuevas ideas era un tema que se analizaba casi exclusivamente en la esfera de la psicología del individuo. La creatividad era hasta entonces una cuestión del azar reservada para la  genialidad puntual de personas con predisposición innata para ello, vinculada en gran medida a la artes y a lo sublime que traslada la sensibilidad humana. En el plano productivo se circunscribía a los creadores de una buena idea sobresaliente para generar un negocio, lo que podríamos comúnmente asimilar a inventores.  


No obstante, desde hace una década han proliferado los estudios y los debates sobre el caldo de cultivo que favorece la innovación y el desarrollo de las ciudades y los espacios económicos. La globalización, los cambios tecnológicos, la complejidad de los negocios y la necesidad continua de adaptación han puesto el foco en los marcos de  creatividad e innovación que provocan la prosperidad de unos territorios en contraposición a otros.
Un punto de inflexión en este debate lo introdujo el sociólogo Richard Florida a partir de la publicación en el 2008 del libro “Ciudades creativas”, en el que identificaba el concepto de clase creativa. Según  Florida, la clase creativa es un estrato de social de individuos y profesiones cuya ubicación y relación explica las claves de la evolución de los principales núcleos urbanos del mundo.


Florida dice que la clase creativa es una clase de individuos cuya tarea consiste en crear nuevas formas de hacer las cosas. Este grupo incluye la gente dedicada a la innovación, el diseño, la generación de nuevos modelos de negocio, la formación, las artes, la música y el entretenimiento, cuya función económica es la creación de nuevas ideas, nuevas tecnologías y/o contenidos creativos.  Su trabajo principal es pensar y crear nuevos enfoques para detectar y resolver problemas.
Este grupo tiende a concentrarse y crear economías de escala en lugares propicios para el desarrollo de su personalidad creativa. Así, según este autor, en un futuro la competencia se establecerá entre áreas metropolitanas en función de su capacidad por atraer y generar un ambiente estimulante para la innovación en el que todos los factores sociales están relacionados.

El arte, la cultura, la tolerancia, el gusto por la diversidad y por los modelos abiertos de sociedad, son factores que anticipan la innovación en un marco de identificación positiva del individuo con el entorno que se ha dado en llamar “mercado afectivo” y que en última instancia transforma creatividad en valor económico.
Hasta el clima sería un valor del ecosistema a tener en cuenta. A principios del milenio, Reino Unido, Alemania y muchos países de Europa Central temían que el sur de Europa se acabase convirtiendo en la “California” y la “Florida” del continente, resultando un punto de encuentro de la clase creativa europea, con el consiguiente trasvase de potencial tecnológico y productivo en un viaje norte-sur. Ante el temor a que el norte, por el contrario, se pudiese parecer cada vez más a un posible “Detroit”, muchos planes y apuestas institucionales, empresariales y lobbistas se encaminaron a favorecer su tejido innovador. Berlín es hoy un ejemplo del resultado de estas políticas, que también tienen su reflejo en muchas ciudades de los países nórdicos, pero en todo caso, ese temor inicial por una eclosión innovadora de los países del sur, resultó infundada.

España, Portugal Italia y Grecia cayeron en la trampa defensiva que como barrera perceptiva significó la denominación de PIGS, para resultar una profecía autocumplida en el terreno económico. España apostó por el ladrillo, el clientelismo y un gusto por el enriquecimiento rápido en lugar de aplaudir el liderazgo transformador. En definitiva, cuajó la peor versión de unos estereotipos que han trasladado una realidad del país que todavía, quizás, tengamos que superar para destacar como entorno innovador. Esa es la verdadera crisis y ahora tenemos una oportunidad de hacer las cosas de otra manera. Esperemos que la destrucción que ha traído la crisis sea, cuando menos, utilizando el término Shumpeteriano, creativa.

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