ÁGORA ECONÓMICA

El fracaso olímpico del modelo de las materias primas

El interés sectorial en los mercados emergentes gira hacia los servicios, particularmente la tecnología tecngíasocioeconómico.

Brasil acoge los juegos con toda la trascendencia mediática que esto conlleva, pero ya no transmite una imagen siquiera parecida a la que presentaba cuando ganó la candidatura hace siete años. Brasil era por aquel entonces una economía en plena expansión. Era la B que daba inicio al acrónimo de los BRICS, conjunto de países (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que habían iniciado el siglo con unas excelentes perspectivas, las cuales se hicieron realidad durante más de una década al calor del auge del precio de las materias primas y el fuerte tirón de China como nueva potencia y gran socio inversor en muchas economías de Iberoamérica y África. Todos ellos se hicieron acreedores de participar de forma estelar en el siglo XXI. Todos, a excepción de la India, albergaron eventos como olimpiadas o mundiales de fútbol, o ambos como el caso de Brasil y  también Rusia, que tras las olimpiadas de invierno celebradas en Sochi en 2014,  será sede del próximo mundial de fútbol de 2018. 

OCASO DE LOS BRICKS
Pero este fulgor estelar se ha apagado. Desde hace dos años el panorama ha cambiado. El acrónimo BRICS ya no está de moda y es sinónimo de crisis e inestabilidad, sobre todo cuando va unido a dependencia del crudo y de materias primas. Los BRICS representan un modelo que parece agotado. El precio del petróleo entró en caída libre en 2015 y China, aún siendo ya una incontestable potencia que consigue mantener una fuerte ritmo de expansión, también ha ralentizado sus tasas de crecimiento en el último año, dejando al descubierto ciertas vulnerabilidades macroeconómicas que han debilitado su posición como importador y han alterado en cierta medida sus planes de inversión en otras economías emergentes. En este contexto muchas economías dependientes del tráfico de commodities y de la evolución del gigante asiático se hundieron. Es el caso de Brasil.

El país sudamericano se convierte en la primera nación del mundo en ser sede de las olimpiadas  mientras enfrenta una recesión económica. Brasil está atravesando su peor contracción económica desde los años 30 del siglo pasado y han quedado al descubierto muchas de las carencias estructurales que el periodo de auge mantuvo veladas. Como la mayoría de economías latinoamericanas, y más allá de la coyuntura de las materias primas, sus problemas derivan de un denominador común: déficit de infraestructuras, corrupción, violencia, bajo nivel de formación, crecimiento demográfico descontrolado, deterioro medioambiental galopante y baja orientación a la innovación.  Así, si bien hay que señalar que en toda Latinoamérica, según datos de la ONU, 72 millones de personas salieron de la pobreza en los primeros 15 años del siglo XXI –la mitad en Brasil– y 94 millones entraron a la clase media, sobre todo en Argentina, Brasil, Colombia, México y Perú, entre 2015 y 2016 aumentó el número absoluto de pobres por primera vez en 10 años. Sería fácil atribuir a las recetas económicas tradicionales la solución a este declive, pero lo más complicado es valorar factores sociológicos y de modelo socioeconómico, tan importantes en el caso concreto de Brasil como en la práctica totalidad de economías latinoamericanas para aprovechar el gran potencial del continente.

La economía brasileña retrocedió un 0.3% en los primeros tres meses de este año, una cifra ligeramente menor a lo esperado, pero que supuso ya cinco trimestres consecutivos en contracción. Para el conjunto del ejercicio 2016, el Fondo Monetario Internacional prevé una reducción del PIB del 3.3%, tras el descenso del 3.8% ya registrado en 2015. Sin bien es cierto que este mismo organismo espera una ligera mejoría en 2017, con un avance del PIB del 0.5%, otras variables como la inflación alcanzan ya el 9% y el objetivo oficial para el 2017 no baja del 6%. También el desempleo supera el 11% y la recuperación de la actividad será lenta.

En cuanto a la evolución del tipo de cambio, baste decir que, desde que Brasil fue designada sede de las olimpiadas, el real se ha depreciado más de un 40% con respecto al dólar. En todo caso, la competitividad generada por el menor valor de su moneda puede jugar un papel fundamental para mejorar su balanza de pagos y la demanda externa, sobre todo por parte de China y también Argentina como principales socios comerciales. En este sentido se respira cierto optimismo, sobre todo en lo que refiere a las compras del gigante asiático en el segundo trimestre de 2016 y también por la previsible estabilidad a corto plazo del precio del barril de petróleo en un intervalo entre los 40 y 50 dólares, con la previsión de un repunte a finales de este ejercicio y el posible inicio de una senda ascendente que, según la mayoría de los analistas, podría llegar a consolidar un precio en torno a los 70 dólares por barril en 2017. De cumplirse estas expectativas, supondría un respiro, tras dos años muy duros, para su balanza comercial y una de las principales fuentes de ingresos del estado.

A los problemas económicos se le ha añadido una crisis política. La presidenta Dilma Rousseff fue suspendida en mayo por violar las leyes presupuestarias del país, quedando abierto el camino del “empeachment” a la mandataria, tras ser refrendado por mayoría esta misma semana en el Senado de Brasil. Asimismo, también sigue en marcha la investigación sobre una gigantesca red de corrupción en la  petrolera Petrobras que salpica al carismático expresidente Lula da Silva.

En esta atmósfera poco alentadora, los Juegos Olímpicos pueden suponer un punto de inflexión para mejorar la imagen y la proyección del país, aunque todo indica que puede ocurrir todo lo contrario. Por un lado, las olimpiadas, al igual que el mundial de fútbol celebrado recientemente en el país, acumula importantes sobrecostes. Se estima que el 60% del presupuesto destinado para los Juegos Olímpicos proviene del sector público y el Estado ha tenido que afrontar en los últimos dos años los abultados déficits en los fondos otorgados a la ciudad de Rio, con el consiguiente impacto presupuestario negativo justo en un momento ya de por sí delicado para las finanzas públicas. Por otro lado, las semanas previas a los juegos han sido un cúmulo de problemas para la imagen del evento, reflejo de las circunstancias que envuelven al país. Varias delegaciones han sufrido robos o han estado en el entorno de tiroteos.

Muchas de las sedes para deportistas sufren deficiencias de construcción o equipamiento, habiendo renunciado incluso algunos equipos a residir en la villa olímpica. La bahía de Río y las aguas en las que van a desarrollarse las pruebas náuticas acumulan un alto nivel de contaminación, tanto es así que en un insólito comunicado se recomienda a los participantes no abrir las boca en las pruebas, al tiempo que los medios se hacían eco de la presencia de una superbacteria en las aguas de la bahía. Si a ello añadimos la amenaza del virus del Zika y el clima de agitación social, el evento que se anunció en su día como la apuesta para batir a Barcelona 92 como los mejores juegos de la historia y un ejemplo de olimpismo y calidad, pueden derivar en los peores de la era moderna y una pésima tarjeta de visita para los primeros celebrados en un país latinoamericano

La calle también está dividida. Aproximadamente la mitad de la población rechaza la celebración de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro por motivos económicos, argumentando que no es momento de dispendios ante la crítica situación. Otros muchos siguen manteniendo que es un escaparate ante el mundo, la oportunidad definitiva para dar un paso adelante y provocar un cambio de gran envergadura.

EL AUGE DE LOS TICKS
En el Sambódromo, uno de los lugares que mejor refleja la idiosincrasia de Brasil, el tirador con arco coreano Kim Woojin lograba el primer record mundial de las olimpiadas al registrar un asombroso acierto y efectividad en el centro de la diana. Este hecho podría ser un símil del cambio de tiempo que estamos viviendo. El nuevo orden de las cosas está poniendo los ojos en los TICKS, en lugar de los BRICS. Los TICKS, con Taiwán y Corea del Sur como países de referencia, han descabalgando a países centrados en materias primas como Brasil y Rusia en las principales tendencias de inversión y en la orientación de los fondos que operan en economías emergentes. Este nuevo y pegadizo vocablo empezará a sonar con fuerza. Se corresponde con la inicial de los siguientes países: Taiwán, India, China y Corea del Sur. Este redireccionamiento de la atención dentro de los mercados emergentes tiene a su vez que ver con una  reorientación sectorial hacia los servicios, particularmente la tecnología, al tiempo que el comercio de productos físicos, especialmente los commodities, da un paso atrás. 

Así, en términos geográficos, esto supone que el foco comercial e inversor se desplaza a Asia y a la cuenca del Pacífico. Esta tendencia no afecta positivamente a Europa, cercada por zonas en conflicto y condicionada comercialmente a este y oeste por los problemas con Rusia y el reciente Brexit respectivamente, lo que supone un mercado atlántico y una cuenca del   Mediterráneo en claro declive. Tampoco es una buena noticia la contracción de Latinoamérica, en concreto para España. Por el contrario, China y Estados Unidos están reforzando sus lazos comerciales en sus respectivas zonas de expansión natural, ante el previsible nuevo escenario de pujanza para las próximas décadas. Como ejemplo cabe señalar, por un lado, la dinámica de inversiones transfronterizas del nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII).

La primera institución financiera multilateral liderada por China es ya una realidad desde enero de este año y su objetivo, en palabras del presidente chino, es desarrollar grandes planes y atraer más  inversión a la región. Además de China, Corea e India son accionistas de referencia en una institución de la que participan muchas de las principales economías del planeta. Por otra parte, en competencia directa con los programas a través de los que China pretende liderar la región, Estados Unidos y Japón sellaron a finales del pasado año el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, en sus siglas en inglés) con otras diez naciones. Un pacto de  libre comercio en la cuenca del Pacífico que se convierte en uno de los acuerdos regionales más grandes de la historia.
En el fondo, este cambio representa la nueva era de la tecnología en contraposición a la fugaz moda de los países productores de materias primas, quizás el último coletazo del siglo XX en pleno siglo XXI. El impacto es visible sobre todo en los países productores de petróleo.

Los países del Golfo Pérsico, Rusia, y muchas economías de África y Latinoamérica tardarán en repetir las altas tasas de crecimiento que registraban hace apenas un par de años. La gran decepción es el insuficiente provecho que de este periodo de esplendor han sacado las economías latinoamericanas con Brasil a la cabeza, incapaces de dar el salto pleno a una sociedad moderna a través de  un cambio cualitativo en muchos frentes. Hubo una parte de espejismo que ahora se hace palpable en todo el subcontinente. Más allá de la bondad o acierto de los distintos gobiernos de la región, el pasado de Latinoamérica como cloaca de la guerra fría y su deterioro económico pero sobre todo social desde los años 50 y 60 del pasado siglo, parece una maldición imposible de superar, siquiera en los tiempos en los que el viento ha soplado a favor. 
Economías como Brasil, aparte del enorme potencial de sus condiciones naturales, tiene ya de por sí factores cualitativos e intangibles de indudable atractivo para impulsar su economía.

Hasta la belleza, la “samba” y la creatividad son factores claves para la innovación, pero la apuesta por la imaginación va unida a una mayor exigencia comparativa en valores éticos, culturales, comerciales y de civilización que permitan trasladar la energía “soñadora” al sistema productivo e institucional para ser capaz de crear una sociedad próspera y un escenario atractivo. Volviendo al símil, mientras el lanzador coreano batía con asombrosa precisión todas las marcas en el individual y mecánico tiro a la diana, el equipo de fútbol “brasileiro”, el valor de conjunto del “jogo bonito”, no era capaz siquiera de batir a la débil selección de Irak. El deporte también dice mucho de los países, de su sistema socioeconómico y de su posible evolución. La crisis de modelo en Brasil, de momento, es profunda, y su gestión un reto de envergadura.

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