ÁGORA ECONÓMICA

No se preocupen del nacionalismo catalán, sino del chino

Nada parece frenar al gigante asiático y los puntos críticos de su economía han ido quedando en segundo plano

China intenta dar una vuelta definitiva de tuerca a su modelo de dos fuerzas, una centrípeta de nacionalismo hacia dentro, donde las decisiones centralizadas de sus poderes políticos y económicos tienen un componente  de estrategia nacional y otra centrífuga que expande su globalismo hacia fuera con visión expansiva de sus inversiones y acuerdos comerciales.

En realidad China refleja como país el momento que se vive actualmente en todo el mundo, que por una parte parece derivar hacia un auge generalizado de sentimientos nacionalistas y que por otro lado camina sin cesar hacia una globalización imparable de los factores de producción y del consumo, aunque no de los centros de decisión y financiación, los cuales tienen un marcado “ambiente territorial”.

NACIONALISMO MECÁNICO

El nacionalismo se expande acompañado en muchos casos de un componente militar y el renacimiento de un culto a la personalidad que parecía superado hace apenas unas décadas. En el caso chino, Xi Jiping ha sido reelegido para dirigir el rumbo del país, tratando de elevar su imagen de visionario y estratega hasta el nivel de “gran timonel” de esta nueva era. Se prepara ya un marco de doctrina y principios emanados del actual presidente para incluir en la constitución y enseñar en las escuelas, reforzados, en paralelo, por las enseñanzas de la supremacía de la sabiduría china a través de las enseñanzas de Confucio para logar la perfección humana.

Para ser justos en el haber de la etapa de Xi hay que enumerar los grandes proyectos desarrollados en muchos ámbitos y la reducción drástica la pobreza en el país, factores que el líder ha aprovechado para proyectar el relato oficial, apoyado también en un reciente orientación  paternalista y hasta cierto punto rigorista, al censurar la ostentación de riquezas, la extravagancia en los medios de comunicación y en especial para lanzar fuertes ofensivas anticorrupción en todos los niveles.

Pero el nacionalismo chino no es precisamente romántico, su poder reside en el mecano expansivo que ha generado y toma especial relevancia en estos momentos. Su objetivo es  alcanzar el liderazgo mundial con una estrategia que hacia fuera es poco ególatra en las formas y de momento muy  efectiva en el fondo. Ante la pérdida de influencia de los EEUU y el carácter poco seductor de Donald Trump, Xi Jinping se erige en el nuevo defensor de la globalización comercial tras lograr que su país sea el principal socio comercial de un centenar de países, casi el doble que EE.UU. Asimismo ha impulsado el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras para marcar un nuevo inicio del orden mundial y China presta ya más a los países en desarrollo que el propio Banco Mundial. El macroproyecto de La Ruta de La Seda prevé crear en tiempo récord una gran arteria de comunicación para el tránsito de mercancías y, por si fuese poco, el país se ha convertido en exponente de la lucha contra el cambio climático a pesar de la degradación de sus espacios naturales y la mala fama de su país cuando se habla de contaminación. También promete una mayor apertura del mercado y la protección de los intereses de los inversores extranjeros, aunque desde siempre se le ha reclamado al país asiático una mayor apertura a la inversión y al comercio extranjeros que de momento no es reciproca, ya que a día de hoy las empresas foráneas no reciben idéntico trato al proporcionado a las compañías chinas que invierten fuera de sus fronteras. 

En cualquier caso, nada parece frenar al gigante asiático y los puntos oscuros del endeudamiento empresarial y los riesgos de su sistema financiero han ido quedando en segundo plano. Sus previsiones de crecimiento incluso se aceleran y este año podrían acercarse al 7%. 

MALOS TIEMPOS PARA LA RAZÓN

A pesar de estar en un ciclo de cierto optimismo en el plano económico y tecnológico, más allá de las crecientes desigualdades, parece que son malos tiempos para la ilustración en términos culturales y sociales a nivel global, pero cuando menos el nacionalismo autoritario chino aspira a un fin de orden práctico en cuanto a disputar el liderazgo a escala mundial, al igual que el de Donald Trump con su “America First” puede, a su vez, tener un fin político y defensivo en esa disputa. Lo preocupante es que aprovechando esta estela se ha destapado la efervescencia generalizada de los nacionalismos que apuran la moda a falta de otros estímulos emocionales más constructivos y cuyo valor estratégico es en muchos casos negativo. El ejemplo claro es Europa, donde surgen por doquier banderas y reivindicaciones de identidad nacional con más pasión que justificación. 

Los países del este de Europa se encaminan hacia el autoritarismo de corte antieuropeista, la fragmentación política se acelera en los principales parlamentos del continente dando entrada a partidos antisistema o ultranacionalistas, las regiones piden desgajarse en estados y Cataluña es el último ejemplo de la tendencia a la parcelación sucesiva.

A su vez el experimento del Brexit ha dejado al descubierto lo que significa el peso de un discurso nacional sin un planteamiento de encaje beneficioso a posteriori en el mundo actual, desembocado, en este caso, en una sucesión de esperpénticas negociaciones de salida de la UE. Preguntado por las posibles consecuencias negativas del Brexit, el actor británico Michael Caine afirmó que era partidario del Brexit porque prefería ser pobre pero libre para decidir su futuro. Podemos tomar este ejemplo como otros muchos que como a él, les resulta fácil decir estas cosas desde una posición privilegiada en las altas esferas políticas e intelectuales porque precisamente no pagarán las consecuencias. En China los ciudadanos parecen dispuestos a sacrificar libertad a cambio de progreso económico y Europa, en cambio, parece dispuesta a sacrificar el bienestar económico por la división y los autoritarismos de nuevo cuño.

Así, si consolidada la moda, al final se hace inevitable en Europa abrazar sin medida razonable un sentimiento nacional, sería entonces conveniente hacerlo al nivel de las exigencias del siglo XXI, fabricando un gran timón más que en un “Gran Timonel”, a partir de un relato y una visión global de unión para el conjunto de Europa, que permita sacar el máximo provecho de la diversidad, los valores y del gran patrimonio cultural y económico del continente, o acabaremos saliendo todos con nuestras pequeñas banderas sonando a chino.

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