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El oso ruso, ¿una especia en riesgo de extinción?

Monument to Minin and Pozharsky on the Red Square in Moscow Russia. Saint Basil's Cathedral on the background.
photo_camera Monumento de Minin y Porharsky en la Plaza Roja de Moscú.

El tejido industrial está poco diversificado y el sector energético supone el 20% del PIB

A punto de terminar el año 2014 y a tono con la elevada volatilidad que ha venido caracterizando la frágil recuperación de la economía mundial que, al hilo de la globalización, sigue viéndose significativamente afectada por las múltiples turbulencias que, en períodos cada vez más cortos de tiempo, se suceden en los diversos países, el mes de diciembre nos ha deparado dos sobresaltos que sucesivamente han ocurrido en Grecia - como consecuencia de la inestabilidad política que padece, agravada ante la  próxima celebración de unas elecciones que pueden reconfigurar su mapa institucional alterando los compromisos asumidos ante la Unión Europea tras su rescate - y a Rusia - a raíz tanto del desplome en los precios del petróleo, como de las sanciones a las que ha sido sometida por su activa participación en el conflicto ucraniano del que ha sido uno de sus principales instigadores -.

Centrándonos en el caso ruso, el estallido de la crisis del rublo, si bien ha tenido dos detonantes, como son las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea y los Estados Unidos por motivos geo-políticos derivados de la intervención del ejército ruso en Ucrania y el shock exógeno que ha supuesto el desplome de los precios del petróleo en el segundo semestre del año, éstos en realidad solo han contribuido a acelerar la combustión de la mecha de los problemas del barril de pólvora en que se había convertido la economía rusa, al menos ya desde el año 2012, cuando empezó  a dar muestras de una creciente debilidad estructural que más temprano que tarde la habría situado al borde de la recesión.

En este sentido, según el último informe de la OCDE sobre Rusia, la reducida productividad de su economía, la pérdida de velocidad de convergencia con los países más desarrollados a los que pretende emular -y que a pesar de las reformas realizadas desde la caída de la Unión Soviética en los últimos años sigue perdiendo posiciones con respecto a la observada en el resto de los países del área BRIC-, la baja productividad de un aparato productivo fuertemente dependiente a la vez que concentrado en el sector energético y en el complejo militar-industrial, la disminución observada en el ritmo de un consumo privado alimentado por un creciente apalancamiento de los hogares, el frenazo experimentado por la inversión pública en infraestructuras, o la incapacidad para dotarse de una arquitectura institucional y jurídica que ofrezca seguridad tanto a sus propios ciudadanos como a los inversores extranjeros, son otros tantos síntomas del progresivo deterioro de un sistema económico con una elevada dependencia de los volátiles ingresos derivados de la exportación de recursos naturales, sobre todo gas y petróleo, que representan dos terceras partes del valor total de las exportaciones rusas.

Junto a ellos coexisten otra serie de elementos de carácter estructural que lastran las posibilidades de la economía rusa para poder caminar por la senda de un crecimiento sostenido y estable a lo largo del tiempo, los cuales pasamos seguidamente pasamos a comentar.

Una de las características de Rusia es la existencia de un tejido industrial poco diversificado, donde predominan las grandes empresas estatales y una elevada concentración en torno a sectores ligados a la explotación de los recursos naturales, donde el sector energético representa el 20% del PIB, y que no ha sido capaz de reducir los costes de producción – pese a la elevada flexibilidad salarial de una mano de obra comparativamente barata -, desarrollar nuevos productos, ni introducir técnicas de organización y gestión modernas que mejoren su eficiencia, redundando en una caída persistente de la capacidad productiva potencial del país que se encuentra infrautilizada, y donde las pequeñas y medianas empresas han demostrado una gran capacidad de resistencia y adaptación frente a la crisis, siendo, en muchos caso, capaces de fabricar productos locales sustitutivos de los que antes se importaban.

Otro elemento a tener en cuenta es la subsistencia de un endémico problema en la red de comunicaciones y del transporte por carretera, cuyo raquítico desarrollo para las necesidades de un país con una extensión de más de 17,125 millones de kilómetros cuadrados crea importantes cuellos de botella y dificulta el acceso tanto del capital productivo como de los trabajadores a determinadas zonas geográficas ricas en recursos naturales distintos del gas y del petróleo que cuentan con un importante potencial, a pesar de que el sistema ferroviario aún siendo obsoleto es extenso y funciona razonablemente bien. A este respecto hay que tener en cuenta el carácter transversal del sector del transporte y de las comunicaciones que hace que según estimaciones de la OCDE una mejora de su eficiencia en un 10% se traduzca en un crecimiento del 0,8% en el PIB ruso

Por su parte, la baja tasa de desempleo existente en el país, inferior al 6%, unido a una tasa de empleo próxima al 68% -que supera en 3 puntos porcentuales a la de la media de la OCDE-, oculta la fragilidad de un mercado de trabajo con salarios reducidos y fácilmente ajustables en función del ciclo económico, favoreciendo la existencia de altas tasas de abandono del empleo, lo cual ha propiciado que, desde 2000, el 30% de los trabajadores abandonen su trabajo cada año, desincentivando la inversión en la formación y entrenamiento en nueva habilidades del capital humano por parte del las empresas, que al no ser tampoco demasiado innovadoras presentan una baja productividad.

A lo anterior habría que añadirle la circunstancia de que gran parte del empleo se concentra en empresas maduras creadas en la época de la extinta Unión Soviética, de que la edad de retiro de los hombres se sitúa en los 60 años de edad, y también que, pese al elevado porcentaje de estudiantes en los niveles de la educación secundaria y universitaria, los jóvenes no se forman en las habilidades y conocimientos demandados por las empresas, creando una brecha cualitativa entre la oferta y la demanda que distorsiona el adecuado funcionamiento del mercado de trabajo.

Otro rasgo a considerar es el elevado porcentaje de empresas de gran tamaño que son propiedad o están participadas mayoritariamente por el Estado, lo que favorece el mantenimiento de importantes monopolios en los principales sectores de la actividad como el bancario, el de las telecomunicaciones, el de la energía y el de las comunicaciones y el transporte. Además, la posición dominante de estas grandes empresas nacionalizadas crea insalvables barreras de entrada para nuevos actores tanto nacionales como extranjeros, dificultando la competitividad y contribuyendo al mantenimiento de la reducida productividad que caracteriza a la economía rusa.       

Adicionalmente, el nombramiento de los directivos de las empresas estatales se hace siguiendo criterios políticos que relegan los méritos y las competencias de los candidatos, lo que junto a la redistribución de los ingresos del petróleo bajo la patena de ayudas públicas a las empresas, así como la concesión de préstamos a través de los bancos propiedad del estado, redunda en ineficiencias en la asignación de los recursos y contribuye a lastrar la competitividad de las empresas y de los sectores de la actividad productiva.

Por su parte, como señalaba The Economist en su número del 22.11.14, el plan de privatizaciones previsto en el año 2010 que afectaba a 1.500 empresas, incluyendo varias de las mayores compañías, se retrasó por las desfavorables condiciones de los mercados, lo que dio lugar a un nuevo plan para el trienio 2014-2016 que prevé la salida del Estado de todas las grandes empresas con la excepción de las de los sectores de la energía, las ligadas a la industria de defensa y las que constituyen monopolios naturales, y que tampoco parece que vaya a poder cumplirse.

También siguen existiendo importantes obstáculos para hacer de Rusia una economía más abierta al exterior – Rusia se incorporó a la Organización Mundial del Comercio en el año 2012 -, con regulaciones y aranceles de todo tipo que dificultan el comercio internacional y la entrada de capitales extranjeros.

A todo esto habría que añadir la existencia de un entramado institucional sumamente débil y muy alejado en su funcionamiento del que caracteriza a los países más desarrollados, lo que unido a la inseguridad jurídica y a la ausencia de un estado del bienestar propiamente dicho -que se ve sustituido en parte por una muchas veces arbitraria política de subvenciones a las empresas para que mejoren los salarios de sus empleados, transferencias al sistema de pensiones-, y un todavía elevado gasto militar que se ha visto incrementado por el conflicto con Ucrania y por los costes asociados a la integración de Crimea en la Federación Rusa. Este marco global, por tanto, urge un acometimiento de profundas reformas estructurales que transformen el desarticulado modelo de crecimiento ruso por otro más acorde con el existente en los países más desarrollados.

En este contexto, las sanciones impuestas por la Unión Europea y los Estados Unidos a Rusia y el espectacular derrumbe de los precios del petróleo han avivado los problemas tanto de la economía financiera como de la economía real, obligando al Estado a  tomar una serie de contundentes decisiones en materia de política monetaria y cambiaria para impedir que se produzca una situación como la ocurrida en el año 1998, cuando dos factores exógenos como la crisis de las divisas en los países emergentes y una caída del precio del petróleo como la actual, terminaron por hundir la economía y las finanzas públicas provocando la entrada en “default” de Rusia, que por aquel entonces tuvo que solicitar un rescate que en última instancia realizó el Fondo Monetario Internacional.

Los efectos de las sanciones y restricciones arbitradas por los países occidentales han propiciado que tanto los grandes bancos estatales rusos como las mayores empresas del país, fuertemente endeudadas en dólares y en euros, estén teniendo graves dificultades para acceder a financiarse en los mercados internacionales de capitales, obligando al Banco Central de Rusia a actuar como prestamista de última instancia ante el inminente vencimiento de cantidades importantes de sus préstamos - que sólo a lo largo de mes de diciembre de 2014 representan 30.000 millones de dólares - estimándose que a lo largo del año 2015 las compañías rusas tendrán que hacer frente a amortizaciones de créditos por valor de 130.000 millones de dólares – que representan el 26% del total de los 500.000 millones de dólares a los que asciende el endeudamiento de las empresas rusas con el exterior - y que deberán de afrontarse en un escenario de depreciación del rublo frente al dólar de en torno al 50%.

Este dato tiene dos lecturas tremendamente negativas para la economía rusa. En primer lugar produce un sobre endeudamiento en rublos de las empresas con el estatalizado sistema bancario del país, que debe acudir al Banco Central Ruso para cambiar ingentes cantidades del devaluado rublo por dólares para canalizarlos vía préstamos a las empresas endeudadas en esta divisa y que también son, en su mayoría, propiedad de Estado, no pudiendo permitirse el lujo de dejarlas caer. En segundo lugar, la devaluación del rublo, en un contexto de tipos de cambios flexibles, que no ha sido capaz de ser contenida por el Estado a través de la masiva venta de sus reservas de divisas, agudizado por factores tales como la caída de la demanda interna que anuncia los insuficientes crecimientos registrados en el PIB desde el año 2012, por la reducción en los precios del petróleo, y por el hecho de que las sanciones han hecho mella en la capacidad productiva y exportadora de las empresas, lo cual ha provocando un significativo repunte de la morosidad empresarial que la reciente subida de los tipos de interés hasta el 17% no hará más que alentar.

Ante  este incremento de los impagos, el Banco Central de Rusia ha respondido con un alargamiento de los plazos para el reconocimiento de la devaluación de los activos de las carteras tanto de valores como crediticias en los balances bancarios, a la vez que ha relajado los criterios y plazos para dotar la pérdida esperada en los mismas, aunque limitándolas, por el momento, a las que pudieran sufrir como consecuencia de las sanciones impuestas por la Unión Europea y los Estados Unidos.

Por su parte, la fuerte caída de los precios petróleo -que se han colapsado desde los 110 dólares por barril que alcanzaron en el primer semestre del año 2014, hasta el entorno de los 60 dólares por barril en lo que se mueve actualmente, con predicciones contradictorias acerca de si todavía puede caer por debajo de los 50 dólares por barril o de si por el contrario retornará a una posición próxima a los 80 dólares por barril-, abunda en las amenazas anteriormente comentadas, que abocarían a la economía rusa a la recesión en un contexto donde el actual superávit tanto de su balanza comercial  - superior al 2% del PIB – pero que sin la actual aportación de las exportaciones de gas y petróleo sería negativa en un porcentaje situado en el entorno del 10% del PIB; el ligero desequilibrio de las finanzas públicas, donde el déficit público para 2014 se estima que será del -1% del PIB, y el montante de unas reservas de divisas que hasta las ventas de diciembre de 2014 ascendían a 370.000 millones de dólares – que colocaban a Rusia como la tercera economía del mundo por este concepto -, pueden verse significativamente alteradas. En todo caso, la economía rusa esté hoy en una mejor posición macroeconómica para afrontar una crisis económica y financiera de lo que lo estaba en el año 1998 cuando la deuda del gobierno era el 50% del PIB, las reservas de divisas representaban tan solo el 5% del PIB- frente al más del 20% actual -      

En todo caso, aunque los problemas de Rusia pueden afectar a las economías de otros  países como Suecia, Austria o Alemania, cuyos bancos son los principales acreedores de las empresas rusas; a los países bálticos, dado que una parte significativa de sus exportaciones tienen como destino el mercado ruso; a Alemania, donde 300.000 puestos de trabajo dependen del comercio internacional con Rusia; o a España por los efectos que puede tener la venta de viviendas o el turismo ruso sobre toda la Costa del Sol – aunque con impactos reducidos dada la inelasticidad de la renta de los consumidores rusos que actúan en estos mercados -. También hay que decir, por el contrario, que la relativamente reducida apertura de la economía rusa hacia el exterior limita el impacto que una recesión en este país pueda tener sobre el comercio internacional, amortiguando también los riesgos para el resto de los países desarrollados y emergentes derivados de factores tanto de índole geo-política, como por la incertidumbre que puede sembrar en el ánimo de los inversores financieros internacionales que, desde el comienzo de la crisis de 2007/2008, viven en un permanente estado de nervios y que son hoy más susceptibles que nuca a los denominados “efecto mariposa”

No obstante lo cual, los mayores peligros de un colapso de la economía Rusia se dejarán sentir dentro de la misma Rusia, cuyo particular y en muchos aspectos todavía pendiente de definir modelo de desarrollo está abocado a una prematura extinción, causada por sus propias contradicciones y fracasos.

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