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¿Quién teme a los monopolios del siglo XXI?

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Hasta el siglo XIX el monopolio era estudiado como un factor derivado de la escasez de un bien, ya sean tierras, recursos naturales… o de las prebendas públicas para desarrollo de una actividad con barreras legislativas que protegían a determinados gremios o productores.

A finales del siglo XIX, a partir de la aceleración de  la revolución industrial y la expansión de mercados coloniales en lo que podríamos denominar la primera gran globalización, el monopolio se trato también como un proceso de la propia acumulación de capital, explicado por las economías de escala y la mayor eficiencia productiva de las grandes corporaciones. 
Ya desde esos primeros estadios del capitalismo moderno se establecieron diferentes posturas a la hora de valorar la posición dominante de determinadas empresas. Muchos vieron este proceso con optimismo y apoyaron la creación de grandes conglomerados nacionales para alcanzar el progreso y competir en un orden superior con otros países. Incluso entre defensores de la competencia  había quienes no lo consideraban un problema en última instancia porque los colosos cumplirían un ciclo de maduración que después sería contrarrestado por nuevos competidores, los cuales aprovecharían un cambio en la tecnología o en los hábitos de consumo para desbancarlos y generar a su vez, tras una etapa de intensa competencia,  la consolidación de los vencedores como nuevos líderes del mercado. Según esta visión los ciclos generarían posiciones de dominio temporales y en sectores muy concretos, siempre que se dejase actuar al mercado. 

Desde otra perspectiva y con una valoración menos favorable, los más pesimistas oscilaban entre aquellos de corte más liberal que valoraban las bondades de la libre competencia pero que subrayaban que ésta debería ser protegida con la intervención pública, imponiendo límites a las posiciones dominantes y corrigiendo  las imperfecciones que en este sentido pudiese generar el mercado, y aquellos otros que creían que esta tendencia hacia la formación de grandes grupos monopolísticos sería inevitable y se agudizaría con el tiempo a lo largo de la historia, aún con breves intervalos de fuerte competencia, pudiendo degenerar incluso en estructuras de poder más allá de lo económico que llegarían a amenazar  al propio sistema productivo y social. Y así, aunque con matices, los distintos enfoques perduran hasta hoy.
  
MIEDO A AMAZON
En el siglo XX los monopolios  tenían generalmente una vertiente nacional y en muchos casos pública para lograr la industrialización, proteger sectores estratégicos como la energía o el transporte, generar competidores a escala global, etc. En muchos casos  también presentaban una vinculación clara con una determinada potencia económica en su dominio de la producción de mayor valor añadido. 

Hoy en día las fronteras se han desdibujado. La globalización marca un universo único y el impacto de una posible espiral monopolística se amplifica por las redes de comunicación a escala global. Así, si antes una posición de dominio se asociaba a grandes conglomerados de origen industrial, ahora entran en escena grandes grupos que, a través de una actividad centrada inicialmente en la comercialización y la gestión del universo online, se adivinan como potenciales devoradores de distintos sectores y aglutinadores de la oferta. También hoy, al igual que en el pasado, hay quienes restan importancia a la creciente influencia de empresas como Microsoft, Google, Facebook, Alibaba, Amazon…  y lo ven como parte natural de una nueva etapa de desarrollo, frente a aquellos otros que advierten de la amenaza que suponen estos nuevos gigantes a nivel global.

Entre estos últimos se sitúan críticos cada vez más influyentes que comparten esta postura desde  distintas posiciones ideológicas y cuyo mayor eco resuena curiosamente en Estados Unidos, sede de la mayor parte de los señalados como nuevos leviatanes monopolísticos. Un ejemplo de estas voces críticas es el gurú conservador David Goldman, exasesor de Ronald Reagan y antiguo estratega de grandes corporaciones como Bank of America. Entre un estilo provocador y un tanto agorero, este economista señala que Google, Facebook, Apple, Microsoft y Amazon controlan los canales de publicidad, la distribución, la comunicación y la tecnología que los soportan.  Según Goldman, Silicon Valley y la costa oeste de Estados Unidos dejarán de ser una fuerza del desarrollo para dar paso al origen de un oligopolio con vocación universal que dominará la oferta, devorará progresivamente distintos sectores y acabará explotando el conjunto de la economía. 

Sea tratado como teoría conspirativa o no, el texto de Goldman contiene un análisis original y refleja una corriente de opinión que parece estar muy presente en el entorno de Donald Trump y haber alentado, posiblemente, el continuo enfrentamiento que  éste mantiene contra Amazon.
En recientes declaraciones, el presidente de Estados Unidos acusa a Amazon de estar “haciendo un gran daño” a todo el sector de la distribución con sus prácticas fiscales y de provocar la pérdida de empleo por todo el país. “Pueblos, ciudades y estados a lo largo de Estados Unidos están siendo dañados”, transmitía hace apenas una semana en uno de sus tuits. El enfrentamiento viene de lejos. Ya en la campaña presidencial el aspirante Donald Trump señalaba al jefe de Amazon, Jeff Bezos, que también es propietario del diario The Washington Post, de estar utilizando esta cabecera editorial con fines políticos para influir en el establishment de Washington y ahorrarse el pago de impuestos.  En una entrevista el ahora presidente llego a resumir que Amazon “tiene un gran problema de monopolio”.

Es cierto que Trump abusa de la provocación como estrategia de marketing y que, en este caso,  una retórica encendida favorable a los pequeños comerciantes puede ser una buena fórmula para sacar rédito político en un grupo muy numeroso de potenciales votantes. También puede tener algo que ver en este enfrentamiento la más que probable escasa aportación económica de empresas como Amazon y las principales tecnológicas a la campaña de Trump, en comparación con las donaciones efectuadas a su rival del Partido Demócrata. Pero no cabe duda que al margen de todo esto, su discurso evidencia el cambio que se está produciendo en la sociedad y conecta bien con los temores y las incertidumbres que genera el nuevo escenario económico.

Además, más allá de los discursos histriónicos, según una encuesta de Bloomberg, muchas  empresas también temen a Amazon o cuando menos lo tienen demasiado en cuenta. En un análisis estadístico de las comunicaciones entre directivos y gestores  financieros, la agencia de comunicación ha registrado que en el mes de junio  la palabra “Amazon” fue mencionada en 165 ocasiones, muy por encima de otras temáticas que podría suscitar preocupación o interés como  “Trump”, por ejemplo, que sólo fue mencionada en 32 u otros tópicos recurrentes como “salarios” que apareció en 22 ocasiones. No es un tema puntual, en el conjunto del año también sobresale con diferencia el número de veces que se menciona la marca de distribución online.

Una de las razones que ha hecho prestar mayor atención a Amazon es la compra de la cadena de supermercados Whole Foods. Con este movimiento Amazon entra de lleno en el negocio mixto e intenta abarcar incluso la comercialización de alimentos y productos frescos, dando un nuevo salto cualitativo en la distribución extensible a otras áreas geográficas fuera de Estados Unidos y hacia la expansión dirigida a otras actividades que combinen la presencia física y la venta online. Este tipo de penetración sucesiva en nuevos negocios ha provocado que muchas empresas incorporen los pasos de Amazon en sus planes estratégicos como factor relevante.    
Uno de los primero en reaccionar ha sido un competidor del propio grupo de las grandes tecnológicas. Google ha anunciado esta misma semana que se asociará con Walmart, número uno mundial de la distribución en áreas comerciales, para vender sus productos en internet. Así, la gran gama de productos ofertados por Walmart se sumara a los que ya distribuye  Google Express a través de acuerdos previos con otras empresas como Costco o las farmacias Walgreen’s.

También en el entorno más cercano tienen lugar alianzas estratégicas, como la de Alibaba con La Caixa, también hecha pública esta semana, con el fin de introducir innovación en los medios de pago y potenciar productos españoles en el mercado chino, al tiempo que favorecer el turismo con visitantes del gigante asiático. 
  
RANKING EN ESPAÑA
En lo que respecta a la evolución del mercado online en España, según el último informe publicado recientemente por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, las transacciones de productos y servicios por Internet acumularon una facturación de 24.000 millones de euros en 2016, un 21% más que en 2015. Y además, el crecimiento se acelera, ya que en el último trimestre la subida interanual fue del 25%, con expectativas de que en 2017 se logre de nuevo un avance superior al 20%. 

Pero dentro del auge del negocio online lo más destacado es que nadie puede con Amazon. Según las estimaciones de tráfico, más de catorce millones de visitantes acceden mensualmente  en España a este portal online, lo que supone casi duplicar las cifras de sus dos inmediatos seguidores: el gigante chino Alibaba (Aliexpress en España) ocupa la segunda posición con un número de visitantes en torno a los 8 millones y El Corte Inglés, que se sitúa cerca de los 7 millones.

Si el liderazgo es claro en tráfico de visitas, éste se vuelve  aplastante en facturación. Aunque se trabaja con estimaciones, se calcula que Amazon ingresó en el ejercicio 2016 más de 3.000 millones de euros, casi el triple que Aliexpress y seis veces más que los 500 millones calculados para El Corte Inglés. Uno de cada siete euros gastados en Internet va a parar a la empresa de Seattle.

TRANSFORMACIÓN ACELERADA
En cualquier caso, está claro que la industria de la distribución y los hábitos de compra están sufriendo una gran transformación, lo que de forma indirecta también impactará en nuestro entorno. Muchos centros comerciales se verán obligados a reconvertirse y buscar una diferenciación y exclusividad frente a la oferta estandarizada de los grandes distribuidores online y las cadenas multinacionales. Cambiará también la fisonomía de las ciudades y posiblemente se acelere el ritmo de concentración de la población en grandes áreas urbanas. En lo que respecta a los actores principales del cambio, no cabe duda de que empresas como Google, Microsoft, Amazon o Alibaba jugarán un papel de creciente relevancia.

Independientemente de que desemboque en monopolios de dimensiones desconocidas hasta ahora o mueran de éxito victimas de nuevas gacelas del mercado, no cabe duda que la eficiencia de distribución y la capacidad de elección que otorga el universo online representan un avance que no ha hecho más que empezar. Habrá que buscar fórmulas para equilibrar el progreso con las consecuencias negativas de una excesiva concentración de poder económico pero sobre todo de un posible “dumping fiscal”. En términos prácticos quizás se eche de menos que Europa no tenga sus “monopolios propios” para hacer frente a los gigantes norteamericanos y chinos, compensando el impacto en su sector minorista con yacimientos de empleo a gran escala en el  área tecnológica y la mayor proyección de las marcas del continente.

En fin, puede que tras el aire premeditadamente naif y libertario de la nueva economía y sus  principales exponentes, más que albergar el deseo de una sociedad abierta se esconda el poder, esta vez a escala global, de los monopolios más destructivos. Pero también puede ser que el progreso que encarnan estos actores suponga un beneficio global y el inicio de una era de mayor eficiencia que tenga su propia etapa en la historia. Quién sabe si los logros monopolísticos de Jeff Bezos se acaben asociando con el paso del tiempo solo con la compra masiva de tierras que está llevando a cabo en el estado de Washington como un terrateniente de los viejos tiempos.

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