ÁGORA ECONÓMICA

¿Es viable reducir el fracaso escolar en España?

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En las últimas tres décadas España ha sido uno de los países europeos que más ha mejorado algunos de sus indicadores educativos, en especial los relacionados con la educación terciaria, sobre todo universitaria. Se ha podido dejar atrás aquella “universidad para élites” pasando a “universalizar la educación superior”, incluso teniendo en cuenta los importantes recortes educativos que se han venido aplicando desde 2011. 

Sin embargo, nuestra realidad educativa esconde un grave problema, que es el elevado fracaso escolar en la etapa secundaria obligatoria. Es como estar construyendo una pirámide con una base muy pequeña, pero con una cúspide muy amplia. No hay que ser ni arquitecto ni ingeniero para comprobar la inestabilidad de esta hipotética construcción.

Los buenos resultados que ha obtenido España en educación terciaria quedan ensombrecidos cuando se analiza la situación en otros niveles educativos. Los indicadores, tanto de stock de capital humano, como aprovechamiento de la formación en secundaria, medido a través del ratio de repetidores, como el endémico índice de abandono escolar temprano, suponen una rémora al desarrollo económico y social de España. Esto, además, frena las posibilidades de que nuestros jóvenes vayan a la universidad.  Esta situación puede traducirse en una mayor tasa de inactividad y una reducción de la población activa. Si a esto se une la desinversión pública en educación que viene experimentando nuestro país durante los últimos seis años, la situación es muy preocupante.

MEDIDA DEL FRACASO ESCOLAR

Pero ¿Qué es el fracaso escolar? Para su completa cuantificación se suelen utilizar tres indicadores a nivel internacional: el abandono escolar temprano, el nivel educativo de la población entre 20 y 24 años con una titulación superior a la secundaria y el porcentaje de jóvenes con dificultades de comprensión lectora. Entre los tres se obtiene una radiografía completa de nuestra situación y, además, se pueden plantear iniciativas para su reducción, como se señalará a final de este artículo. 

Por abandono escolar temprano se entiende el porcentaje de jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y 24 años que no han alcanzado el nivel de educación secundaria y tampoco realizan ninguna actividad. Para cuantificar el segundo indicador se suele considerar el porcentaje de jóvenes entre 20 y 24 años con una titulación posterior a la secundaria. Finalmente, para el tercero se calcula el porcentaje de estudiantes jóvenes de 15 años con una comprensión lectora deficiente. 

En materia educativa la Estrategia de Lisboa de 2000 fijó la necesidad de llegar en 2010 a una tasa de abandono escolar temprano igual o inferior al 10%, además de aumentar hasta el 85% el porcentaje de jóvenes que completaban la educación secundaria obligatoria. Estas dos medidas se complementaban con una tercera, que era alcanzar el 12,5% de participación de la población en programas de educación permanente. 

Lamento desilusionar a todos los que puedan haber pensado que España alcanzó, al menos, uno de estos tres objetivos. Hicimos pleno, eso sí, pero en no conseguir ninguno. Las cifras así lo manifiestan. En 2009 España arrojaba una tasa de abandono escolar del 31,2%, frente al 14,4% de media de la UE27; el porcentaje de jóvenes entre 20 y 24 años con al menos educación superior en España se situó en el 59,9%, frente al 78,6% de la UE27 y, finalmente, el porcentaje de participación en programa de formación permanente en nuestro país se quedó en el 10,4%, frente al objetivo marcado del 12,5%. Resumiendo, ni de lejos nos acercábamos al escenario comprometido. Y esto que eran los años en los que se decía que España estaba en la “Champion League” de las economías mundiales. 

En junio de 2010, la Cumbre Europea aprobó cinco objetivos para 2020, incidiendo, de nuevo, en tratar de reducir el abandono escolar hasta el 15% ¿Cuál ha sido el resultado? Tomando como referencia el informe Education and Training Monitor 2015 para España, publicado en noviembre de 2015 por la Comisión Europea, comprobamos como el problema subsiste.

En efecto, el abandono escolar temprano en España en 2014 se sitúa en el 21,9%, frente al 11,1% de media de la UE27, con una incidencia mucho mayor para los hombres (25,6%) que para las mujeres (18,1%). Esta cifra se traduce en que 1 de cada 4 jóvenes varones entre 18 y 24 años no han podido superar la educación secundaria obligatoria. Una magnitud, a todas luces, insostenible. Es cierto, que se ha reducido desde el 31% de 2011, pero esta mejora sigue siendo una victoria pírrica y, desde luego, no debe ser causa de autocomplacencia. Y sobre todo, va a ser muy difícil, yo diría incluso una misión imposible alcanzar el 15% fijado en 2020. De seguir con la lenta reducción, haría falta por lo menos quince años más para conseguir llegar al objetivo marcado. Sin embargo, la media comunitaria (12,7%) ya superaba en 2014, el objetivo perseguido. Y lo que es peor ¿Qué futuro laboral le espera a estos jóvenes? ¿A qué tipo de empleos pueden aspirar? Algo debemos estar haciendo mal, muy mal.

Parece que, la desinversión en educación tiene mucho que ver con esto. Frente a aquellos que defienden que un mayor gasto público en educación no tiene por que trasladarse necesariamente en una mejora de los indicadores educativos, las estadísticas de la Comisión Europea sostienen justamente lo contrario. Entre 2011 y 2014, España recogió un descenso en el gasto público en educación respecto al PIB del 4,4% al 4,0%, frente a la ligera caída del 5,1% en 2011 al 5,0% en 2014 de la UE27. En 2014 la media de UE27 invertía un punto porcentual más de su PIB en educación pública que España. En efecto, ha habido recortes en educación pública en toda la UE, pero nuestro país, por desgracia, ha sido, de nuevo, un alumno aventajado en utilizar “las tijeras”. Este mismo resultado se obtiene cuando se utiliza el porcentaje de gasto público en educación respecto al gasto público total, ya que se comprueba como España ha reducido en medio punto su participación (del 9,6% en 2011 a 9,1% en 2014), frente a las dos décimas de recorte a nivel europeo (10,5% y 10,3%, respectivamente). Evidentemente, han sido las familias quienes han tenido que soportar esta desinversión de dinero público en educación.  Paralelamente a este descenso en gasto público la mayor parte de los indicadores educativos han experimentado un importante retroceso ¿Casualidad? Creo que no

DECÁLOGO DE PROPUESTAS

Teniendo en cuenta este, para nada, halagüeño panorama ¿Qué se debería hacer para mejorar nuestras todavía elevadas tasas de fracaso escolar? Aunque no hay recetas mágicas, la corrección de esta situación pasaría por articular un decálogo de propuestas que se resumen a continuación.
En primer lugar, es urgente incrementar las tasas de idoneidad, definidas como la adecuación de la edad del alumno con el curso que realiza. A tenor de los datos publicados por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (MECD), las mujeres tienen  tasas de escolarización más altas que los varones. Por otra parte, este indicador disminuyen notablemente cuando se incrementa la edad del joven, lo que si bien podría responder al primer acceso al mercado de trabajo, parece que se debe especialmente a un abandono importante de la actividad formativa, sobre todo en aquellos momentos de expansión de la burbuja inmobiliaria y cuando se reducen las expectativas de empleo.

Para el curso 2013-14 (último dato publicado por el MECD) de cada 100 alumnos matriculados en segundo de la ESO, más de 11 están repitiendo curso. Para cuarto de la ESO este porcentaje se sitúa en el 9,5%. Unas cifras que muestran, de forma clara el problema que tenemos encima de la mesa. Quizás el ejemplo más claro sea los “ni-nis”, ese colectivo de jóvenes que ni trabaja ni estudia, que según Eurostat pueden llegar a suponer el 20% de los jóvenes en España.

En segundo lugar, hay que apostar, pero de verdad, por los programas de segunda oportunidad. Todas las teorías de la economía de la educación sostienen que la educación y la formación permiten mejorar la calidad de vida de las personas, debido a su importante papel sobre las oportunidades laborales. Pero es que, además, garantizan la adquisición de nuevas competencias. Las estadísticas laborales, como la Encuesta de la Población Activa, muestran claramente que los individuos con mayor nivel educativo mejoran sus indicadores laborales. La educación y la formación permiten una segunda oportunidad para mejorar la situación de los individuos en el mercado de trabajo, son los programas de segunda oportunidad. En tercer lugar no hay que recortar, como se ha venido haciendo en los últimos años, en política de becas y ayudas al estudio.

Este instrumento desempeña un papel crucial para garantizar la igualdad de oportunidades de los jóvenes. No hay que obviar que las becas y ayudas al estudio favorecen el acceso a la educación a aquellos individuos con menor nivel de recursos. No se trata de primar con ayudas a los mejores expedientes, para eso hay becas y ayudas a la excelencia. El programa de becas debe ayudar económicamente a quienes tienen más problemas para entrar y permanecer en la universidad. Pues bien, las últimas reformas educativas han endurecido las condiciones de acceso y han limitado las cuantías de las mismas. Esto no debería repetirse.

En cuarto lugar, es necesario un mayor uso de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones en la educación. La banda ancha o la fibra óptica debiera ser un objetivo a perseguir en los próximos años en todos los centros públicos y no una quimera.

En quinto lugar, es preciso seguir contando con programas que atiendan a la diversificación del alumnado. Estas actuaciones han permitido reducir algo las tasas de abandono prematuro del sistema educativo y, paralelamente, mejorar la calidad de la educación ofrecida. Por lo tanto, frente al recorte generalizado de las mismas, hay que garantizar una mayor dotación, tanto de medios materiales como humanos para satisfacer a las crecientes necesidades de este tipo de alumnado.

En sexto lugar, hay que apostar por una mayor flexibilidad del currículo, evitando los comportamientos estancos en materia educativa, que es preciso una de las criticas más extendidas a la LOMCE. Para eso es imprescindible retrasar las decisiones sobre posibles itinerarios. Curiosamente ¿O quizás no?, los países que ocupan las primeras posiciones en resultados académicos de los informes PISA (Finlandia, Suecia, Japón, Korea…) evitan el modelo segregador de itinerarios. Quizás seria bueno aprender de ellos. 

En séptimo lugar, es necesario mejorar la formación del profesorado y en especial, incentivar su carrera profesional, aumentando su motivación académica. Uno de los  principales inputs educativos es el profesorado y un cuerpo docente escasamente motivado, con recortes continuados en sus remuneraciones, ampliación de horarios, eliminación del profesorado de apoyo y sin medios materiales básicos para el desempeño de sus funciones, no tendrá incentivos a introducir mejoras ¿Saben al final quienes van a ser los más perjudicados? Los alumnos y sus familias. 

En octavo lugar, se ha de seguir fomentando la formación permanente, tal y como se señala en un reciente informe del Foro Económico de Galicia, centrando en la formación profesional dual. En noveno lugar, hay que subsanar una de las principales carencias que tienen los estudiantes en España que es  su escasa formación en idiomas. En 2011 el 63% de los estudiantes de la UE27 en educación secundaria estudian dos o más idiomas; en España el porcentaje se reduce a un 40,3% (41,9% en 2014). Por ese motivo es preciso potenciar programas de inglés, alemán o francés.

He dejado para el final la actuación menos técnica de este decálogo, pero quizás una de las más importantes. Sería necesario un pacto educativo para mejorar la educación. No es viable que cada ocho años  (o incluso menos) se cambien las leyes educativas. En un momento en que todo el mundo recomienda el consenso, cuando se señala lo importante que es hablar con otras alternativas políticas para señalar puntos en común, es imprescindible llegar a acuerdos para mejorar nuestro sistema educativo en general, y reducir el fracaso escolar en particular. Los países con mejores rendimientos educativos lo han conseguido ¿Seremos los españoles una excepción? 

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