GALICIA

"Me costó más dejar el alcohol que la heroína"

Después de ocho años de abstinencia, Gaspar comparte su experiencia de dependencia del alcohol y drogas, así como el duro proceso de rehabilitación

 

Gaspar lleva ocho años en abstinencia pero no baja la guardia porque es un enfermo alcohólico y "eso no se cura nunca". Este gallego ha pasado la mayor parte de su vida ebrio, de bar en bar, sin saber que había desarrollado una dependencia que le llevaría a tocar fondo. Ahora, ha rehecho su vida y sonríe explicando que se siente libre porque antes era prisionero de su propia adicción.

Tiene 56 años y reconoce que durante su época de consumo pensó en más de una ocasión en la muerte. "Bebía esperando que el alcohol me matara porque no era capaz de suicidarme", explica. Con 18 años empezó a trabajar de noche, en pubs y discotecas como camarero. "Bebía en exceso todas las noches", reconoce.

Además, durante esa etapa empezó a consumir también heroína y cocaína, drogas de las que se desintoxicó antes de los 30 años. "Me costó más dejar el alcohol que la heroína porque no sabía que el alcoholismo era una enfermedad", recuerda.


Dependencia


Germán pasó por las tres etapas del alcoholismo reconocidas por la Federación de Alcohólicos de la Comunidad de Madrid (Facoma): uso, abuso y dependencia. La dependencia empieza cuando se abusa durante un tiempo prolongado. Para el gallego hay algunas señales que debemos observar para pedir ayuda como no ser capaz de irse de un bar hasta que no cierre, despertarse habitualmente sin saber qué sucedió la noche anterior, pensar en que llegue el fin de semana para consumir y arrepentirse constantemente de que se ha hecho ebrio. "No eres dueño de tus propios actos", explica.

El abuso de esta droga depresora le llevó a no poder acudir a una entrevista de trabajo o afrontar cualquier situación cotidiana sin beber. "Lo primero que hacía al levantarme era consumir", lamenta. Así continuó su vida, hasta que comenzó a dejar deudas y a robar cerveza en los supermercados. "Es muy difícil quererte cuando robas para consumir y no puedes trabajar porque piensas que todo el mundo sabe que eres un `yonki`", lamenta.

El síndrome de abstinencia que le produjo no poder ingerir un día la cantidad de alcohol que necesitaba entonces, le llevó a urgencias. Los médicos le medicaron para reducir los efectos del "mono" y en psiquiatría le recomendaron acudir a una asociación de alcohólicos. En esta terapia, Gaspar encontró un grupo de gente que le entendía y no le juzgaba y fue entonces cuando dejó de beber.


Abstinencia


Han pasado ocho años desde que cruzó la puerta de esa pequeña asociación en un pueblo gallego y no ha vuelto a probar el alcohol. Reconoce que al principio pensó en más de una ocasión en renunciar a todo y volver a beber, que el ruido de los hielos chocando contra el vaso y de las máquinas tragaperras le recordaban todos sus años de consumo pero que cada vez se siente "más liberado".

"El alcoholismo es una enfermedad familiar porque no solo afecta al enfermo, perjudica a toda la familia", afirma rotundamente Gaspar que actualmente es vicepresidente de la Asociación de Alcohólicos de Madrid y hace hincapié en que ellos procuran hacer partícipes a los familiares. En su caso, se distanció de sus padres y de sus nueve hermanos y lamenta que el consumo hizo que se perdiera "muchas cosas" como la muerte de su padre.

A pesar de esta culpabilidad, con la que, según explica, conviven todos los enfermos de alcohol, Gaspar lleva por bandera algo que recuerda con su grupo de apoyo: "Somos responsables de lo que hacíamos pero no culpables, el culpable es el alcohol".

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