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Alma Mahler, “La novia del viento”

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photo_camera Imagen: “´La novia del viento” (1914), de Oskar Kokoschka.

Después de la tormenta -dicen- llega la calma, a veces

Los amantes reposan -en el lienzo-, la tempestad ha desplazado todo. Cuando en 1914 el pintor expresionista Oskar Kokoschka plantea la escena, la tormenta se ha llevado por delante todo lo que le había unido a su gran amor, Alma Mahler (Viena, 1879-Nueva York, 1964); él lo representa así, un escenario del que quedan vestigios de una gran ruptura. El amor se acaba, el idilio aún se mantedrá en la cabeza del pintor. 

  Alma había estado casada con Gustav Mahler, de él tomaría apellido, fama y dinero quien le apartaría -ella también era compositora- de la creación para permanecer bajo su paragüas, imposible dos artistas iguales en el mismo techo. Alma había tenido otras conquistas, entre ellas el pintor Klimt, y, mientras su marido componía sin parar, ella ya se había acercado al arquitecto Gropius, fundador de la Bauhaus. Aquella traición, descubierta por Mahler, al compositor le provocaría una gran desazón que acabaría en manos de Freud, el psicoanalista; su trabajo atosigante -más tarde- le llevaría a la muerte. 

Así Alma Mahler, joven viuda -30 años- y adinerada acostumbrada al lujo palaciego se topa con un joven Kokoschka aferrado al pincel del expresionismo. El amor, fruto de un encuentro fortuito en la casa materna duraría tres años -1911-1914-, una relación que por parte del pintor remataría en una obsesión enfermiza viciada además por los celos en la figura de su fallecido esposo. LLamativo  el episodio en el que el pintor descubre la máscara mortuoria de Mahler y escupe sobre ella. Dicen que el pintor, en el tiempo que duró la relación, llenó de misivas la vida de su amada, hasta 400 cartas. Esta, lejos de sentir pasión, acabó separándose de tanto sentimiento obnubilado. 

 Sería la IGM, en la que Oskar se alistó, el punto definitivo de la ruptura, que no el olvido. Ella se casaría -1915- con Walter Gropius, y ni siquiera el episodio sería suficiente. La guerra y la separación no fueron suficientes. Como remate Oskar encargó en 1918 una réplica de Alma a Hermine Moos, en muñeca, quería una copia idéntica en tamaño y presencia a su amada, incluso en sus partes más íntimas. Pura obsesión. Un día, tras una fiesta, la muñeca apareció decapitada entre unos arbustos. Se presupone, mera reflexión freudiana, que así también se decapitó el amor. 

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