ARTE

Camille Claudel, cincelada en llanto

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photo_camera Foto: “Camille Claudel”, 1987, de Bruno Nuytten, con Gérard Depardieu e Isabelle Adjani.

El arte, que siempre se agita en los males de la locura, en sus manos fue una obsesión de derriba

Camille Claudel (Fère-en-Tardenois, 1864-Montdevergues, 1943) fue doble víctima, primero, por ser  mujer artista, segundo, por ser amante de un portento como Rodin. El arte, que siempre se agita en los males de la locura, en sus manos fue una obsesión de derriba.

De mirada viva, como a la espera del momento, quizás, de la tormenta que acompaña siempre el último duelo de un suicida. Su misión se justificaba en un pedazo de barro sobre el que apuntalar los deseos. No tuvo suerte, dio con un cabestro de tomo y lomo, un Picasso agotador, un Modigliani vividor, o el Dalí de todos los sueños. Rodin se entusiasmó tanto por ella  que la cinceló hasta donde pudo bajo la atmósfera irrespirable del estudio. Camille, joven, guapa, quedó atrapada en sus garras igual que éste se dejó llevar por el azul de sus ojos infinitos; una salvedad, ella tenía 19 años, él, 44, y pertenecía a otra mujer, Rose Beuret. 

Camille desde niña le daba forma a sus pensamientos. Su padre supo ver su talento, incluso cuando la locura se tornó en nebulosa. Un día se la acercó a Paul Dubois, quien vislumbró su arte a distancia. La animó a ingresar en la academia Colarussi, de París, y a cabalgar sobre otra locura muy parisina, Montparnasse. En la academia conoció a Rodin quien se maravilló entre su talento innato, delicado, y su piel lechosa que le hacía soñar otros mares.

De modelaje era la clase, vaya si modelaron, ambos. En breve formaría parte del elenco de artistas en su estudio, la única mujer. Musa, qué terrible palabro; agente inspiradora; ayudante, dicen que muchas de sus piezas soportaron la firma del maestro; y amante desbocada. Amor, placer y arte, el único alimento posible; un estudio clandestino fue testigo de aquello todo. La joven firmó poco, piezas maestras como “Sakountala”, o “La edad madura”, 1894, que parece ser una visión atormentada de su relación con Rodin, ególatra y celoso de todo, hasta de su arte. En 1898, Camille se aleja de Rodin, y tropieza con Debussy, otro señor casado. Harta, se encierra en su mundo para siempre. Su cabeza estalla, unos enfermeros unen su futuro a una camisa de fuerza y a sanatorios psiquiátricos, allí hasta la muerte. Antes borraría su historia, a martillazos, Rodin, se libró de ellos. 

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