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“La chica del tren”: un thriller de papel

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El guión es anodino e inconsistente con personajes estereotipados y un final previsible

Ya sean vampiros centelleantes, millonarios con extremos gustos de alcoba, revolucionarias heroínas de distopías adolescentes o profesores universitarios adictos a correr de museo en museo, lo cierto es que en su salto del papel a la gran pantalla los "booms" literarios no suelen salir muy bien parados. "La chica del tren", la novela de Paula Hawkins, es el último de los best-sellers en probar suerte en la cartelera con una adaptación que, con independencia de muchas o escasas bondades del libro en el que se basa, deja mucho que desear desde el punto de vista estrictamente cinematográfico.


Dirigida por Tate Taylor, responsable de la muy apreciable "Criadas y señoras", "La chica del tren" mezcla infidelidades, violencia, sexo, alcohol y mentiras para armar un maderamen de presuntamente inquietantes tramas y sospechas que se van retorciendo artificialmente y que acaban resueltas de forma simplemente ridícula.


El libreto de Erin Cressida Wilson, encargada de adaptar la millonaria novela de Hawkins y que a la hora de armar una historia turbadora y sórdida logró mejores resultados en, por ejemplo, la ya de por sí mejorable Chloe (2009) o Retrato de una obsesión (2006), se pierde en forzados flashbacks, beodas ensoñaciones y diálogos inverosímiles que se encargan de difuminar cualquier sensación de amenaza o verdadera tensión y convertir el thriller en una soporífera telenovela de sobremesa.


Y así, trufada de personajes reducidos a poco más que clichés con patas y embutida en un efectista y flojo corsé con hechuras de culebrón, avanza anodina e inconsistente la historia de "La chica del tren". Una trama que, como su protagonista -una esforzada y desnortada, que no perdida, Emily Blunt- tan pronto se estanca como de repente se precipita, dando tumbos de un lado a otro, hacia su demasiado evidente resolución.

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