LITERALMENTE

“Cosas maravillosas”

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Se acaban de cumplir 94 años del mayor descubrimiento de la arqueología, o al menos el más famoso, el hallazgo de la tumba del faraón Tut Anj Amon por Howard Carter y Lord Carnarvon.  Una frase define aquel momento singular.

La escena resulta bien conocida. Lord Carnarvon, el noble inglés que financiaba a Howard Carter, tenía en su mano una pequeña luz con la que alumbrar algo en un oscuro pasadizo que finalizaba ante un muro sellado con el nombre de Tut Anj Amon. Carter hizo un pequeño agujero y echó un vistazo hacia el interior, donde nadie había entrado desde hacía 33 siglos. Carnarvon le preguntó impaciente a Carter, “¿qué ves?” y éste simplemente le respondió, “cosas maravillosas”. Tenía razón. Era el 24 de noviembre de 1922.

Así comienza la historia del descubrimiento que convirtió a la egiptología en una ciencia propia dentro de la arqueología y la más popular. En parte gracias a que aquella expedición fue la primera mediática de la historia, ya que Howard Carter había vendido los derechos exclusivos a un periódico británico para ayudar a sufragar la expedición, que se alargaría durante cuatro años. El resto de la prensa se encontró con el problema de qué contar. Y quizá así surgió la fascinante historia de la maldición del faraón niño, que no lo era tanto, ya que falleció con unos 20 años, dejando como viuda a su medio hermana Anjsenamon, que sufrió dos abortos, producto probablemente de la endogamia extrema practicada en su familia.

Al mito sobre la sucesión de muertes relacionadas con Tut Anj Amón contribuyó involuntariamente el propio Lord Carnarvon, quien sufría de una mala salud a causa de un accidente que le obligaba a pasar largas temporadas en climas cálidos. Con lo que nadie contaba es que una picadura de un mosquito, combinada con un corte mientras se afeitaba, le iba a provocar una infección que desembocaría en una neumonía y su rápido fallecimiento entre alucinaciones sobre un dios egipcio que le perseguía. Habían pasado unos meses después de la apertura de la tumba y las voces sobre una supuesta maldición comenzaron a extenderse, hilándose con otras muertes que se irían produciendo a continuación, quizá a causa de un hongo que habitaba en las necrópolis y cuya inhalación podría resultar mortal. Era un auténtico filón aunque a Carter nunca le hizo gracia y negó rotundamente cualquier influencia del faraón desde el más allá. 

En realidad en la sepultura de Tut Anj Amon no había ninguna maldición. En otras sí, aunque de nada valieron y todas acabaron saqueadas. La del joven rey hijo de Akenaton también, pero los ladrones fueron descubiertos a tiempo. Luego, el lugar sería olvidado y quizá durante el reinado de Ramsés VI, en la Dinastía XX (Tut era de la Dinastía XVIII, unos 200 años anterior), se perdió su rastro al construirse encima otra tumba. Eso fue lo que preservó la momia y sus tesoros.

A principios del  siglo XX, Carter ya era un conocido dibujante y explorador. No era un arqueólogo profesional, pero siempre se comportó como tal, siendo muy concienzudo a la hora de ir retirando los objetos que iba encontrando. Le llevó mucho tiempo abrir el sarcófago y dar con la maravillosa  máscara fúnebre de oro y piedras, hoy la pieza más valiosa del Museo Egipcio del Cairo, donde se exhibe la mayor parte del ajuar funerario. En cambio, la momia sigue en el Valle de los Reyes, la única que permanece en el mismo lugar donde fue sepultada, hasta que Carter vio “cosas maravillosas”.

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