LA REVISTA

Una escapada a Melgaço, vigía portugués del Alto Miño

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Su paisaje parece gallego salvo por la ausencia de feísmo. En Melgaço todo es armonía, desde la orilla del Miño, el ambiente de una villa que mantiene su esencia medieval sin las estridencias de carteles ni escaparates modernos en sus estrechas pero bien trazadas calles, hasta las cumbres de Castro Laboreiro, que miran  hacia las Terras de Celanova.

Para los amantes de  los hitos, viajar a Melgaço representará acercarse al municipio más septentrional de Portugal. También el que cuenta con la población a más altura sobre el nivel del mar, la aldea de Curral do Gonçalo, y el que tiene más superficie fronteriza de nuestro país vecino: su perímetro es de 66 kilómetros de raya seca y 35 de límite fluvial, la mayor parte por el Miño y su afluente el Trancoso.

La manera más cómoda de llegar a Melgaço es cruzando el puente internacional de Arbo. Se puede acceder a él desde la A52 saliendo por A Cañiza, ya sea desde Ourense o desde Vigo. Existen dos opciones más: cruzar la frontera por San Gregorio, para los viajeros que llegan desde Ourense, o hacerlo por Tui a Valença y desde allí seguir la carretera que bordea el Miño hasta nuestro destino.

La localidad de Melgaço tiene algo más de 1.500 habitantes, sobre un total cercano a los diez mil que habitan un municipio de casi 240 kilómetros cuadrados. Es una villa de origen medieval, cuyo perfil urbano se desarrolló en torno al castillo levantado por el rey Alfonso Henriques, en el siglo XII. Sus casas apretadas, casi comprimidas, mantienen todavía ese aspecto medieval intramuros de la muralla defensiva y presentan una excelente conservación, muy respetuosa con su pasado. En la ronda periférica de esa muralla de la que todavía quedan algunos tramos en pie, se encuentra la sede de la Cámara Municipal. El estacionamiento del coche resulta fácil en cualquiera de esas calles y el paseo a pie nos desvelará pequeños inmuebles de estilo manierista, como sucede con el actual Solar do Alvarinho, que antiguamente fue sede de la cámara municipal, del tribunal y de la cárcel. Hoy es un espacio dedicado a la promoción y difusión del vino y la gastronomía: un total de veinte bodegas tienen su sede en tierras de Melgaço y están adscritas a la subregión Alvarinho de Melgaço y Monçao, de la denominación de origen Vinhos Verdes.

Abierto todos los días, ofrece al visitante la posibilidad de degustar un Alvarinho, conocer más información sobre sus bodegas y marcas o adquirir en su tienda, botellas de la mayoría de ellas, así como especialidades gastronómicas del entorno: embutidos y fumeiros que comparten con el Alvarinho una fiesta de exaltación que este año se celebrará los días 28, 28 y 30 de abril, y las especialidades de una pequeña quesería, Prados de Melgaço que elabora quesos con leche de cabra autóctona del Alto Minho, la misma raza que da lugar a uno de los platos de la gastronomía tradicional de esta zona, el cabrito al horno.

Los museos

Con un billete único de 2,5 euros, se puede acceder a los cuatro museos que abren sus puertas a diario en Melgaço. El primero de ellos, por ser el que se encuentra en el corazón mismo de la villa es el que se abre al público en la torre del homenaje del castillo. Se accede desde la Plaza de la República y nos muestra, además de un monumento nacional, una exposición dedicada al patrimonio arquitectónico y arqueológico de esta tierra norteña, desde la Prehistoria hasta la Edad Contemporánea. En la misma zona amurallada, en la casa que otrora ocupaba el cuartel de la Guardia Fiscal, se encuentra el Museo do Cinema, creado a partir de la amplísima colección que legó a esta villa el cinéfilo, escritor y crítico de cine francés Jean-Loup Passek. Autor, entre otros, del Diccionario de Cine Larouse, publicado en España por la Editorial Rialp, era también el responsable de los ciclos de cine del Centro Pompidou de París. Passek  se definía como un hombre de alma eslava, nacionalidad francesa y corazón portugués, convirtió Melgaço en su refugio vital, al que acudía con frecuencia hasta su fallecimiento, el pasado 4 de diciembre. Linternas mágicas, proyectores primigenios, artilugios contemporáneos de los hermanos Lumière y de los hermanos Pathé, conforman un amplísimo legado del que se expone en el museo una parte representativa.

La siguiente parada en nuestra ruta museística se encuentra en el antiguo matadero, hoy rehabilitado con un gran sentido estético y convertido en museo de la Frontera, la emigración y el contrabando. Este pequeño equipamiento cultural nos resultará muy familiar, pues contrabando y emigración fueron dos conceptos que se manejaron con igual intensidad en nuestro territorio.

En Castro Laboreiro se encuentra el cuarto museo, dedicado a la evolución de la vida en dicha parroquia montañosa y su altiplano, desde la época castreña hasta nuestros días.

Pero la guinda de la escapada la vamos a encontrar un par de kilómetros al oeste de la localidad, las Termas do Peso. Están situadas dentro de un parque amparado por árboles centenarios, refrescado por el paso de un pequeño río, y rodeado de un ambiente bucólico y de gran belleza en el que conviven las edificaciones decimonónicas del balneario y la planta de embotellado primigenias y la moderna ampliación realizada recientemente con excelente gusto. Solo el balneario ya justifica la escapada a esta atalaya norteña de Portugal.
 

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