Espartero, un militar a caballo (I)

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photo_camera Imagen: Espartero, en Logroño, de Pablo Gilbert( 1895).

Le apuntaban para cura pero él se decantó por la espada, una de las más afiladas del XIX. A Baldomero Espartero (Granátula de Calatrava, 1793-Logroño, 1879) el tiempo le ha minorado la voz de la historia, pero si hay un personaje decimonónico con protagonismo político y militar, éste es el suyo

De ojos claros y mirada fría, músculos faciales que semejaban petrificados, era Espartero un tipo duro, curtido en mil batallas y adalid de la defensa liberal, por haber vivido ya en Cadiz el nacimiento de la Constitución de 1812 y sus debates en las Cortes. Azote carlista, antes, como soldado había hecho frente a la invasión francesa y a los actos de rebelión en las colonias americanas. Su valentía y sangre fría, su dureza, también su ímpetu alocado y su carácter desobediente, lo convirtieron en un militar referente, por haber participado de manera exitosa en tres conflictos decisivos en aquella España del XIX. Amante de la disciplina y de la eficacia ejemplarizante. no dudó en mandar ajusticiar a los sublevados, en varios episodios. A él y a los suyos les quedaría el sobrenombre de Los Ayacuchos, por la decisiva batalla en Perú, en la que se perdió la colonia, aunque él no había participado. 

Sus habilidades militares quedaron demostradas en la contienda contra los carlistas, donde él se decantó por Isabel II y la regente María Cristina. La batalla de Luchana, con apoyo de la armada británica y española, lo convirtió en héroe. En 1835 libera Bilbao -batalla de Mendigorría- del sitio carlista, antes habría sufrido el azote de Zumalacárregui. El fin de la contienda carlista y el acto de rendición del Abrazo de Vergara le valió el apelativo de grande de España, así como otros, príncipe de Vergara, de Amadeo I, o Alteza Real, otorgado por Alfonso XII. Al frente del Partido Progresista, en 1840 fue proclamado presidente del Consejo de Ministros, su enfrentamiento a la regente, la sublevación militar y posterior renuncia lo convierten en regente. Vivió el exilio (1843-1848) tras la disolución de las Cortes y el pronunciamiento militar contra él. De regreso, con el Bienio Progresista (1854-1856), fue nuevamente presidente del Consejo de Ministros. Después se retiró en Logroño. Destronada la reina Isabel II (1868) le ofertaron la Corona de España, también la presidencia de la Primera República. Ambas las rechazaría. Era ya suficiente. 

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