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Iconos: Hugh Hefner

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photo_camera Hugh Hefner y alguna de las chicas PlayBoy.

Cuando diseñaba aquel primer número no sabía cuantos hombres de su generación compartirían sueño

A Hugh Hefner uno se lo imagina eternamente en bata al borde de la cama sonriendo a cámara y rodeado de jóvenes igualmente plenas de felicidad y una rica vida interior. A veces cambiaba la imagen de la bata por un pijama liso, aunque también era frecuente verlo con una vulgar gorra de marinero. Y es que el editor de Playboy en sesenta años ha variado poco de indumentaria, menos que de acompañantes.

Él no fue el inventor de las revistas pornográficas, cuando en 1953 pensó que una revista masculina tendría posibilidades ya había otras de desnudos, marginales y semiclandestinas, vinculadas al entorno naturista, carentes de los beneficios de otras empresas editoriales en cuanto al servicio de correos, restricciones que él mismo sufrió en aquellos primeros años. Su publicación no era pornográfica, o al menos no se presentaba así aunque la imagen de un desnudo femenino fuera el reclamo; en su primer número ya advertía que la publicación pondría a disposición de los lectores artículos de ficción y no ficción, viñetas provocativas y reportajes que mostraran a los estadounidenses los placeres de la vida. Y así fue. De hecho Hefner decidió no publicar ningún anuncio que incidiera en las preocupaciones y problemas de los hombres, lo suyo era puro hedonismo.

Tenía 27 años y el mundo que había dibujado junto a su mujer y su hijita se precipitaba al abismo, al igual que todos aquellos trabajos que desempeñó al regresar del ejército. Si volaba con su imaginación sería capaz de hacerlo con la de sus compatriotas. Con 600 dólares obtenidos de hipotecar sus muebles se lanzó al vacío. Cuando diseñaba aquel primer número no sabía cuantos hombres de su generación compartirían sueño; entre cálculo y cálculo, 30.000 lectores para aquel comienzo no estarían mal.

Se lanzó a comprar por 500 dólares la imagen de una Marilyn Monroe desnuda propiedad de un fabricante de calendarios del extrarradio de Chicago, una imagen cargada de erotismo y descaro tomada en 1949, antes de despegar. El primer número superó los 60.000 ejemplares. Dos años más tarde se vendían ya 400.000. Queda claro que aquel hijo de padres metodistas educado en un ambiente restrictivo intuía la singularidad y los pecados de sus conciudadanos.  

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