Isabel II, la reina desatada

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No era muy agraciada, sí animosa y divertida, y le podía la fiesta, también el sexo, que se cobraba de oficio. Nunca la ilustraron para la corona; sus preceptores la formaron para la música y la vida doméstica, ellos atendieron sus primeros desfogues sexuales, una máxima vital. 

A Isabel ii (1830-1904), que no era muy agraciada, sí animosa y divertida, le podía la fiesta, también el sexo, que se cobraba de oficio. Nunca la ilustraron para la corona; sus preceptores la formaron para la música y la vida doméstica, ellos atendieron sus primeros desfogues sexuales, una máxima vital. 

A los 16 años llegó un matrimonio de conveniencia. Elección compleja. Tras un concurrido litigio, donde progresistas y liberales lanzaron sus propuestas, el elegido fue Francisco de Asís de Borbón, tan inocuo en lo político como en lo personal. aunque en él se fundían las dos ramas reales. 

¡No con Paquita, no! De todos los posibles, aquel ser amanerado y ridículo era el menos conveniente. Fue su propia madre -María Cristina- quien intercedió en su favor, era su sobrino: homosexual, amanerado en extremo y sexualmente inoperativo. El matrimonio no fue, y a la reina le iba por herencia la vida licenciosa y el desfogue. Tampoco era virgen ya, la había perdido con el profesor de canto, Santiago Olózaga, uno de sus preceptores. Su primer amante conocido fue Francisco Serrano, un general, que como tantos aprovecharía su amistad para hacer carrera política y manejar al país. La fiesta era eterna, y los salones del primer piso del madrileño restaurante Lhardy, el lugar donde se hicieron famosas sus juergas y los episodios eróticos.

Con el general Serrano, el “general bonito” el rey se interpuso para frenarlo, no por celos, sino porque éste le quería rebajar sus emolumentos. Apartado del militar, la reina haría carrera con otros amantes. Músicos, el compositor Emilio Arrieta, el cantante José Mirall, el italiano Temistocle Solera; aristócratas, Manuel de Lorenzo de Acuña, marqués de Bedma; militares, el capitán José María Arana, quien, con restos de sangre en su uniforme tras enfrentarse al sublevado general Serrano en la Puerta del Sol, se presentó en su puerta y ésta lo arrimaría hacia su lecho; el capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó, padre de Alfonso XII; el general O'Donnell, al frente del bienio progresista de la Unión Liberal (1854-1856). Carlos Manfori, ministro de Ultramar, quien le acompaña a París en el exilio, en 1868. 

Ni el exilio aminoró su actividad sexual; de todos una pléiade de vástagos, 12, muchos fallecidos en el parto, o poco después. En 1870 abdica en favor de su hijo Alfonso. 

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