La crítica

"Isla de perros"

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photo_camera Fotograma de la película.

El director Wes Anderson vuelve al stop-motion con una pieza de orfebrería animada, técnicamente divertida y muy disfrutable
 

La fidelidad, demostrada durante siglos, es lo que ha convertido al perro en el mejor amigo del hombre. La fidelidad, profesada hacia su cine durante ya nueve películas y, por extensión, a su peculiar, simétrica e hiperdetallista forma de entender el mundo, es lo que ha convertido a Wes Anderson en el mejor amigo de la ‘modernez’ cinéfila.

“Isla de Perros” es, tras alumbrar en 2009 la también genial “Fantástico Mr. Fox”, su delicioso regreso al stop-motion, una técnica que le permite plasmar en pantalla todo lo que pasa, clasifica y compone esa cabeza sin tener que supeditar sus pulsiones ‘tweeds’ a las limitaciones de las imágenes reales.

Después de que todas las mascotas caninas de Megasaki City sean exiliadas a una isla que es un vertedero, un niño de 12 años emprende un viaje para buscar a su perro extraviado.

“Isla de perros” es una aventura animalista con multiples lecturas actuales que avanza, ladrido a ladrido, al son del inconfundible e irrenunciable ritmo de Anderson pero en la que la fijación por el detalle y la dictadura de lo estético rivalizan con su tremendo amor por Japón. Y no ya solo por su cine -los ecos de sus grandes cineastas son incontables- sino que aquí hay pasión por toda la cultura y tradición visual y sonora del país nipón.

Devoción que el director, que sigue enrachado tras las imprescindibles “Moonrise Kingdom” y “El Gran Hotel Budapest”, plasma en una canina pieza de orfebrería técnicamente sobresaliente, notablemente divertida y muy, muy disfrutable.

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