reportaje

Acisclo Manzano, las manos que moldean a Cristo

acisclo manzano
photo_camera El escultor Acisclo Manzano (ÓSCAR PINAL).

A lo largo de más de seis décadas, el escultor Acisclo Manzano ha creado, tallado, esculpido, labrado, en diferentes materiales, más de un millar de cristos

Mil Cristos. Tal vez parezca una cifra arbitraria, pero nada exagerada. Desde que talló el primero, con doce años, de la mano del padre Silva, Acisclo Manzano (Ourense, 1940) no ha cesado en ese empeño. El más reciente en encontrar un espacio para su exhibición al público fue el Cristo de la Ribeira Sacra que ahora forma parte del entorno de San Pedro de Rocas, tal vez uno de los rincones que mejor definen la relación entre la espiritualidad y el paisaje de toda Galicia.

Ya convertido en escultor, Acisclo recibió su primer encargo mientras aprendía talla en el taller de José Liste Naveira (1904-1973) uno de los más sólidos artesanos de la madera de la escuela compostelana y un magnífico escultor, al que se le deben entre otras obras, el busto de Vicente Risco que preside los jardines dedicados a este escritor en Ourense. Será, precisamente Risco quien ponga nombre al grupo de “Os Artistiñas”, al que pertenecían, Xaime Quesada, Manuel Buciños y Acisclo Manzano. Aquel encargo lo recibió del párroco de la Trinidad, para la iglesia de la Asunción. “Me lo encargó sin tan siquiera ver un boceto”, recuerda Manzano. La pieza, de gran tamaño, llegó a Ourense en la baca del Auto Industrial. Era el año 1958.

Acisclo explica esa constante en su carrera por un deseo de su madre: “Ella quería que yo fuese cura, y de hecho me llevó dos veces al seminario y yo siempre me negaba. Para ella, que tenía una hermana que siempre presumía de que tenía un hijo cura y tres hijas monjas, aquello fue una decepción. Porque mi tía siempre le decía: "Eu xa estou una antesala do ceo, e ti non". Así que me puse a hacer Cristos. Con tantos hechos hasta ahora, más de mil, yo creo que mi madre dónde va que ya pasó por delante de su hermana en la antesala del cielo”.

El Cristo de la Ribeira Sacra, instalado en San Pedro de Rocas, está realizado en fundición de aluminio. Pesa 800 kilos y tiene una altura de 3 metros. Entre el primigenio de la iglesia de la Asunción, de 1958 y éste, emplazado en su nueva localización en 2019 han pasado 61 años. A lo largo de este tiempo, las imágenes de Acisclo Manzano han ido poblando numerosas iglesias de la provincia de Ourense y del resto de Galicia, como la que se encuentra en As Lagoas, en la iglesia de Cristo Rey, una talla de madera de grandes dimensiones; en Laias, (Cenlle), que hizo con Manuel Buciños, en el Obispado, la catedral de Ourense, la iglesia del Corpiño, en Lalín y un largo etécera. Pero además de estas figuras de gran formato, Acisclo Manzano ha trabajado también con modelos de tamaño más reducido.

“Hay piezas que están concebidas para su instalación de forma permanente o temporal en una localización como una iglesia, una plaza, pero también hago otras que están pensadas para colocar en una casa o llevar consigo”, explica el escultor.

Pese a las diferencias entre unos y otros, todos llevan ese sello que los hace inconfundiblemente obra de Acisclo Manzano. Son figuras estilizadas, alargadas, algunos son Cristos extraordinariamente escuetos, queriendo darle más valor a su carácter espiritual que al material. Pero no siempre fueron comprendidos. En la conversación recuerda que el que hizo para la capilla de Os Peares en la década de 1960 chocó con la oposición del entonces titular de la diócesis de Ourense, monseñor Temiño, uno de los obispos con más larga presencia en la ciudad, nada menos que 36 años, entre 1952 y 1988. “Temiño decía que era un Cristo que no daba devoción y mandó quitarlo de Os Peares. Lo curioso es que ahora se encuentra en la capilla de Las Nieves, en la catedral de Ourense, la misma capilla en la que está enterrado él”, comenta el escultor.

Los Cristos de Acisclo tienen fama de “milagreiros”, que ayudan a que quien lo posee a conseguir un propósito. “Bueno –comenta con ironía– menos para la lotería y los juegos de azar. Porque entonces yo sería rico. Pero sí hay quienes me han dicho que desde que lo tienen les ha ayudado en conseguir algo que deseaban: salir de un mal momento, aprobar unas oposiciones, hasta ganar unas elecciones. Pero no es un amuleto. Creo que lo que hace es que quien lo lleva se sienta más seguro”.

Para que cumpla tan propósito, no debe de haber dinero por medio. “Por eso yo nunca los vendo. Los regalo. Otra cosa es que me encarguen uno para regalar a alguien. Pero su destinatario tiene que haberlo recibido de manera desinteresada”.


Las técnicas


Al igual que sucede con el resto de su obra, Acisclo Manzano utiliza un amplio abanico de técnicas en estas piezas. Desde la talla de madera, la piedra, la fundición en bronce y en otros metales y la orfebrería. Los más pequeños están hechos en plata y oro, unos para llevar en el bolsillo, otros para colgar con una cadena. También trabaja piezas en barro, que previamente deja secar en la chimenea de su casa y estudio, una nave que había sido construida para ser curtiduría pero que nunca llegó a funcionar como tal. Después van al horno. El barro es uno de sus materiales favoritos, fruto de la influencia mediterránea adquirida durante su estancia en Ibiza a finales de la década de 1960 y buena parte de la siguiente.

La madera es otro de los materiales primordiales de este escultor que comenzó como tallista en Santiago y sintió el hormiguillo de esa técnica, años antes,  mientras estaba hospitalizado en Piñor, de niño, viendo como otros pacientes convertían cajas de puros en marcos para fotos con una navaja o una simple hoja de afeitar. No hay una madera específica por la que sienta predilección. “Me gustan todas las maderas. Pero es madera ya muerta, un trozo de tronco, una viga que ha sido abandonada… Son piezas que están diciéndome qué hacer con ellas y al tallarlas se les devuelve la vida”.

Con todo, en su trabajo diario, que desde hace algunos años realiza de manera cotidiana pero fundamentalmente por las tardes, Acisclo rehuyó siempre el espacio propio de un taller. Por su casa es fácil encontrar figuras secándose al calor de la leña de carballo en torno a la chimenea, o una pieza sobre la que está trabajando encima de una mesa y unos bocetos en otra mesa, en otro espacio. 

La antigua curtiduría que no llegó nunca a serlo parece ahora una escultura, en si misma, con volúmenes y espacios que se abren aquí y allá, con juegos de luces y de sombras que son facilitados por la orientación de la casa y las ventanas que la abren al exterior. Con los años ha ido forjando sus volúmenes y sus espacios como si de otra escultura más se tratase. Y en uno de esos espacios, como si de un pequeño retablo de iglesia rural se tratase, se juntan unos cuantos Cristos, con un san Roque y un san Benito.  No es religiosidad sino espiritualidad.

Es difícil disociar todos y cada uno de los rincones de su casa de la fuerza creativa que con el paso del tiempo, lejos de menguar parece que se acrecienta. Tal vez por eso él insiste en que no tiene intención de retirarse nunca. Muy al contrario, ahora ha encontrado en la compañía de su hijo Acisclo Novo, el aliado para enfrentarse a nuevos proyectos, aunque cada uno sigan caminos diferentes, comparten algunos trabajos.  


Exposición


Mientras sigue atendiendo encargos y trabajando en el día a día, Acisclo Manzano prepara la que será su próxima exposición, en 2020. “Quiero celebrar mi 80 cumpleaños con una exposición en la que ya estoy trabajando”, apunta. “Serán todas piezas de madera, porque es una forma de cerrar el círculo. Yo comencé con la madera y quiero volver a ella en esta que creo que puede ser mi última exposición… al menos por el momento, aunque siempre tengo muchas cosas en mente”. 

No se trata de una exposición antológica, que haga un recorrido por sus más de sesenta años de trabajo, como él mismo añade. “Será toda obra nueva, que es en la que estoy trabajando, con troncos y piezas de madera que fui cogiendo de aquí y de allá”. Aunque la una y la otra, la antlógica y la del 80 cumpleaños son dos exposiciones que no resultan incompatibles. La lluvia y el frío curten esos restos de madera y de troncos en la finca de su casa en Viduedo, aparentemente sin valor, hasta que las manos del escultor les de forma y hasta color, devolviéndolos a la vida. Mientras, en San Pedro de Rocas, uno de sus Cristos se incorpora a una historia que comenzó hace quince siglos de mano de una docena de monjes que pusieron en marcha el más austero y antiguo de los monasterios que existen en Galicia.

Te puede interesar