CRÍTICA

"Lazzaro feliz"

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photo_camera Un fotograma de la obra

La cinta que viene de obtener el premio al mejor guión en Cannes y un premio especial del jurado en Sitges, es una fábula realista y un tanto cruel

Tras hacerse con el Premio Especial del Jurado de Sitges, y el premio a Mejor Guion de Cannes,  “Lazzaro Feliz”, una preciosa fábula que hunde sus raíces en la realidad más cruel,  llega a nuestros cines como una feliz rareza. Una película que se desmarca de una cartelera dominada por el recuerdo adulterado de Queen, el exceso de color y ruido de “El Cascanueces”, y los asesinatos de Michael Myers. Estamos ante un film comprometido, profundamente bello y apacible.

Lazzaro Felice es una fábula muy realista, pero, al fin y al cabo una fábula, con una clara división entre los buenos y malos, pero a través de la mirada de alguien que no sabe si hay buenos o malos.

Con un reparto que mezcla actores profesionales, como Alba Rohrwacher (hermana de la realizadora), Sergi López o Nicoletta Braschi, con otros amateurs, como Adriano Tardiolo, el fantástico protagonista de la historia, “Lazzaro Felice” compone una narración con elementos fantásticos que ha dado la sorpresa en Cannes.

La directora, Alicia Rohrwacher, busca el realismo más inmediato, rugoso y concreto, en los espacios y rostros, una aspereza primitiva que no parezca contaminada por la afectación o el artificio de la recreación. El realismo se funde con lo fabuloso, y la alegoría y la abstracción se desplazan al primer plano con la naturalidad que no distingue lo fantástico de lo realista. Hay un aliento tan compasivo como doloroso (ese dolor que brota de las tinieblas que conforman una espesura difícil de superar) que conecta con cierta tradición del cine italiano, de “Milagro en Milan” (1951), de Vittorio de Sica a “Rufufú” (1958), de Mario Monicelli.

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