La maquinaria para soñar

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photo_camera Foto: “La mujer del pescador”, 1814. Autor: Katsushika Hokusai.

La religión sintoísta quedaba determinada por la libertad sexual, ya que las creencias se basaban en la fertilidad tanto del hombre como de la tierra.

La religión sintoísta quedaba determinada por la libertad sexual, ya que las creencias se basaban en la fertilidad tanto del hombre como de la tierra. A diferencia de la concepción occidental, en aquel Japón germinal que hoy nos ocupa no había nada pecaminoso, ni tabú en el sexo. Relatado en el Kojiki y el Nihonshoki, los dioses Izanagi e Izanami idearon ocho grandes islas al practicar el coito. Pero la historia del Japón, que en momentos se mostró tan luminaria en cuestiones sexuales, tiene muchas idas y venidas. Un género como el shunga, que se traduce como imágenes de primavera o estampas del mundo flotante, donde se representan todo tipo de fantasías eróticas de corte surreal y que tan inspirador fue en las corrientes artísticas para occidente (desde Picasso a Klimt, pasando por Degas o Rodin), a cuyos orígenes se remontan, hoy estarían prohibidas, y a lo largo del período Edo (1603-1867) no estuvieron permitidas todo el tiempo.

El hecho de que el código penal japonés en 1907, a través del artículo 175, declarara su particular guerra contra la obscenidad, marcó el final de la tradición del shunga, un arte cuya creatividad salta a la vista de cualquiera. Artistas de la talla de Moronobu, Utamaru o Hokusai, entre otros, han pasado a la historia como grandes referentes. Es precisamente una imagen de Hokusai, entre las miles existentes en su producción, uno de los iconos de este arte aferrado a la rica historia sexual japonesa. De refinada gráfica en todas estas imágenes confluye de una manera evidente el deseo carnal y la perversión fantástica, imágenes idealizadas donde lo surreal es un marco constante.
El arte y la fantasía al servicio de la imaginación y basada en una leyenda nipona -Taishokan-, una mujer entrelazada sexualmente junto a dos pulpos, el más pequeño rodea con sus tentáculos uno de los pezones de la mujer, se supone que en una práctica iniciadora, mientras el otro, adulto, se regodea con las partes más íntimas. En toda la obra hay una sexualidad desbordada, de puro éxtasis. No es la primera vez que artistas japoneses han puesto su imaginación en el acto sexual con animales marinos, su natural proximidad al medio han tenido mucho que ver. El pulpo, aún hoy, sigue activo.

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