LA REVISTA

Maruja Mallo, musa de la modernidad

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photo_camera Maruja Mallo, icono de modernidad.

A maruja Mallo (Viveiro, 1902; Madrid, 1995) le acompaña la leyenda de que paseaba su menguada figura envuelta en un abrigo de pieles.

A maruja Mallo (Viveiro, 1902; Madrid, 1995) le acompaña la leyenda de que paseaba su menguada figura envuelta en un abrigo de pieles. Su rostro, de una destreza picassiana atrapada entre gasas imposibles, le generaban la actitud y color a esta pionera. Se paseó por las vanguardias de su juventud como quien se asoma rabiosa a la ventana de la vida; se ganó así la amistad de Lorca, Dalí, y Buñuel; veían en ella a una mujer que militaba en su propia causa, el surrealismo. Pero Maruja Mallo era más que una seguidora fiel en la aventura freudiana de la pintura, compañera destacada de los creadores del 27. Fueron los tótems del surrealismo, Breton, Éluard, quienes darían un “sí quiero” de admiración en aquel París pleno y bullicioso donde la artista había llegado para estudiar escenografía. El propio Breton le compraría para sí uno de sus cuadros, pero la de Viveiro militaba en múltiples causas, como la que le llevó junto a a Alberto Sánchez y Benjamín Palencia a descubrir los parajes agrestes del extrarradio madrileño - Escuela de Vallecas- en un afán estetizante por descubrir la belleza del submundo paisajístico.

Como docente en el Arévalo de La República compartiría doctrina militante, que la llevarían a sublimar a la causa trabajadora, y a pasear en bicicleta por el interior de una iglesia en domingo y salir como si nada. Ella era así, de gestos y encuentros. La guerra le pilla en Vigo, vía Portugal se traslada a Argentina. Junto al exilio galaico -Seoane, Colmeiro-, se reencuentra con el orden y simetría, con la influencia de autores como Torres García y el rigor numérico compositivo que ella traslada a su particular visión y representación de la naturaleza. Muralista, escenógrafa, incluso performer como se pueden ver en sus fotografías recubierta de algas, al estilo de la que muchos años antes le había fotografiado su hermano Justo en Cercedilla; ella siempre como protagonista de un rico mundo interior.
Del exilio -1961- regresa con la mueca, y el miedo a la represión; nadie la recuerda. Pasarían años, hasta que la movida la implantaría en su esencia de modernidad, allí se volvería a pasear como lo que era, una mujer moderna, libre y con su propio relato en la mano. Y el abrigo de pieles.

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