LITERALMENTE

El mayor día de luto de la historia

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photo_camera Una de las grandes tumbas de los Faraones de las dinastías XVIII y XIX.

No fue el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon ni la ciudad perdida de Tanis los dos hallazgos más importantes de la egiptología sino el escondite de las momias de los mayores faraones

Los grandes faraones de las Dinastías XVIII y XIX, en el Imperio Nuevo, crearon un mausoleo gigante en la orilla Oeste del Nilo, enfrente de Tebas, un lugar hoy conocido como  Deir El-Bahari, un valle seco coronado por un monte en forma de pirámide donde construyeron sus tumbas durante unos 400 años. Hacia el año mil antes de Cristo, Egipto había caído de nuevo en el caos, al disgregarse el poder central y entrar en el llamado Tercer Período Intermedio.

Era lo que más temían los egipcios: la derrota del Maat, el concepto del orden, el equilibrio y la justicia, y la llegada del caos, vinculado al Dios Seth, el terrible homicida de Osiris que también traía consigo el desierto y la guerra. Ante la posibilidad real de que todos los sepulcros de reyes como Ramsés II, Tutmosis o Amenhotep fueran destruidos, los sacerdotes tuvieron la gran idea de retirar los sarcófagos de los hipogeos y esconderlos en una gruta del entorno con la esperanza de que nadie los encontrara. La estrategia resultó un éxito: durante casi 3.000 años, desde el mil antes de Cristo hasta finales del siglo XIX, se mantuvieron apartados y a salvo.

Todo cambió con el “boom” de la egiptología, que comenzó con las expediciones de Napoleón y la traducción de los jeroglíficos gracias al genial Champolion, que permitió conocer la cultura y religión del país. En el siglo XIX el interés por la historia y los mitos egipcios fue creciendo y con ello el de los traficantes por sacar dinero a los millonarios por toda clase de objetos faraónicos. Incluyendo momias. Así se descubrió que unos  campesinos que vivían en el entorno de la antigua Tebas se estaban haciendo ricos con la venta de objetos auténticos del Imperio Nuevo. ¿De dónde venían?  
Nadie lo sabía, pero un grupo de arqueólogos les siguió la pista y consiguió que un miembro de la familia les contara la verdad. Que una cabra extraviada había caído en un pozo donde hallaron lo impensable, un auténtico tesoro. Finalmente el 6 de julio de 1881, decidieron encaminarse al lugar en cuestión donde hallaron un agujero disimulado en la roca que desembocaba en un pozo de 13 metros de profundidad.

Éste a su vez, en un pasillo de otros ocho metros. Cuando por fin alcanzaron el final del camino se encontraron con una sala y unas 30 cajas: eran los sarcófagos de los más grandes faraones, que reposaban en su interior. Y por tanto, la mayor colección de momias reales jamás encontrada. Allí estaban los cuerpos de los reyes y reinas más importantes de una de las etapas más poderosas de la historia.

Siendo un descubrimiento crucial, más llamativo fue la respuesta del pueblo egipcio, muy consciente y orgulloso de su lejano pasado, con el que todavía hoy se siente íntimamente conectado.

Contaban los egiptólogos de la época que al conocerse la noticia de un hallazgo de esta envergadura se decidió una operación de “rescate” que conllevaría el traslado de los cuerpos de los grandes reyes. Para evitar contratiempos, el Servicio de Antigüedades decidió enviar a El Cairo todos los sarcófagos con los ajuares. Trasladados hasta la orilla del Nilo y embarcados en un transbordador,  las momias reales recibieron el calor de los campesinos, quienes a su paso lanzaban salvas al aire en recuerdo de los antiguos reyes.

Todavía más asombrosa resultó la manifestación de luto y dolor de miles de mujeres, que como sus lejanas antepasadas, se desgarraban los vestidos y lloraban por los muertos que antaño dieron tanta gloria al país del Nilo. Así, durante muchos cientos de kilómetros, a lo largo del cauce del río, desde el Alto Egipto, en Tebas, hasta el inicio del Delta, en la actual El Cairo.
 Allí, en el Museo Egipcio, en una sala especial, todavía reposan los restos momificados de los grandes faraones y es posible ver cara a cara a Ramsés II y su curioso cabello rojizo. Ramsés murió a los 93 años, cuando la longevidad media estaba entonces por debajo de los 30. Por ello fue declarado Dios viviente… 

El antiguo Egipto aún vive en el actual Egipto.

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