MITÓMANOS

Olimpia, la ambición rubia griega

IMN

En un mundo griego machista hasta el absurdo, donde las mujeres no tenían voz ni voto, Olimpia de Epiro y Macedonia logró imponer su criterio. A menudo con sangre. 

Olimpia no se llamaba en realidad así, sino Polixena, por la hija del rey Príamo de Troya sacrificada a los dioses brutalmente. Siendo ya mujer casada decidió cambiarlo en honor a su esposo, Filipo II de Macedonia, cuando se impuso en los Juegos Olímpicos, lo que ocurrió el 20 de julio del año 356 antes de Cristo. Ese mismo día nacía Alejandro, que años después sería conocido como el Magno, el gran rey que unificó Grecia, se proclamó faraón y conquistó Asia hasta la India, y cuya huella impregnó durante siglos la civilización europea. Nada habría sido posible sin Olimpia.
Era princesa de Epiro, un estado montañoso en el noroeste heleno situado cerca de lo que hoy es Albania. Se casó con Filipo siendo muy joven y cuando ya se había convertido en sacerdotisa de un culto ecléctico greco-oriental que incluía el uso de drogas y serpientes como método de adivinación. Una vez se encontró el rey a su esposa rodeada de reptiles, lo que le dejó fascinado y horrorizado. Se decía que sólo tenía miedo a su mujer, lo que era comprensible. Y más con lo que vendría después. Filipo tuvo dos hijos con Olimpia, Alejandro y Cleopatra, pero decidió repudiarla y casarse con una mujer más joven de pura sangre macedonia, como reclamaban sus nobles. La venganza de Olimpia parece que no fue otra que tramar la muerte de Filipo cuando estaba en el cénit de su poder tras conseguir ser nombrado Hegemon Panhelénico, líder de todos los griegos… gracias a su ejército, una de cuyas alas, la caballería, la dirigía su joven hijo Alejandro con apenas 18 años. Ya entonces era un mito. Pero todo iría a peor: en una borrachera, Filipo  dijo en público que no era su hijo. No era nuevo: lo  mismo le repetía su madre, quien le aseguraba que su padre era Zeus, que había tomado forma mortal para engendrarlo, un mito que se ha repetido infinitas veces (en Egipto, con Hatshepshut). Alejandro no se creía nada.  Pero era muy grave, ya que entre otras cosas, suponía que Filipo lo apartaba de la sucesión al trono. Su madre, en el exilio, al parecer actuó desde la distancia y a través de Pausanias logró asesinar a su marido y a continuación liquidó a su joven mujer, recuperando todo el poder para Alejandro… Nunca se ha probado, pero eso ya se creía entonces y responde a la ambición de Olimpia, que no se paraba ante nada. Con su hijo rey, pudo recuperar su influencia en Macedonia y en toda Grecia, bajo el mando de Alejandro, quien decidió completar el plan de su padre e iniciar la campaña en Asia, la más famosa de la Historia.
Olimpia se quedó en la corte como regente, maniobrando y dirigiendo el país a su gusto, remitiendo cartas a su hijo sobre la marcha de las cosas en Grecia y pidiendo  premios y castigos. No contaba con que se iba a encontrar con alguien todavía más ambicioso y cruel, Casandro, quien aprovechó que Olimpia –para allanar el camino a su nieto Alejandro IV- ordenó asesinar a Eurídice y a su esposo Filipo Arrideo, hermanastro de Alejandro, para sublevar al pueblo contra la reina. La obra de destrucción de Casandro fue completa: tras fallecer Alejandro Magno, mató a su hijo de 13 años, a su viuda, Roxana, y consiguió urdir una trama para que los parientes de Eurídice mataran a Olimpia, quien al final de su vida vio como toda su obra se venía abajo. 

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