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"Pacific Rim: Insurreccion"

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photo_camera Imagen promocional de "Pacific Rim".

Esta secuela está un par de escalones por debajo de su predecesora

“Pacific Rim” fue, junto a “Ahora me ves”, una de las grandes sorpresas del cine palomitero aquel verano de 2013. Emergió como tapada entre blockbusters de más nombre como “Fast & Furious 6”, “Man of Steel” o Guerra Mundial Z y sonados descalabros como “After Earth” o “El llanero solitario”.

Y lo hizo a pesar de que lo único que revestía de cierto atractivo un filme que parecía un crossover apócrifo de “Transformers “y “Godzilla” era el pedigrí de su director, Guillermo del Toro, y la pasión e imaginación que el mexicano insufla a (casi) todo lo que toca.

Pero el enfrentamiento entre robots gigantes y monstruos alienígenas surgidos de las profundidades oceánicas funcionó. Del Toro sintetizó su amor por el ‘mecha’ y el ‘kaiju’ en un filme que equilibraba épica y ligereza y cumplía con compromiso básico de estos subgéneros, una rutilante puesta en escena. Y funcionó.

“Pacific Rim” consiguió una taquilla considerable y la aprobación de su público objetivo. Una sólida base de fans que justificaban una secuela que ha tardado algo más de lo previsto en llegar y que -y tal y como se temían no pocos amantes de los Jaegers- echa demasiado en falta al ahora ya flamante ganador del Oscar.

“Pacific Rim: Insurrección” está un par de escalones por debajo de su predecesora. Y no ya solo por el bajón -más grande no siempre es mejor- que sufren sus secuencias de acción, ni por la ausencia de coherencia en un guión plagado de agujeros y diálogos vacíos, sino por simplificar y banalizar los elementos que hicieron de la primera un producto singular entre los de su especie.

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