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Piero Manzoni, “Mierda de artista”

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photo_camera Imagen: Piero Manzoni y sus latas “Mierda de artista”, de 1961.

En mayo de 1961, el artista extendió excrementos de su producción intestinal, eso dijo, entre 90 latas de estaño de 4,8 centímetros de ancho por 6 de alto, así, al natural. Aquellas cajas de mierda de artista siguen batiendo récords de mercado

No insulta quien quiere sino quien puede, reza el dicho. Al arte le pasa lo mismo, por mucho que Duchamp insistiera en aquello de que todos somos artistas. Él lo era y nos agasajó con su afamada “Fuente” (1917), un mingitorio colocado del revés y firmado. 

En el arte de la provocación todo es posible, que no es sinónimo de trascendente. Las reliquias religiosas se consuman en autos de fe que nadie pone en duda, por mucho que lo allí dispuesto se asemeje poco a lo humano. Al arte le ocurre, sino lo mismo, si algo parecido. Más allá de Duchamp, santo del devocionario conceptual a la par que del enredo dadaísta, otro autor esencial es Piero Manzoni (1933-1963), que por suerte para la comunidad artística, murió de un infarto y se elevó así a los altares del mercado, aunque algunas de sus provocaciones fueran en trazo grueso. 

Se inició en la pintura hasta que harto de tanta figuración se encaramó a postulados críticos con el sistema artístico siguiendo las viejas enseñas del maestro Duchamp. “Estos imbéciles burgueses italianos solo quieren mierda”, fue la conclusión después de sentir tanta pintura y olor a trementina entre sus manos. Nadie antes, ni siquiera Duchamp, se enredó tanto en la provocación en apariencia más burda. Si es la firma lo que da valor a una obra, pongamos argumentos sobre la mesa. En mayo de 1961, el artista extendió excrementos de su producción intestinal, eso dijo, entre 90 latas de estaño de 4,8 centímetros de ancho por 6 de alto, así, al natural. Latas que precintó y etiquetó lateralmente en inglés, francés, alemán e italiano; “Mierda de artista”, a la par que numeró y estampó con una firma bien visible sobre la tapa. Cada una de las latas de 30 gramos se pusieron a la venta con el equivalente de su peso en oro y sus fluctuaciones del mercado. 

Detrás de aquel juego irreverente, detrás de aquel enredo para desvelar lo que envuelve al arte en sí y su mercantilización, queda la verdad del artista. Pura tautología duchampiana, si todo lo que emana del artista es arte, su mierda también. Después vinieron las esculturas vivientes firmadas, los pedestales, los huevos digitalizados, los globos de aire. Aquellas cajas de mierda de artista siguen batiendo récords de mercado, la última en Milán, la número 69, 275.000 euros. Nadie ha mirado qué hay dentro, se presupone: arte.

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