MITÓMANOS

La reina egipcia que derrotó a Roma

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Cleopatra falleció hacia el año 30 antes de Cristo y con su muerte se puso punto final a 3.000 años de civilización con la conversión del país en provincia romana. Aunque no del todo, porque el emperador César Augusto se las vio con una belicosa reina con la que no contaba, Amenardis.

Hacia el año 24 antes de Cristo, poco después de que Roma hubiera conquistado Egipto tras la derrota y posterior suicidio de Marco Antonio y Cleopatra, los kushitas, que era como los egipcios llamaban a los actuales sudanes, invadieron la provincia egipcia de Baja Nubia, atacando y saqueando Elephantina y Philae. Desde allí, empujaron hacia Tebas y derrotan a su guarnición romana, que se había instalado poco antes tras convertir Augusto el país en provincia. El historiador Estrabón informó que la Reina Kushita "esclavizó a los habitantes, y arrojó una estatua de César". Una cabeza de bronce de Augusto fue desenterrada en la excavación en Meroe, en el actual Sudán,  en 1912, y se puede ver en el Museo Británico.

El general romano Aelio Petronio fue enviado por Augusto a Nubia al mando de las legiones. Se encontró y derrotó a un ejército de Meroe y logró entrar en su capital, Napata, ciudad fundada por los faraones egipcios como la capital del Sur. Petronio siguió la lógica romana de pacificación –“crean desolación y la llaman paz”, dijo Tácito- y  capturó a miles de nubios, destruyendo la ciudad, siendo sus habitantes esclavizados. Pero los kushitas no se rindieron y mandaron enviados para las negociaciones en la isla de Samos y al final concluyeron un tratado de paz cuyas condiciones les aseguraban la independencia pleno, y no como país vasallo de Roma.

El tributo kushita fue suspendido y una posición permanente del embajador fue establecida entre Meroe y el Egipto romano. Los romanos se retiraron a Maharraka, que estableció el control romano de la Baja Nubia y la frontera. El tratado de paz duró tres siglos, con especial énfasis en el comercio del Mar Rojo, incluso en el Océano Índico. Curiosamente, en el relato de Estrabón se observó que la reina de Meroe, Amenardis, era "una mujer muy masculina y ciega en un ojo". Su nombre sonaba por completo egipcio y de hecho lo era: significa “La que recibe dones de Amón”.

Amenardis era la reina de Kush, o Napata, como se llamaba el reino creado en torno al año mil antes de Cristo, tras la retirada del dominio Egipto más allá de la cuarta catarata del Nilo. Los soberanos de Kush, la Alta Nubia, eran africanos, negros, que se empaparon de la cultura egipcia, su lengua y religión. Hacia el año 700 antes de Cristo, Egipto había caído en el caos y uno de los reyes de Kush, Pianjyi, se lanzó a la conquista de lo que consideraba su país, tomando Tebas y alcanzando el Delta.

Así nació la denominada Dinastía XXV, que reinó sobre Egipto y Nubia durante casi un siglo. Se consideraban los auténticos faraones, legítimos sucesores de los grandes reyes, como guardianes del lugar donde habría nacido Amón, Gebel Barkal. Cuando fueron empujados de nuevo al sur, continuaron considerándose egipcios y retomaron la construcción de pirámides: 150 se elevaron en Sudán, hasta el siglo I antes de Cristo, más de 1.500 años después de que se hubiera levantado la última en el Alto y Bajo Egipto.

A partir del año 600, los dos países se separaron, pero los Kushitas mantuvieron tradiciones, cultos y religión. Por eso Augusto tuvo que luchar contra la reina egipcia de los nubios, Amenardis. Tenía el mismo nombre que la hija de Pianjyi, que habría sido la fundadora de la orden de las  Adoratrices de Amón en Tebas. Amón tenía un peso crucial en Nubia, aunque tras la caída de la Dinastía XXV, el reino de Kush comenzó a adaptar la religión egipcia a su entorno africano.

No obstante, el culto se mantuvo hasta el final, incluyendo el nombre del Dios en el propio. La reina Amenardis es un ejemplo de ellos. 1.500 años después de Amonhotep, otro soberano del Nilo invocaba a Amón…

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