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Termas, desierto y vino dibujan el paisaje al sur del Río Bravo

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cuatrocientos veinte años después de la primera incursión ordenada por el conde de MonterreY,entonces virrey de la Nueva España, otra expedición ourensana, esta vez con el termalismo como argumento principal,  recorrió los territorios del norte de México. Desierto, termas, viñedos y dinosaurios protagonizan este singular paisaje.

emocionados e impresionados quedaron los vecinos de Saltillo y Arteaga, en el momento de la inauguración de la edición mexicana de Termatalia. La causa de esos sentimientos la provocó la melancólica musicalidad de la Real Banda de Gaitas de la Diputación. Si el público ya estaba interesado por la aportación que instituciones, empresas y técnicos ourensanos en particular y gallegos en general realizarían al termalismo en ese foro, la elegante y melodiosa presencia de la banda los terminó de seducir en un encuentro que ha servido para el intercambio de conocimiento y para que Galicia, una vez más, demuestre que en materia de aguas y termalismo es una potencia admirada internacionalmente.
Del mismo modo, el paisaje de este territorio también impresionó a la expedición gallega. Tan diferente, con una desértica llanura tan solo quebrada por la línea que marca la Sierra Madre Oriental. Salteado de pequeños pueblos de casas de adobe cruzados por una línea del ferrocarril por la que circulan kilométricos trenes de mercancías arrastrados y empujados por media docena de locomotoras a los que se suben de polizones los inmigrantes de numerosas nacionalidades, para acercarse a aquel Río Bravo de John Wayne que hoy marca la frontera con Estados Unidos, en busca del sueño americano.
Un paisaje familiar, gracias a los western, plagado de tesoros minerales que las expediciones del Conde de Monterrey no llegaron a encontrar. Y de dinosaurios que se fosilizan bajo un desierto sobre el que el agua hace acto de presencia doce días al año. Lo justo para que sea posible encontrar viñedos, kilométricas plantaciones de nogales y algunas termas sulfurosas que todavía conservan el recuerdo de los revolucionarios de Pancho Villa que en ellas restañaban sus heridas entre batalla y batalla. Un México muy diferente del colorido tropical del sur o de Acapulco.

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