“The Doors”, 50 años después

La ciudad de Los Ángeles declaró el 4 de enero como el día de The Doors, en el 50 aniversario de la aparición del homónimo disco de debut de la banda

Una estupidez. La ciudad de Los Ángeles declaró el 4 de enero como el día de The Doors, en el 50 aniversario de la aparición del homónimo disco de debut de la banda; una estupidez, allí estaban los dos integrantes de la banda que aún respiran, John Densmore y Robby Krieger. Todos los días tienen su punto “estúpido”, aunque visibilizan, aquí también, en lo musical, el reconocimiento a una banda fundamental en la historia del rock, que elevó a la ciudad de los Ángeles hasta la estrellas, a base de blues y pura psicodelia motora. 

El primer disco de The Doors que cayó en mis manos no fue éste, sino "L.A. Woman" (1971). Lo compró algún chico del barrio y no paró de sonar hasta que se fatigó por desgaste. Finales de los 70, hacia bastante tiempo que Jim Morrison criaba malvas. El de “The Doors” (1967) llegaría después; aún resuena con la misma potencia. 

“Todo el mundo ama a mi chica, ella se, ella se, Ella se eleva”. “Break on through”, era la pieza que abría la espita, y la censura, eso de elevarse en plena psicodelia era sinónimo de volar. Jim Morrison no cambiaría ni una coma. 

Cuando la banda entro en el estudio de grabación los chicos ya estaban suficientemente rodados, en apenas seis días, finales de agosto de 1966, el disco quedó perfectamente registrado, en una única toma como si fuera un disco en directo pero de estudio. El sello era Elektra, el ingeniero de sonido, Bruce Botnick, y el productor, Paul A. Rothchild, quien se convertiría en un miembro más. En los conciertos The Doors no tenía línea de bajo, lo suplía Ray Manzarek con la inigualable sonoridad del Fender Rhodes. 

El segundo single, “Light my fire”, elevó a la banda a la cima, y Jim se convertiría en ese ser icónico que reconocemos. Arrastró pronto fama de rebelde, provocativo, como cuando después de ser gaseado por un policía antes de un concierto, relató después el asunto en forma de soflama. “The End” respiraba en forma de prematuro epílogo. La mayoría de las canciones eran propias, del poeta Morrison, a las que el resto daba cuerpo sonoro. para eso estaba Ray, pura sicodelia, Krieger, abrigado en el blues, o Densmore, una coctelera rítmica de pulsos de puro jazz. También había composiciones ajenas, de Bertoldt Brecht y Kurt Weiil, “Alabama Song”, que Jim dedico a Pamela. Arrancaba así el viaje, breve pero intenso. 

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