La memoria del Castillo

Manuel
photo_camera Manuel Fernández, fotografiado en las escaleras del patio de las Damas.

Manuel Fernández Manso consumió sus últimos 24 años de cotización enseñando hasta el último rincón del monumento de Monterrei. Para él, "castelo si, pero con máis reformas do recinto e adecentación dos accesos

Cinco y media de la tarde, de un martes cualquiera de cualquier mes de julio. La visita a las instalaciones de la fortaleza de Monterrei no tendrían más relevancia de la adquirida ayer, si en su interior no se ultimasen los pequeños detalles decorativos de las nuevas dependencias del Parador y un servidor no fuese acompañado de uno de los protagonistas más activos de los últimos 25 años de historia del monumento,  Manuel Fernández Manso. 


En honor a la verdad de todos aquellos que osan intentar contar la realidad de lo que ven bajo su más absoluta subjetividad -aunque realmente quien suscribe pretende que esa apreciación coincida finalmente y en la mañana del día siguiente, el mismo en el que usted lo lee, con la suya-, decepciona adentrarse en los accesos al castillo de Monterrei y comprobar como a pocos días de los fastos de la inauguración no se han cuidado los mínimos detalles de adecentamiento de sus inmediaciones. 


Quizás la premura y la falta de previsión en una reforma que llega para quedarse a menos que una sentencia de un alto tribunal la tumbe, impidan apreciar a este transeúnte unos bellos y decorados jardines en el camino de incorporación al edificio histórico más emblemático de la comarca de Monterrei.


Precisamente es uno de los primeros temas de la animosa charla del que durante 24 largos años fue ilustre habitante, por sus ocupaciones como vigilante y guía turístico, que de manera intencionada comenta: "Cheguei ó castelo véndoo cheo de silvas ó arredor, e marchei del logo de todos eses anos, non che direi que coas mesmas silvas, pero moi parecidas", apunta Manuel Fernández. 


Pronto deriva su discurso apuntando descripciones de otras fortalezas, "nas que seguro sería impensable atopar uns accesos con estas características e tan pouco mimados". Bien, primer punto de coincidencia de pareceres. Al menos, en este universo de dos reunidos en una ventosa tarde, pleno en idéntica apreciación. Prometía la charla porque ya se había iniciado sin tan siquiera traspasar la puerta de entrada que ahora luce de madera, a lo que él apostilló sin ser preguntado por el particular: "ésta si que é unha porta".


Una de cal (o de cemento), del mucho que se ve incluso antes de acceder al recinto, "que eu tampoco o faría, porque cando cheguen 200 ou 300 persoas, aquí non han de ter moito sitio". Servidor, convencido de la autoridad, por señera y experta, que lo acompañaba, se temía lo peor nada más tomar pie más allá de los muros. El recorrido comenzó en el patio de las Damas, y allí se inició la conversación por su llegada a esa ocupación que le llevó a su jubilación un seis de marzo de 2009. 
Emigrante en Francia, con evidentemente alto nivel de la lengua gala e "algo de portugués, tiven coñecemento de que buscaban unha persoa de Monterrei para facerse cargo da súa vixiancia e tamén servir de guía". Fue el elegido y entró a formar parte del elenco de personal laboral contratado de la Xunta hasta que tocó diana de retirada. Recuerden que seguimos en el patio de las Damas en animosa conversación, y es entonces cuando uno de los aspersores interrumpe: "Ves, é a primeira vez que vexo así este patio, estou seguro de que se non fose por esta reforma esta instalación nos estaría como nós a estamos a ver arestora, con ese verde e tan coidada". 


Oooopsss. Creo que este buen hombre no tendría plaza de portavoz en la "plataforma en defensa do castelo". Pero ya que estábamos en la hora de la merienda y se acababa de abrir tan maduro melón, la pregunta fue obligada, y la respuesta la que sigue: "Mira, non quero polemizar pero si que me gusta dar a miña opinión. Non se pode mezclar cultura con política. Eu estou convencido de que o 90 por cento dos veciños de Monterreri -y puntualiza-, porque esto está no Concello de Monterrei, están a favor de que se fixera esta reforma. E eu tamén, xa verás como dende que esta xente se poña a traballar o castelo estará menos abandoado e se acaban os roubos que se daban sempre nos días que eu descansaba". 


Lo dice quizás no un eminente catedrático de una prestigiosa universidad, licenciado en Bellas Artes -por supuesto, opinión tan respetable como la de cualquier otro-, pero sí lo afirma con rotundidad una persona que recibió una media de 25 mil turistas al año en sus últimos 24 de ejercicio, el mismo que registraba en su viejo cuaderno -luego llegarían los partes a remitir a Cultura- el número de visitantes y su nacionalidad al final del día. 

Los "atentados"
Preguntado por los "atentados" denunciados por la plataforma, me devuelve el pelotazo: "Pregúntalle ti ós de Verín polo cadro de San Franscisco Javier, que está nun dos baixos do Concello, ou mesmo da talla do Cristo das batallas de Gregorio Fernández". Todo, evidentemente, afirmado con cordialidad y con el convencimiento más absoluto de que "si, cando hai obras sempre se dan algún tipo de desperfectos, pero eu aplaudo que polo menos desta vez non fose un sinxelo plan piloto, que hoxe se inicia e meses despois se tira e que estas actuacións se consoliden".


Manuel Fernández quiere ser enterrado en el cementerio de Monterrei. Fue bautizado en su iglesia. No dudo -ustedes tampoco deberían de hacerlo- del cariño que le profesa y de la emoción que le puede en su discurso. Es consciente de que "este tiña que ser un plan moito máis ambicioso, fundamentalmente no entorno. Teño claro que queda moito por diante, e tamén penso que unha inauguración -como la que muy inmimente parece por el trajín del personal de Paradores- non se podería facer tendo así estes accesos ".

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