CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Fidel Castro, el incansable caballo de la revolución

Fidel Castro, el incansable líder de la revolución cubana, vestido con su eterno uniforme verde oliva, con Sobrado Palomares en Cuba.
photo_camera Fidel Castro, el incansable líder de la revolución cubana, vestido con su eterno uniforme verde oliva, con Sobrado Palomares en Cuba.

Al saber que era gallego quiso saber si creía en las meigas, le contesté que por supuesto y el declaró que "haberlas hailas"

Había focos guerrilleros en todos los continentes y a imitación de los cubanos soñaban con la conquista del poder. Sonora ingenuidad. Lo primero que guardé en la cartera de mano, antes de salir para el aeropuerto de Barajas, fue el tarjetón que Ben Bella le había escrito a mano a Fidel pidiéndole que me recibiera. Ignoraba el valor que podían seguir teniendo aquellas líneas ya que Ben Bella desde el golpe de estado llevaba seis meses desaparecido en un limbo de tinieblas y no se sabía si estaba vivo o muerto. Yo iba acompañado de Eduardo G. Rico, redactor jefe de la revista Triunfo, los dos únicos españoles invitados. En el mostrador de Cubana de Aviación había largas colas para los trámites de embarque, en su casi totalidad eran extranjeros… gentes de la izquierda europea con destino a la Tricontinental de La Habana. "Mira", me dijo Eduardo al oído "ahí está Vargas Llosa". Efectivamente allí estaba, alto, bien peinado a raya y con una sonrisa perenne dominada por llamativos dientes a los Humphrey Bogart en "La Reina de África". Vargas Llosa tocaba ya con fuerza la gloria literaria después de la publicación de su novela "La Ciudad y los Perros". El vuelo a bordo del avión turbo hélice iba a ser largo. 18 horas con escala en Gander, Terranova, donde nos esperaba una temperatura de 28 grados bajo cero. Me acerqué a Vargas Llosa; me presentó a su mujer Patricia  que estaba embarazada de seis meses. Me pareció una temeridad afrontar un viaje tan largo en esas circunstancias, pero no dije nada. Cuando aterrizamos en La Habana el termómetro marcaba 24 grados.

El tarjetón de Ben Bella
Dos días antes de la Tricontinental, Fidel Castro ofreció una comida de bienvenida a todos los asistentes en la plaza de la catedral. Eduardo y yo nos sentamos en la mesa de Salvador Allende debido a que habíamos hecho amistad con su secretaria Frida. Venía de perder unas elecciones y nos cantó muchas anécdotas. Le informé de mis encuentros en Argel con Ben Bella e hice mención al tarjetón que le había escrito a Fidel pidiéndole que me recibiera, pero hacía unas horas que se lo había entregado a Celia Sánchez, la todopoderosa secretaria de Fidel para que lo tramitara. Al final de la comida, Allende me cogió del brazo y me llevó hasta Fidel para que se lo contase.


Te recibirá Fidel, me dijo. ¿Cuándo?, pregunté. Eso con Fidel nunca se sabe. Me dijeron que estuvieras localizado.


Al estar junto a él, le dijo simplemente: "Hola, Fidel", y me presentó como un periodista español que había estado en Argelia con Ben Bella. El Comandante me golpeó el hombro con fuerza, hizo un comentario que no entendí, estaba demasiado nervioso, y tal vez debido al nerviosismo, le solté a bote pronto:

- Soy el periodista que le hizo a Ben Bella la última entrevista antes de que le derribara el golpe de estado de Bumedián. Fidel se me quedó mirando y me dio otro golpe en el hombro solo que más fuerte, al tiempo que decía:

- Carajo muchacho, ¿Y por qué en vez de venir a verme a mí, no te vas a ver a Johnson (a la sazón presidente de los Estados Unidos), a ver si tienes las misma suerte que con Ben Bella.

Salvador Allende sonriendo, añadió: "Eso, Eso. Vete a ver a Johnson".

 Pensé que me iba a preguntar por Ben Bella, pero no lo hizo. Al saber que era gallego quiso saber si creía en las meigas, le contesté que por supuesto y él declaró que tenía la misma creencia porque "haberlas hainas". Se aproximó Regis Debray con Alberto Moravia y dejó de prestarme atención. En los días que duró la conferencia solo se habló de revolución, de exportar la revolución cubana al mundo como estaba haciendo el Che. Según  aquellos visionarios, la revolución marcaría una nueva era. Inocentes. Entre las peregrinas razones que daban oí está de  corte teológico: "Si el Che dejó Cuba para ir a combatir a otros lugares es porque cree firmemente en la victoria; de lo contrario no habría ido".

Ek Mercedes 500
Muchos años más tarde, en 1992, en el aeropuerto José Martí de La Habana me esperaba el director de Prensa Latina, Pedro Margolles, con un reluciente Mercedes 500 y un chofer que el gobierno ponía a mi disposición mientras durara mi estancia en Cuba.

Te recibirá Fidel, me dijo. ¿Cuándo?, pregunté. "Eso con Fidel nunca se sabe. Me dijeron que estuvieras siempre localizado. Fidel es un hombre muy ocupado y sus horas no siempre coinciden con las nuestras, pero te recibirá,  estoy seguro". ¿Cómo lo sabes? "Por el coche que te asignaron, el Mercedes 500. No creas que tenemos Mercedes 500 para todos los invitados que llegan a La Habana. También te asignaron una casa de protocolo reservada a huéspedes relevantes, muy relevantes. Tendrás tiempo para pasear por La Habana", añadió Margolles. "Te acompañaré". 
Quería callejear por La Habana vieja no restaurada, entrar en los cafés desvencijados donde te recibe el cerrado humo de tabaco con sabor a café, porque en esos lugares, más que oler a café, se mastica su sabor. Por razones de fetichismo también quería tomar el daiquiri de Floridita, justo en el asiento de al lado de Hemingway. Y ya puestos a pedir, probar el menú de La Bodeguita del Medio regado con los clásicos mojitos. Dicen que los mojitos le sientan bien a la pierna de cerdo y a los frijoles negros. 


Quería callejear por la Habana vieja no restaurada, entrar en los cafés desvencijados donde te recibe el cerrado humo de tabaco con sabor a café, donde se mastica su sabor


La tarde del segundo día, la delegada de Efe Marisol Marín ofreció un cóctel en mi honor en los jardines de la residencia de la Agencia. Durante el cóctel me avisaron que Fidel me esperaba. Pedí disculpas, todos comprendieron que me ausentara y bastantes me envidiaron. No se habla con un mito todos los días. Al llegar me pasaron directamente al despacho donde me lo tropecé de frente. Allí estaba de pie, vestido con el clásico uniforme verde oliva, como un himno de campaña sobre la permanente firmeza de las botas. Una botas impensables para el trópico. Las botas y la barba, dos elementos básicos de su iconografía  en los retablos mundiales de la celebridad. Después de dos apretados abrazos me señaló el sofá donde sentarme; él tomó asiento en un sillón. Me preguntó si me estaban tratando bien, "estupendamente", respondí. Me preguntó de qué parte de Galicia era, lo que me indicó que alguien le había comentado que era gallego. Preguntó si en mi pueblo había procesiones de las ánimas de los muertos. Le aseguré eran más abundantes en mi zona por estar en la raya seca de Portugal. Eran procesiones mixtas, de almas portuguesas y gallegas. 

Las grandes palabras
Quiso saber cómo funcionaba la Agencia Efe. Se sorprendió cuando le respondí que como una gran factoría de producir noticias con 2.500 periodistas distribuidos por todo el mundo. Hizo alusión al desorden informativo mundial, el norte contando a su manera lo que sucede en el sur. Y sin darme cuenta fue cuando pronunció las dos grandes palabras: Revolución e Imperialismo. Nadie las pronuncia con la fuerza que él lo hace. Lleva toda la vida ensayando. Fidel es un seductor incansable que está siempre seduciendo a los interlocutores que le interesa. Me sorprendió que de pronto propusiera: "Os invito a ti y a Ana Tutor a que vengáis a pasar aquí unos días de vacaciones". Me desconcertó que hablara de mi mujer, ya que en ningún momento yo había aludido a su nombre, ni a su trabajo. Alguien le habrá pasado una oportuna chuleta. "Lo pensaremos", dije, ya que tenía que contestar algo a una propuesta tan directa. "Nos encantará pasar unos días en Cuba, lejos del periodismo y la política".


Me preguntó si Felipe González me daba consejos sobre cómo gestionar Efe, le respondí que no. "Pues tienes suerte", observó. "A mí, a veces trata de asesorarme..."


- El problema lo vais tener allí. Aquí ninguno. El problema lo puede tener Ana allí. Estoy viendo el ABC titulando: "Ana Tutor se va a Cuba a aprender represión con Fidel Castro".

Reímos. La conversación se alargó por senderos inverosímiles, desde la citada procesión de ánimas en Galicia a los derechos humanos en Cuba. Recordamos los días de la Conferencia Tricontinental de la Habana, de lo mucho que había llovido desde entonces sobre la revolución. A veces más que lluvia fue granizo, subrayó. 

Me preguntó si Felipe González me daba consejos sobre cómo gestionar Efe, le respondí que no. "Pues tienes suerte, observó. A mí, a veces trata de asesorarme sobre lo que tengo que hacer y cómo hacerlo". Y soltó una carcajada antes de añadir: "Incluso piensa que sabe más de vacas que yo porque de estudiante las vio en los establos de su padre".
Me despidió con dos grandes abrazos.

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