Una momia aporta indicios del suicidio ritual de los nobles canarios

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Los restos pertenecen a un varón de 25 o 30 años, en su plenitud física, si fue un guerrero, desde luego no murió por las armas

El carbono 14 despojó hace tiempo a la momia más famosa del Museo Canario de la leyenda que la identificaba con Artemi, el líder aborigen que murió luchando contra los normandos, pero sus huesos parecen resistirse al olvido y ahora sugieren una historia no menos impactante: un suicidio ritual.

El Museo Canario ha expuesto durante años la llamada "momia número 8" con un cartel que la identificaba con Artemi Semidán, el guanarteme de Gran Canaria que falleció combatiendo a las tropas de Jean de Béthencourt en la batalla de Arguineguín, en 1405, antes de que se iniciara la conquista de la isla por parte de Castilla.

Identificar esos huesos con Artemi no dejaba de ser aventurado, porque, de hecho, se ignoraba de dónde procedía esa momia, que llegó al museo a principios de siglo XX gracias a una donación tras haber pertenecido a una colección privada, la del conde de la Vega Grande.

Pero su espectacular sudario, formado por múltiples capas de pieles, algo muy poco frecuente, el aspecto joven del cuerpo, sus numerosas heridas traumáticas y el hecho de que en la donación del conde al Museo se citara entre los lugares genéricos de origen de esos materiales la localidad de Arguineguín crearon el ambiente propicio para que se le asociara con el histórico líder aborigen.

La leyenda de esa momia se vino abajo hace dos años, como consecuencia de un análisis de carbono 14 de un hueso del pie derecho que reveló que ese individuo murió entre los años 415 y 560 después de Cristo; es decir, un milenio antes de que Artemi y los suyos consiguieran repeler a los normandos en Arguineguín.

La revista "International Journal of Osteoarcheology" publica este mes un trabajo de investigadores del propio Museo Canario y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) que refuta otro de los mitos de esa momia desde un análisis forense de su osamenta: esos restos pertenecen a un varón de 25 o 30 años, en su plenitud física, pero si fue un guerrero, desde luego no murió por las armas.

El esqueleto de la momia 8 muestra múltiples fracturas en el cráneo, las vértebras, las costillas del costado izquierdo y las dos piernas que se produjeron en un mismo acto. El dictamen forense sobre su origen no tiene dudas: no hay heridas de defensa ni cortes por arma, sino que todo parece fruto de un impacto durante una caída, desde una altura probablemente superior a 15 metros.

El cuerpo tiene además unas fracturas en una pierna, curadas tiempo antes de su muerte, que pudieron producirse por un accidente similar, lo que lleva a los autores a preguntarse qué tipo de persona pudo sufrir repetidas caídas en altura en una isla salpicada de riscos, acantilados y barrancos y en una sociedad cuya supervivencia dependía de la ganadería. ¿Quizás un pastor?

Los investigadores admiten que pudiera ser, pero a renglón seguido defienden que el rico sudario de la momia 8, compuesto por cuatro capas de pieles de distintos animales, la última de oveja con la lana hacia adentro, no encaja con la que tendría un humilde pastor, sino que parece apuntar a un personaje perteneciente a la elite de la sociedad de hace quince siglos. "Seguro que era alguien relevante. No conocemos otro sudario como el suyo", resume a Efe Javier Velasco, del Departamento de Ciencias Históricas de la ULPGC.

¿Cuál fue, entonces, su historia? Los huesos no cuentan nada más, pero los autores han buceado en crónicas de los siglos XV y XVI sobre la conquista de las islas para buscar costumbres de los antiguos canarios que puedan dar una respuesta... Y han encontrado dos posibles escenarios que encajan con la muerte de la momia 8.

Las fuentes europeas escritas documentan que, entre los antiguos canarios, solía ser frecuente que los hombres prominentes treparan por los riscos para ver quién depositaba una rama en el rincón más inaccesible del barranco, una práctica peligrosa, expuesta a caídas.

Pero también citan que, en ocasiones, algunos aborígenes de Gran Canaria se arrojaban al vacío desde un precipicio para demostrar su honor, en un suerte de suicidio ritual que podía responder a un nombramiento de un nuevo señor, a rivalidades entre nobles o un último acto de resistencia ante un invasor (como ocurrió en el siglo XV con la conquista de las islas por Castilla).

El trato que recibió el difundo y su contexto histórico permite especular cuál de esas posibilidades parece más probable, pero solo a título de hipótesis, dicen los autores, porque las fracturas no cuentan nada más. "El problema es extrapolar los criterios de la ciencia forense actual al pasado, ya que puede haber diferencias. Sin ir más lejos, las formas de suicidio son culturales: hay poblaciones que saltan de cabeza y otras de pie", apunta Velasco.

Sin embargo, la momia 8 ofrece por primera vez un caso plausible de los suicidios rituales entre los nobles aborígenes canarios, algo de lo que hasta ahora solo existían referencias escritas. No será el bravo Artemi, pero a los arqueólogos les parece más interesante su biografía real que la que habían dado por buena hasta hace poco. 

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