CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

La tormenta de Washington sobre la agencia

photo_camera Richard N.Gardner, embajador de EEUU, visitó a Alfonso S. Palomares para protestar por el premio a la brasileña Beatriz Magno.

Acordamos conceder el premio iberoamericano a la brasileña Ana Beatriz Magno por la serie de reportajes titulada "Tráfico de Crianças"

Cuando la tarde del día 8  de diciembre de 1995, un jurado de lujo, integrado por José Luis Dicenta, secretario de Estado para la cooperación internacional, que actuaba como vicepresidente, yo lo hacía como presidente y los otros cinco miembros eran: Adán Elvir Flores, presidente del Colegio de Periodistas de Honduras y director del diario Tribuna; Shlomo Ben Ami, exembajador de Israel en España, director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Tel Aviv y futuro ministro de Asuntos Exteriores de Israel; Carlos Monsiváis, uno de los más importantes escritores y pensadores mexicanos; Sergio Ramírez, escritor y exvicepresidente de Nicaragua que rompió con el sandinismo dominado por Daniel Ortega y que aspiraba a la presidencia en las próximas elecciones como líder del  Movimiento Renovador Sandinista y ganador este año del Premio Cervantes, y Laarbi Messari, secretario general del Sindicato de Prensa Marroquí y director de la revista Shoún Magribía. Después de un intenso debate en el que llevó la voz cantante el mexicano Carlos Monsiváis, acordamos conceder por unanimidad el premio iberoamericano a la periodista brasileña Ana Beatriz Magno por la serie de reportajes titulada “Tráfico de Crianças”,  publicada por el “Correo Braziliense” de Brasilia.

La lectura del acta de proclamación de los ganadores se hizo en el gran salón del Palacio Presidencial de Uruguay, en un acto solemne, en presencia del presidente Julio Sanguinetti y de un gran número  de asistentes, entre ellos todos los responsables de los medios de comunicación uruguayos, por lo que tuvo una gran repercusión mediática, pero en ninguna de las crónicas sospecharon de la furiosa tormenta de granizo que se avecinaba. Sanguinetti, magnífico orador, pronuncio un bello discurso sobre la democracia y la libertad de información. En uno de los párrafos afirmó: “Aún hoy, cuando creíamos que habíamos ganado para siempre la batalla de la libertad, de la democracia y la sensatez, vemos tantas veces también amenazada la razón, por el fanatismo y el fundamentalismo violento que pretenden en definitiva ahogar la expresión libre de las voces de la democracia, a quienes primero tienen que acallar, porque son la vanguardia de la libertad.”

Antes de la Navidad me comentaron, de rutina, que en la embajada de Estados Unidos estaban muy descontentos por el premio Rey de España concedido a “Tráfico de Crianças”; me extrañó, pero no le di mayor importancia, porque siempre aparece algún descontento cuando se conceden premios importantes, y los premios Rey de España lo son, pues se consideran los más prestigiosos del periodismo sudamericano. La batalla, en toda regla empezó a principios de enero, inmediatamente después de la fiesta de Reyes. Un día me llamó el embajador estadounidense Richard N. Gardner y todas las palabras que me dijo fueron en tono agrio y de reproche por haber premiado con el nombre del Rey una información falsa, ya que se trataba de una leyenda urbana, como habían probado varios informes de prestigiosas agencia norteamericanas. Me ordenaba que pusiéramos en marcha los mecanismos para la anulación del premio. Le respondí que no existían tales mecanismos y que la anulación no dependía de una decisión mía, ni de ninguna institución, ya que un jurado independiente lo había decidido en una votación libre.


Indudable prestigio


Le enumeré el nombre de cada uno de los miembros del jurado aludiendo a su indudable prestigio. Le informé, aunque ya lo sabía, de que el premio lo organizaban conjuntamente EFE y la Secretaria de Estado de Cooperación Internacional. Hacía dos semanas se había producido un relevo en la cúpula de la Secretaría de Estado: Miguel Ángel Carriedo había sustituido a José Luis Dicenta, nombrado embajador en México. Le conté la historia a Miguel Ángel Carriedo y, aunque no había participado en la concesión de los premios, asumió con una cerrada rotundidad  la defensa de nuestras actuaciones.

El embajador Gardner me propuso que fuera a la embajada, donde me entregaría las pruebas irrefutables que demostraban que lo que contaba Beatriz Magno era una leyenda urbana. El embajador repetía con frecuencia la expresión “leyenda urbana” tal vez porque hacía poco que había aprendido la expresión y le resultaba contundente. Le dije que en vez de ir yo a la embajada, le recibiría encantando en mi despacho de EFE; pensé que iba a poner obstáculos, pero no los puso.

Durante el encuentro no cambiamos una sola sonrisa, solo la felicitación de año nuevo. Me dio los anunciados papeles y resaltó el daño que el trabajo de la periodista brasileña causaría al proceso de adopciones legales por parte de los ciudadanos estadounidenses y que estimulaba las agresiones contra los norteamericanos, tal como había ocurrido en México y Guatemala. El embajador, tal vez presionado por el Departamento de Estado, al que citó en dos ocasiones, tenía como obsesión impedir que el Rey entregara los premios en el solemne acto habitual en el Palacio de la Zarzuela, ya que la mera entrega del premio por parte del Rey le daba veracidad y mayor difusión. La Casa Real aparecía asociada al premio y eso molestaba de manera especial. 

Para poner fin a la conversación que estábamos manteniendo y que no llevaba a ninguna parte, propuse al señor Gradner una reunión a tres con el secretario de Estado de Cooperación Internacional, Miguel Angel Carriedo, copatronizador de los premios. Aceptó de inmediato. Delante de él llamé a Carriedo, le puse al tanto de lo que estaba ocurriendo y fijamos una reunión para tres días después en la Secretaría de Estado. Había que moverse con rapidez pues la ceremonia de la entrega de los premios estaba fijada para la tercera semana de febrero. 

Nada más despedir a Gardner llamé al jefe de la Casa del Rey, Fernando Almansa,  y le puse al corriente de lo que estaba ocurriendo; lo sabía todo menos algunos detalles, ya que la gran ofensiva la estaban dirigiendo contra la Casa del Rey para que suspendiera la entrega. "No nos vamos a doblegar -me dijo Almansa-, el jurado nos parece de la máxima solvencia".

El Rey también estaba al corriente de lo que ocurría. Le conté la reunión que íbamos a tener con el embajador, Carriedo y yo, y que le informaría de las conclusiones a que habíamos llegado. Para preparar la reunión hablé con todos los miembros del jurado, en los diversos países donde vivían, que ya estaban informados por la prensa de lo que estaba ocurriendo, ya que se había filtrado el malestar del Departamento de  Estado y la embajada USA con la Casa Real española. 


Con la galardonada


Hablé también con el director del Correio Braziliense y con la galardonada, Beatriz Magno, y les pedí que me enviaran más datos para apoyar la veracidad del trabajo. Respondieron con diez folios explicativos de cómo se había elaborado el reportaje y una enumeración exhaustiva de las fuentes en que se apoyaba. El reportaje, decía la periodista brasileña, reconstruye la ruta  irregular de la adopción ilegal de niños brasileños por parejas extranjeras (muchas norteamericanas); muestra el funcionamiento de la industria de exportación de menores y prueba que algunos niños brasileños adoptados no están en las direcciones que debían estar, según los documentos de los procesos de adopción. El primer paso es la compra de recién nacidos, a precios módicos, de mujeres pobres brasileñas. Después el recién nacido es vendido a precios que varían entre los diez mil y los veinte mil dólares americanos, a parejas extranjeras. Se admitía la hipótesis de que el sistema ilegal de adopciones abría las puertas al posible tráfico de órganos. Tema polémico, pero jamás investigado a fondo por las autoridades brasileñas.

Llegó el embajador para la reunión a tres. Saludos fríos, con unas ciertas sonrisas controladas. Desde la primera frase empezó el ataque con el argumento de que ese tipo de reportajes y denuncias ponían en peligro la vida de los norteamericanos y que por lo tanto debía anularse la entrega por parte del Rey. Inmediatamente saltó Carriedo para decirle que no podía admitir de ninguna de las maneras que la embajada norteamericana o el Departamento de Estado presionara para forzar un cambio en la agenda del Rey de España. El Embajador cambio de tono y nosotros también rebajamos la fuerza de las palabras. Los argumentos iban y venían en una conversación sin fin.  Le propuse que podía enviar el artículo a todos los miembros del jurado para que lo leyeran de nuevo junto con las observaciones que el embajador me mandara. Aceptó y pusimos fin a la conversación. Los miembros del jurado contestaron inmediatamente  reforzando su decisión sin ningún temblor de dudas.

Llamé a Fernando Almansa para preguntarle si les seguían presionando a ellos. Ni te imaginas, respondió el jefe de la Casa Real, pero dan en hueso. Es voluntad del Rey entregar los premios con el protocolo de siempre. 

Llegado el día fijado para la entrega salimos en microbús para la Zarzuela. Nunca había habido tanta expectación, no faltaba ninguno de los periodistas acreditados para cubrir el acto. Beatriz Magno se sentó a mi lado en el microbús, me dijo que estaba un poco nerviosa y que lamentaba haber causado tanta perturbación, le contesté que todo lo que se había montado redundaba en prestigio del premio.

Al llegar el Rey me llamó a su despacho. Y me suelta: “¿Sabes lo que pretendía el embajador Gardner, y creo que también el Departamento de Estado?

- Cualquier cosa Majestad -respondí-.

- Pretendían nada más y nada menos que me pusiera oficialmente enfermo y no avalara con mi presencia la entrega. ¿No te jode? Me voy a poner enfermo porque lo manden los norteamericanos.

La entrega se realizó con la brillantez acostumbrada. Después en EFE di una rueda de prensa con Beatriz Magno.

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