Los oriundos ourensanos recordamos la inauguración de la flamante urbanización en los albores de los 90 (sin meternos en vicisitudes legales), con su resplandeciente y luminosa plaza, su aspecto tan moderno y lujoso que llenaba de vida la zona. Si en aquel momento, algún viajero del tiempo viniese a mostrarnos cuál sería su estado en el año 2018, hubiéramos pensado que sólo podría haber sido consecuencia de una guerra civil o un desastre similar. Hoy es una zona maltratada, repleta de excrementos de perros y palomas (a las que se alimenta de modo abundante pese a la prohibición municipal) de adoquín levantado por artillería pesada y fachada carcomida por metralla, de botella y porrillo, de pintada reivindicativa de difícil interpretación artística, de maceta yerma, de farola oscura. ¿Merecerá el Santo Antonio, patrón de las causas perdidas, una plaza tan perdida?
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