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Dos de los acusados del tiroteo en el CHUO admiten disparos "por miedo"

Las víctimas, que declararán este lunes, aseguran que fue "un malentendido familiar" y que hace tiempo que se han perdonado

En Sampaio (Maside), la estufa de pellets de la casa de planta baja de Eduardo Montoya Jiménez y su  esposa Ángeles Gabarri está a pleno rendimiento para recibir a los invitados. Son las cuatro de la tarde y Antonio Gabarri Montoya, junto a sus hijos Daniel y Moisés, visitan a sus parientes, a unos nueve kilómetros del poblado de A Fontela. Han quedado para tomar "café de pota" y hablar. En la cocina que se anuncia nada más franquear la puerta, falta Francisco, el hijo de los anfitriones, pero es gruista y el trabajo obliga a esa horas.

Hace dos años ambas familias no tomaban café. Ni entraban en conversación. Desconfiaban unos de otros por las amenazas cruzadas. Los jóvenes Jesús (nieto de Eduardo) y Carmela (la hija de Antonio) habían infringido las reglas del compromiso gitano: habían escapado de casa sin la boda tradicional que tanto ansían los mayores del clan. 

Ahora, tras el tiroteo nocturno a las puertas del CHUO, el tiempo transcurrido, dos bebés y la mediación de los venerados patriarcas han sembrado la paz. Agresores y agredidos hablan de "malentendido" familiar. "Son mis sobrinos, sobrinas..., son  de mi sangre; no nos llevamos mal, no pasa nada, estamos mejor que nunca", dice la anfitriona mientras sirve el café en tazas floreadas. La vajilla de la vitrina bien merece la ocasión.

Esa misma mañana, Antonio, Daniel, Moisés, junto a Diego Gabarri (hermano del primero) y sus hijos Rubén y Miqueas se habían sentado en el banquillo de la Audiencia acusados por la fiscal de un plan concertado para querer matar, a las 23,30 horas del 15 de mayo de 2016, a Eduardo y a su hijo Francisco a la puerta del CHUO.  Según la acusación, sabían que sus rivales estaban allí porque una embarazada Carmela requería asistencia médica. Según los acusados, porque Elisa, la mujer de Moisés, acababa de parir.

Solo dos de los seis imputados, Antonio y Moisés, reconocieron ayer que dispararon, pero no para matar a sus rivales. Antonio Gabarri relató que se alarmó al ver a los Montoya, con bastón en mano, en su misma dirección. "Me asusté y cogí un rifle, después una escopeta porque me quedé sin munición, y disparé al aire para que estuvieran quietos", explicó a los magistrados. En su relato, exculpa a Daniel de los tiros. "Forcejeó conmigo, porque me quería arrebatar el arma, y se disparó". En cuanto a Moisés, dice que sí lo hizo "pero al aire" con objetivo disuasorio porque se sintió amenazado.

Antonio explicó que llevaba las armas, "encontradas en la chatarra", en el coche porque "estaba amenazado y temía por mi vida y la de mi familia". Tanto él como su hijo precisaron que no tenían intención de matar. "Si los hubiera querido matar, los habría matado, pero nunca allí", precisó.

También exculpó a Diego y a sus dos hijos del tiroteo. Estos últimos acudieron al lugar de los hechos porque, según relataron todos, "creían, por una llamada, que Antonio había muerto". Pero todos coincidieron en que no llegaron a accionar la escopeta -hablan de "un arma simulada"-, pese al testimonio en contra aportado por un vigilante de seguridad. Su letrado mantiene que hay un vídeo en Youtube ("tiros Ourense") que deja clara su versión.

Los 12 disparos efectuados por Antonio y sus hijos, según sostiene la fiscal, hirieron a Eduardo y su hijo (leves) pero también ocasionaron desperfectos en la puerta del acceso del CHUO, puesto de información y fachada exterior, así como en dos coches particulares allí estacionados.

Posteriormente, Antonio escondió sus armas en la plaza de Saco y Arce. La escopeta de balines de  su hermano acabó en el río.

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