OURENSE NO TEMPO

Adiós al bar Jácome

photo_camera Adiós a un bar histórico de la ciudad.

A finales de año, cerrará sus puertas uno de los bares históricos de la ciudad, abierto por don José Jácome el 18 de mayo de 1934

En los últimos tiempos, hemos visto desaparecer algunos de nuestros más añejos comercios de Auria. La entrada en vigor y el cumplimiento de los plazos que establecía la Ley de Arrendamientos Urbanos ha sido la principal responsable, aunque no la única. El difícil relevo generacional y los cambios de hábitos de la ciudadanía también han tenido algo que ver en el tema. Pero dejemos esos razonamientos a los entendidos (total qué más da).

Recientemente fue Chavalín quien dejo su lugar a Sfera en el Paseo, próximamente será una parte de Bazar Orense la que deje una de las mejores esquinas de la ciudad a disposición de (probablemente) una de esas multinacionales que… (ahorraos los mails, no voy a entrar a comentar ciertos temas en el blog), y hace unos días se fue la Armería Lira. 

Esos son los que más suenan, por su céntrica ubicación, pero no son los únicos. A finales de año, cerrara sus puertas uno de los bares históricos de la ciudad, más concretamente del barrio del Couto: el Jácome.

Ochenta años hace ya que don José Jácome Rogel (de los Melenchos del Couto) decidió probar fortuna en un barrio que se estaba convirtiendo en el más industrial de la ciudad: el Couto. La apertura de serrerías, talleres mecánicos e industriales, lecherías y sobre todo la fundición Malingre demandaba con insistencia la apertura de negocios de “apoyo”, sobre todo bares y restaurantes.

Abrieron de aquellas en un espacio muy limitado, Ervedelo cruce con Jesús Soria, el Pancho (estaba justo en la esquina, donde no hace mucho estaba la farmacia Gasalla), el Quenlle (pegado al anterior, creo que hoy está en ese bajo un kebab) y el Remache, y su objetivo primordial era dar de comer a la gran cantidad de trabajadores que a diario se concentraban en la zona. Junto a ellos, don José Jácome abrió su bar restaurante el 18 de mayo de 1934.

Cocina casera, casi siempre de cuchara, y como diría Arguiñano con fundamento; no había florituras ni siquiera carta (aprovecho para felicitar a los profesionales del restaurante Nova, que tan agradablemente nos han sorprendido estos días con la consecución de una estrella Michelín, ¡bravo!), la única decisión posible era entre vino y agua, y si eras de los habituales podías inclinarte por el blanco o el tinto. Tampoco en cuestiones de elegir mesa se podían permitir remilgos, y así era que según se llegaba, se ocupaba un hueco en la mesa que se pudiera. Alguno ya se estará preguntando, si las cosas eran así, ¿por qué la gente iba a comer allí? Y más de uno ya se habrá imaginado la respuesta, la destreza de la cocinera, la calidad de los productos y el más que ajustado precio de lo que en aquellos tiempos se llamaba cocina de obrero llevaban a los parroquianos a formar colas para comer allí.

Me cuentan que a diario se servían bastantes más de 100 comidas, y eso en un local de unas diez mesas y poco espacio, no permitía florituras. Aun a riesgo de que alguno de mis lectores se escandalice, me comentan que uno de los pocos platos que en plan delicatessen se servían (algún domingo) era el “gato montés”; pero no se trataba de un engaño tipo gato por liebre, si no que era gato montés con todas las de la ley (hoy sería un delito perseguido, pero de aquellas…). Ni lo probé ni tengo intención alguna, pero parece ser que después de un periodo de tres días macerando en vinagre y al frio de la nevera de la pescadería cercana, se elaboraba un guiso espectacular.

No sé si el plato lo mantuvo en la carta mi querido maestro, Don Antonio Rodríguez Fernández, “Pucho” (de los Guirrotes del Puente), yerno del anterior propietario, quien en el 63 se hizo cargo del restaurante, al tiempo que lo compaginaba con su trabajo de maestro. Pero lo que sí mantuvo fue el plato único, y el resto de las normas de la casa. Cuando algo funciona... Permitidme que a modo de anécdota comente este detalle que habla de la fidelidad de los clientes, cuentan que Máximo, un carretero de la zona, con frecuencia paraba a tomar un vino en el Jácome, hasta el punto que fuera cual fuera su intención (parar o no parar), su caballo siempre paraba delante del local, cierto es que siempre había una cunca para el Máximo y otra para el equino, a lo mejor.

Con el tiempo, su hijo José Manuel Rodríguez Jácome fue tomando el relevo, pero las modas han ido cambiando, y los parroquianos de hoy en día no tienen en el barrio su puesto de trabajo; cerró la fundición, y la inmensa mayoría de aquellas empresas que demandaban los servicios del restaurante, con lo cual el local se reconvirtió en bar tapería, y así se ha mantenido durante estos últimos años

Ahora la jubilación se avecina, y el relevo no aparece, un bar es muy esclavo, y los jóvenes buscan otras salidas. Así que a finales de año le diremos adiós a otro de los históricos. Adiós Pucho (que así lo conocí yo y muchos de vosotros).

En un futuro intentare dedicar una entrada al viejo maestro, Don Antonio “Pucho”. Y os contare la historia del pajarito que amaestraban en el local, pero eso será otro día.

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