OURENSE NO TEMPO

La calle Irmáns Villar y O Irixo

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photo_camera Plazuela del Cid, Eirociño dos Cabaleiros (1960).

A mí me gusta pensar en ella como una de las rúas que daban acceso a la vieja "ciudad amurallada de Auria".

Muy poco es lo que se tiene hablado de esta calle a pesar de su más que céntrica situación. A mí me gusta pensar en ella como una de las rúas que daban acceso a la vieja "ciudad amurallada de Auria". La calle de San Miguel (Rapagatos) fue en tiempos el límite de la ciudad; las casas de la parte izquierda (bajando), supuestamente hacían funciones de cierre de la villa, aunque con excesiva frecuencia presentaban huecos no oficiales que permitían acceder a personas y mercancías de manera discreta. A modo de ejemplo, no sé si recordáis que cuando cerró el Bar Miraflores (hoy creo que se llama La Brava), apareció un tramo de calzada de las típicas de Ourense con pequeños cantos rodados. Posiblemente ese fuera un acceso, máxime si nos dejamos guiar por alguno de los viejos planos que se conservan de nuestra Auria, en los que aparentemente en las cercanías del Restaurante Monterrey partía un camino que facilitaba llegar a la Corredoira (Santo Domingo) sin pasar por la plaza del Hierro.

 Divagaciones aparte, lo que sí sabemos de cierto es que esta calle se llamó de San Fernando al menos desde el siglo XV, y conducía desde la Cruz de Pantrigo (hoy plaza de Santa Eufemia) hasta o Eiro dos Cabaleiros (también llamada plaza del Cid, da Hortiña, etc...). Supuestamente sus bajos estarían ocupados por figones y tabernas para dar la bienvenida a los viajeros.

En 1932 la corporación ourensana decide honrar a don Saturnino y a don Amador Villar Amor, titulares de la academia conocida como "de los Villares", cambiando el nombre de la calle por el de Hermanos Villar, en recuerdo de que su academia había estado en el número 25 (hoy Chocolatería Cándido). Hubo que esperar hasta el 27 de mayo del 1934 para hacer el homenaje real, aprovechando el viaje de muchos de los ex alumnos de la academia residentes en la ciudad olívica con motivo del homenaje que nuestra ciudad rindió al también ourensano Bernardo González del Valle "Cachamuiña".

 Estos escasos datos son los que de manera básica nos definen la calle, pero no puedo dejar de recordar uno de los negocios que en mis tiempos, o mejor dicho en los de mi padre, se convirtió en un foco de atracción para los ourensanos: en el número 21, estuvo abierto durante más de veinte años el Restaurante Irijo (de aquellas se usaba el nombre en castellano); funcionarios y profesionales liberales al salir de sus trabajos se reunían para tomar unos vinos y picar algo antes de ir a sus casas a comer. Eran habituales apellidos como Troncoso, Relova, Vila, Carles, Penedo, Salgado... (por discreción no pondré nombres) y gentes tan populares como Dado (el vendedor del Cupón) o el gran Paco Madrid. El caso es que cuentan que la empanada do Irixo se convirtió, en boca de estos parroquianos, en un manjar exquisito digno de los mejores paladares, hasta el punto de que las hechas con todo el cariño y esmero por sus respectivas esposas no alcanzaba los mínimos exigibles. 

No seré yo quien reste calidad a la empanada do Irixo, a la que supongo de buen nivel como la mayoría de las que en Ourense se consumen, pero no creo que la cantidad de su relleno y calidad del producto fueran mejores que los que las amas de casa de la época ponían en sus mesas (huelga decir que tanto los restaurantes como la mayoría de las amas de casa acostumbraban a llevar el relleno a los hornos de la zona para que la masa y el cocido del pan fueran profesionales, El Pájaro, la Rosa en la Burga, La Remedios, El Camilo, etc.).

A lo que vamos: según parece sucedió que una de estas amas de casa, aburrida de los desdenes y críticas a su empanada y las alabanzas a la del Irixo, ni corta ni perezosa se acercó a primera hora de la mañana al restaurante haciendo encargo de una empanada completa para llevar a su casa, con la advertencia al propietario de que su "Valentín" no debía saberlo pues se trataba de una sorpresa. Así fue como pasadas las tres de la tarde llegó el comensal a la mesa y encuentra en el plato un buen trozo de empanada "casera". Comenzó como siempre la letanía: 

-Está empanada está vacía. Esta empanada no sabe a nada. Esta empanada es peor de lo habitual.   Esto es un poco de masa con cebolla. ¡Ay, si la hicieras como la del Irijo!

 Supongo que podéis imaginar el paso siguiente: el penitente con un sombrero nuevo de pan, cebolla y carne y su señora con cara de "ferrete" confesando que esta era la “empanada del Irijo”.

A modo de templar gaitas, digamos que el hambre para estos temas es muy mala consejera y -en saliendo- de la oficina a las dos con un hambre canina, cualquier bocado se convierte en delicatesen, del mismo modo que con el estomago lleno a las tres, cualquier exquisitez se transforma en algo pasable. Sucedió en Ourense.

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