REPORTAJE

La carretera, el hábitat del cura rural

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photo_camera Aquilino Rodríguez, Néstor Álvarez, José González y Manuel Mera.

La tristeza de las aldeas en invierno y la vida en la carretera contrastan con fieles "de paso" y problemas de gestión en las comunidades de la ciudad. El mismo trabajo pero distintas dificultades: curas urbanos y rurales

En tres años, 150.000 kilómetros. Es la cifra que marca el vehículo de José González. "Vivo na carretera, cambio de coche cada cinco anos", explica este cura del rural. Las ocho parroquias de Carballiño y Boborás que tiene al cargo reclaman su misa dominical. Aquí todos le conocen. "Gústame a vida de crego no rural", confiesa. Lo delatan los 26 años de profesión, siempre ejerciendo en villas y aldeas. "O trato ca xente é máis directo, son moi agredecidos co pouco que ás veces ofrecemos". Admira a sus colegas en la ciudad, porque "teñen unha carga de traballo máis grande ca nosa". Pero no les cambiaría el puesto.

Aquello de "vivir como un cura" se pierde entre kilómetros a las espaldas y horarios intensos. Ciudad frente a aldea. La falta de tiempo libre confirma la desaparición del dicho que auguraba una vida tranquila a los sacerdotes. "O traballo en equipo garantízache non quedar só, no rural é complexo ter vacacións e atopar a quen nos sustitúa nas parroquias", sentencia José González.

De saber el nombre de cada uno de los vecinos, incluso de los que no acuden a la iglesia, a encontrarse con "gente de paso". Es el lado opuesto. Manuel Mera, párroco de Santa Eufemia, habla de su vida laboral en la ciudad. "Por aquí pasa moita xente con diversas necesidades, xestionar cada unha delas pode resultar un agobio continuo", relata. Sin embargo, apunta que "a presenza dos sacerdotes con respecto o rural é a mesma, o que cambia é a poboación". 

El horario frenético y la ubicación de la iglesia –en el centro de la ciudad– dan las claves de las dificultades a las que se enfrenta este sacerdote. Cáritas, la liturgia, las actividades de pastoral y, en definitiva, crear comunidad en una iglesia que recibe a gente nueva a diario, es el compromiso de Santa Eufemia y su párroco.
"Eu son o cura do pueblo", dice Néstor Álvarez. Cita de memoria las ocho parroquias de Baltar en las que misa y adelanta una de las diferencias con los párrocos de ciudad. La figura social del cura se hace más visible en las zonas rurales. Los vecinos le cuentan sus problemas, y él encantado de atenderles. Néstor es feliz en Baltar, pero hay algo que le preocupa: "No inverno a vida do pueblo é triste, para a xente e para o cura", señala. 
Generar actividad más allá del verano y utilizar un lenguaje entendible para los jóvenes, son alguno de sus menesteres actuales.

En la etapa de búsqueda y consolidación como figura social está Aquilino Rodríguez, que acaba de aterrizar en Santa Teresita. Sitúa el principal problema: "O sentido de Igrexa na cidade é máis complicado no matiz de crear comunidade". 

"Gústame ser crego do rural, pero son moitos kilómetros na carretera. Fixen máis de 120.000 en tres anos"

 

Da tres misas al día, trabaja intensamente en Pastoral, visita a enfermos crónicos y busca soluciones a necesidades básicas de los fieles. "Con moita ilusión", recalca. Cuenta con la ayuda de otros dos párrocos, "un equipo excelente", dice orgulloso. 

Además de Santa Teresita, trabaja en las zonas parroquiales de Peliquín y Covadonga. "Agora estamos intentando que teñan unha capilliña en condicións en Covadonga", explica. En el poco tiempo que lleva instalado, percibe dos realidades: "Hai xente con certo nivel económico e outras zonas máis marxinadas". 
Va memorizando algunos nombres, pero es "imposible" conocer a todos los fieles que se acercan a Santa Teresita. "Ese trato de ti a ti é unha prioridade que se ve beneficiada nos pobos. Aquí, na cidade, hai xente que te ve pola rúa e párase a saudar, pero son determinados casos". 

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