ourense no tempo

El crimen de Montealegre

escanear0004_result
photo_camera Oleo de Gerónimo de Vicente que representa las ruinas que existieron en la zona conocida como As Caracochas. La leyenda cuenta que sirvió de refugio a la bandolera Pepa a Loba, a quien muchos reconocían como una Robin Hood de la época y otros... no.

La víctima no era conocida en la ciudad, y si no fuera porque un observador camarero del café La Unión casualmente la identificara, quizás no hubiera tenido resolución el caso.

Contaban los ancianos que antiguamente el camino de Castilla se bifurcaba en las cercanías del actual Polígono de San Cibrao, según fuera o no preciso pasar por la ciudad. La ruta superior transitaba por el entorno de lo que hoy conocemos como Monterrey, y el cercano Montealegre. Esa quizás fuera la causa de que varias leyendas nos hablen de bandoleros y asesinatos en la zona.

No se trata hoy de recordar a la célebre Pepa a Loba, que dicen se refugiaba en las Caracochas después de sus tropelías, ni siquiera del asesinato de un arriero castellano que según parece motivó la colocación de la primera cruz (de madera) en Montealegre. Hoy voy a recordar lo que sí fue un asesinato contrastado y que puso en primera plana a nuestra ciudad en los tabloides de 1913.

Era un tranquilo y soleado domingo de febrero, muchos ciudadanos disfrutaban de un “match de foot-ball” en el Campo de Aragón (antiguo cuartel de San Francisco). Se enfrentaban en partido amistoso el Orense y el Iberia, con objeto de recaudar fondos para las fiestas del Corpus. Con ese motivo, la banda municipal amenizaba el evento. Varios lances del juego y la pésima actitud de algunos espectadores hicieron que el partido tuviera momentos de tensión, y en las gradas se llegara al uso de “las manos” (de hecho algunos espectadores, según cuentan las crónicas, terminaron el día en el cuartelillo). Otro acontecimiento iba a conseguir que ese escándalo no tuviera repercusión. En mitad del partido comenzó a correr la noticia de que en la cercana Cruz de Montealegre había aparecido un cadáver de mujer.

Enterados el gobernador civil, señor Corral Sarre, y el juez de instrucción señor Álvarez Martín, que se encontraban viendo el “match”, rápidamente se desplazaron al lugar.

Allí fueron informados del hallazgo: como en otras muchas ocasiones las internas de Carmelitas subieron a pasear a lo alto de Montealegre con sus maestras. Correteando alrededor de la cruz, en un momento se acercaron al barranco desde el que se vela ciudad y desde allí llamaron su atención unos zapatos que salían por debajo de unas piedras, llamaron a sus compañeras y entre todas, ya fijándose, pudieron ver que se trataba de un cadáver. Despavoridas, echaron a correr y gritar, por lo que todos los que allí se encontraban descansando se acercaron a ver la tétrica escena. 

Procurando no aburriros con datos inútiles, intentare explicaros lo fundamental del caso: 

La víctima se llamaba Isabel Travessaro, italiana residente en Uruguay, donde disponía de una muy buena posición económica. Enviudó en dos ocasiones y quiso la desgracia que conociera a un ourensano residente en Montevideo, Benjamín G. R. Se casan y a los pocos días deciden viajar a España, cosa que hacen a bordo del buque Aragón, desembarcando en Vigo. De allí se trasladan a Ourense en tren, y de la estación a una casa de huéspedes situada en las Carretera de Trives (Concordia). Doy estos datos dado que para la resolución del complejo crimen estas fueron las únicas pistas válidas. 

La víctima no era conocida en la ciudad, y si no fuera porque un observador camarero del café La Unión casualmente la identificara, quizás no hubiera tenido resolución el caso. La tarde del 12 había estado la pareja tomando un refrigerio en el local con otro caballero. El hecho de que fuera la señora quien pagara le había llamado la atención. A raíz de este dato, un estudiante que vivía en la posada de la Carretera de Trives recordó haber hablado con el marido y lo identificó como Benjamín G.R. de Pereiro de Aguiar, aldea de Tríos. 

Cuando la Guardia Civil acudió a interrogarlo en el pueblo, encontró las maletas, que se identificaron como de la víctima y el Judío, que era uno de los alias del sospechoso, dio unas justificaciones incoherentes, que directamente lo llevaron al cuartelillo. 

Se retrasó el juicio dos años, pero en él se demostró que Benjamín había estrangulado a su esposa, Isabel Travessaro, y había intentado esconder su cadáver en lo que pensaba era una zona poco transitada. El móvil evidentemente era apropiarse de su dinero. A pesar de una buena defensa, las pruebas resultaron concluyentes, siendo la sentencia de muerte. Posteriormente, y por medio de recursos, se conmutó por cadena perpetua.

Este, junto el célebre caso del Marracú, o "Asesinato del federal",  fueron durante años los más sonados crímenes de la crónica negra ourensana. 

Te puede interesar