Deambulando

Entrimo, esa Arcadia feliz

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photo_camera Entrimo, Casa do Concello.

La Arcadia, más que en los pueblos del entorno, en la misma capital entrimeña, que es Terrachán y no Terrachá que correspondería a una comarca lucense, por plana; hay que matizar.

Ese lugar ideal o mítico de la antigua Grecia, evocado tantas veces en el clasicismo, puede que se plasme en algunos lugares en este caso pudiera ser Entrimo, ese municipio encajonado en Portugal por el flanco occidental y que tanto ha tomado como devuelto a sus vecinos lusos. En las aldeas rayanas de Olelas, Pereira, Guxinde, aun con similitudes léxicas, parece uno que está metido en Ribeiro de Baixo, Poussios, Ribeiro de Cima.

Ameixoeira o el mismo Castro Laboreiro (distinguirlo de nuestro Leboreiro, allá por Vilariño Frío) cuando percibe el tono, y aun el lenguaje, que el gallego por acá tiene sus variantes, como por ejemplo en lugar de fun dicen fui, pero que con un tonillo que difiere del gallego.

 

 

La Arcadia, más que en los pueblos del entorno, en la misma capital entrimeña, que es Terrachán y no Terrachá que correspondería a una comarca lucense, por plana; hay que matizar.

Allí, en Terrachán, puedes encontrarte con tantos bares y, sorprendente, todos más que sobreviven: El Casino, que regentan dos dispuestas rubias; a Porta de Entrimo, una joven dinámica; el Estrella, Pepe un pescador empedernido; la Funeraria, gente joven también, como si a contracorriente del enunciado, y a Entrimeña, que teniendo siempre el mismo arrendador en la persona de Vela, que lo ha traspasado unas cuantas veces.

Y no hablemos del Don Pepe hoy revertido en residencia para mayores con Pepe y su hija al frente; el Beny y Don Pepe, que fueron más restaurantes que bares, como a Entrimeña que ampliaron a hostelería. El Beny llegó a tener fama cuando él al frente; luego, sucesivos traspasos no lograron dar con la fórmula del creador para atraer comensales foráneos.

Pero la jubilación ha hecho que perdamos a éstos señores que suministraban una comida, que, cuando el embalse se estaba levantando para represar el Limia en Lindoso, en apogeo toda la hostelería.

Por estos bares pululan muchos parroquianos en partidas, charletas y más las dedican a sus ocios, así que paseando por un entorno realmente embellecedor solamente te encontrarás a mujeres…o si acaso a algún pescador, o solitario caminante.

De esta Arcadia donde el acalde Moncho Alonso o ese activo lugarteniente Amadeo a los que, cumplido con creces su labor de equilibrio entre satisfacer las demandas de vecinos sin lesionar el bien público, andarán alternando de acá para allá por entre bares, más que ganando votos, atendiendo a todo quisque, de tal modo que, me parece, que se ganan votos siendo humano, afable, oyendo las quejas, satisfaciéndolas lo que se pueda en esa oficina volante en que se convierten; en esto Moncho debe ser un campeón y ahora que se ha dotado de laborioso y afabilísimo escudero, aun más.

Me recuerda, salva sea la distancia, cuando Truman, un vendedor de camisas en sus inicios, llegó a la presidencia de USA, donde, con sus luces y sombras, que siempre hay alguna, llegó a ser un gran presidente, sobre todo por el equipo que tenía detrás. Cierto que al alcalde le falta lo que se dice equipo, pero puede que falta no le haga por tener lugarteniente dispuesto, adonde haga falta y rascándose muchas veces su propio bolsillo.

Si te vas por Entrimo, o mejor por a Terrachán, encontrarás a Jesus, que ejerció de concejal pero aún pulula entre los en activo, ese hombre calmoso, ahora muy atareado con sus esculturas; al hostelero Emilio paseando lentamente, él que fue reputado en su bar-restaurante; en la burocracia concejil, a Jorge, a Lupi, a Isabel, que atienden como pocos a todo demandante que aparezca por el pequeño mostrador municipal donde con tanta confianza como cliente en barra de bar.

En la oposición municipal en esta Arcadia feliz, Fernando Toriello, no pierde contacto con el pueblo, de bar en bar, campestre residente a escasos kilómetros, o al mismísimo Pepe Ficheira, fuente inagotable de historias, apreciadas por el mismo Méndez Esa Arcadia entrimeña organizas camiñadas de montaña, festa da cachena y alguna otra que la sacan de su feliz letargo de ese lugar ni envidiado ni envidioso, que diría Fray Luis de León.

Ferrín, que en alguna se inspiraría; un hombre, este Ficheira, que prefirió su Pereira natal, su huerta, sus gallinas, sus conejos, sus libros, sus cafetiles tertulias, a los bullicios de la ciudad a los que podrían traerle sus inacabados estudios universitarios.

A Pepe, como sucede con todos los que tenemos próximos, nunca se le apreciarán sus cualidades o sus saberes. Parecería como un eminente poeta latino, que inspiró a todo el clasicismo, retirado de los bullicios de la imperial corte augustea en su amada Sabina… pero con los placeres descritos.

Por a Terrachán puedes encontrarte con Lourdes, una dinámica apasionada de la tierra, o con Bea, una recién retornada de no menos amor por ella, no con Pura Vázquez, maestra de unas cuantas generaciones, entregada a cualquier labor social, que ida, los entrimeños agradecidos la han recordado dándole nombre al museo y biblioteca municipal; con Diego, joven y dinámico director de una entidad crediticia; con Santy, ahora sacristán no sabemos si de vocación, pero se supone; con Toniño Picote, siempre dispuesto a agarrar el volante del todoterreno de Protección Civil; con Popas, probador de negocios varios; con un diligente Barros, atareado constructor en obras del concello; con Pepe, de Don Pepe, trashumante visitador de a Vila (que así Castro Laboreiro para los entrimeños), o con Emilio, el aún itinerante de descansados pasos, que antes de hacerlos se iba a Barcelona, y del que recuerdos de sus exquisiteces en la cocina, o de las que su cónyuge hacía; toparte de bruces con un impensado bar que se llama, como dije, a Funeraria, que de funeral poco, tampoco estridente, y si por acá pocos bares, en Feira Vella, de muy escasos vecinos, al menos tres: la casa de turismo rural, que lleva una entusiasta y dispuesta mujer; un bar arrendado por el municipio a unos diligentes muchachos, y otro a la entrada que uno supone de partidas de dominó o de cartas, y aun un cuarto, el Barcelona, hotel también, que Pepe todavía conserva en funcionamiento. Pasma ver que tanta vida aun cuando los pesimistas auguran que poca o ninguna dentro de una veintena.

Los agoreros no conocieron aquella Arcadia, una región de la Grecia clásica donde no habitaban ni las enfermedades, ni las guerras, ni aun las pestes, ni la pobreza, se hallaba. Los clásicos romanos estudiosos en Atenas la situaban en el Peloponeso, mientras para los griegos estaba en Sicilia, la que formó la Magna Grecia con el sur de Italia. Todo parece trasladarse a Entrimo…pero sin olvidar que Arcadia feneció

¿Será exportable el modelo a otras comarcas?

A esta Arcadia entrimeña solo le faltaba lo que tan bien plasmó Torga, el gran escritor portugués, trasmontano, refiriéndose en su libro Portugal a una aldea perdida, y, acaso, feliz: A política nâo entrou alí; as guerras nâo passaram alí; a literatura nâo pontifica alí. E o ritmo das horas nâo é quebrado pelos solavancos dos jornais e da rádio. Quando as noticias chegam, já é tarde para se lhes acudir. E o esquecimento arquiva a desgraça.

 

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