EL áNGULO INVERSO

La Gauche Divine

Arturo ha tenido la suerte de trabajar en la década delos70enla mítica librería barcelonesa "Cinc D'Oros"

Cada cierto tiempo viene Arturo a la ciudad: la tertulia se enciende como cuando teníamos veinte años y discutíamos hasta el amanecer sobre un café caliente. Seguro, “la revolución llega ya”. Después regresábamos eufóricos cantando “Comandante Che Guevara / aprendimos a quererte”.

Arturo es un tipo muy leído, de allá, de A Rúa. Ha vivido siempre en Barcelona, al lado de la plaza Real. A veces se queda pensativo y dice: “Algo grave va a suceder”. Pero, maldita sea, no sucede nada y ahí viene la vejez, “vaya putada”, que dijo el pensador.

Arturo ha tenido la suerte de trabajar en la década de los setenta en la mítica librería barcelonesa “Cinc D'oros”. Allí se cobijaron de la lluvia y del hambre los escritores sudamericanos del bum.

En la tertulia hablamos de aquel hombre pequeño de estatura, supersticioso, camisa de lana de coloridos eléctricos, vaqueros muy usados y bigote de “malo” mexicano. Por supuesto, Gabriel García Márquez.

“Venían por el Cinc D'Oros Márquez y Vargas Llosa, se querían como hermanos, dialogaban con los clientes; el colombiano tenia la costumbre de enseñarle algún folio original a algún lector anónimo. Intermitentemente, le daba un trago a su petaca de whisky. Se reían mucho con un tal Oscar 'Coñazos'. Le llamaban así porque se acostaba con todo lo que se movía”.

Dijo Borges: “Muchas cosas he leído, pocas he vivido”. Márquez no. Vivió noches a tumba abierta, sobre todo cuando se encontraba “encallado”, falto de creatividad.

Inevitablemente, hablamos de “Cien años de soledad”. Cuatrocientas noventa y cinco cuartillas holandesas escritas a máquina y a doble espacio, que envió a su editor gastándose las ultimas monedas. Cierto, estuvo años encerrado en su cubil, un pequeño radiador eléctrico y una mesa austera. Los amigos le llevaban comida y leían lo que había escrito cada día. Incluso el tendero les fio.

Cuenta Arturo: “Claro que era golfo y mujeriego, pero en Barcelona, a las siete se vestía un mono muy usado de obrero y escribía hasta las dos sin moverse. Los de la 'gauche divine' esperaban la inspiración. Él decía 'que te coja trabajando'. Escribir era desvelar al ser humano. Cuando presentía el mal de ojo se purificaba en agua cubierta de flores amarillas”.



(Las últimas veces que vino a Barcelona fue triste. Abrazaba a todo el mundo y el jodido alzheimer hacia estragos en su mente. Sí, el colombiano y Vargas Llosa se odiaron profundamente. Era febrero de 1976, en el Teatro Bellas Artes de México se estrenaba “Supervivientes en los Andes”, esa película en que personas devoran a amistades muertas. Todo el mundo estaba allí. Gabo ve llegar a Vargas Llosa y abre los brazos con entusiasmo. Zas. El peruano le golpea con un medido gancho de derecha. Al día siguiente, el rostro de García Márquez, con su ojo ennegrecido, aparece en todos los diarios. “Esto por acercarte más de lo debido a mi esposa Patricia”.

Se ríe Arturo. Un tertuliano dice de memoria: “Tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendia, aunque como a él, nos derroten en todas”.

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