MÚSICA

Kenny Garrett, bailad malditos

Los que asistieron al Café Latino disfrutaron de una sesión única de jazz

Pocas veces, el Festival de Jazz, y mira que van ediciones, artistas, ha vivido noches tan cargadas de emoción y con un destino que por momentos parecía caminar más para el desenfreno y la pista de baile que hacia una experiencia de jazz. Melodías que se hacían infinitas, ritmos bailables, solos que son marca de la casa, con una música incendiaria pasadas las dos primeras piezas dedicadas al incomparable Sonny Rollins. 

Un festival que a punto de cerrar el telón ha dejado momentos de gran valía y tocado todos los palos, quizás la aportación de Garrett haya significado una vuelta de tuerca a una música que aunque es improvisación y melodía, cuando no locura free, camina demasiadas veces a caballo de sí mismo. Llegaba Garrett y su banda con una maquinaria de lo más engrasada con la precisión, si se me permite, de los relojes suizos.

Pocos músicos es capaz de soplar así, de manera tan intensa y enérgica, creando atmósferas que te elevan y te dirigen al puro desenfreno. Con una banda hecha de grandes quilates, empezando por un batería impecable y portentoso, Marcus Baylor, de una pegada manifiesta; o ese hombre con sonoridad hasta en el andar o en la mirada que es Rudy Bird, o un pianista tan talentoso como Vernell Brown; pero el protagonista el líder incuestionable es Kenny Garrett, u músico que podía vivir de su particular historia del jazz de la que ha sido protagonista, y sin embargo, después de 30 años ha apostado por reventar el club de jazz, o los polideportivos y lanzarse a la pista de baile. “Do your dance” es más que una invitación o una declaración de intenciones. 

Por momentos Garrett invoca a los espíritus, o a toda la negritud -también política- sobre la tierra, y en una suerte de ceremonia de éxtasis su soplo hipnótico nos traslada, nos manipula camino del infierno. El de Detroit no tiene problemas en recitar, en rapear, en enlazar al público y a la banda para que de su mano le sigan, y todos en pie no parar de invocar a un ente superior que nos transforme como él lo ha hecho con su música, que a veces suena a funk, Groove, hip-hop, tribal y hasta caribeña, con esa incomprensión hacia el lenguaje mestizo pero que se entiende a la perfección con el público que lo celebra. 

Fue en los 70 cuando el jazz se llenó del frenesí y la potencia del jazz-rock, momentos que a Garrett le tocó vivir de la mano de Miles Davis, de quien fue alumno aventajado, y por momentos parecía que ambos se hubieran dado la mano, al menos hasta que decidió hacer girar las bolas de espejos, como en las mejores discotecas de antes y poner al respetable a bailar y perder el pudor. Es la música de Garrett una coctelera memorable, cargada de impurezas y un mensaje en forma de música: “Happy People”, que quizás debamos tomarlo muy, pero que muy en serio. De momento nos quedamos con dos horas de concierto y una noche para el recuerdo.

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